Desde el infierno

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“Algún día mirarán el pasado, y verán que di luz al siglo XX”. Pertinente y oportuna para los propósitos del filme, la frase de Jack el destripador que sirve de exergo a la película de los hermanos Hughes, Desde el infierno (From Hell, 2001), opera como elemento metafórico de la que a su vez, sin volarse las fronteras del terror clásico, viene a ser también una metáfora de los tiempos modernos vomitada desde la catapulta de premonitorios ecos antiguos.

Hacía tiempo que en una película del género no convergían la sacrosanta misión de asustar con la de reflexionar, refractar, equiparar la negrura propia del escenario de este tipo de filmes con la del mundo en derredor. Pero lo más interesante es cómo la estructura dramática ha sido concebida para ubicar al personaje mencionado, por otra parte fácil de utilizar a los efectos de semejantes objetivos, en un entramado de situaciones que conduzcan a establecer la analogía pretendida.

Por tanto, no hay nada de gratuidad en la figura -como en el tema- escogida y en sus pistas de acción para configurar un símil sobre la opresión social de los estamentos colindantes con el subsuelo del mundo occidental, representados aquí en las prostitutas, víctimas de las cloacas de Whitechapel; el fanatismo religioso y de las sectas ( el sistema de pensamiento del círculo de donde proviene el Destripador: ¿los orígenes del ideario de los padres intelectuales de Waco y similares?; los vínculos entre el poder y el terror, tan extendidos en la pavorosa centuria anterior y la corriente, graficados en el filme a través de la identidad, extracción social e intimidad con la realeza británica del victimario por el cual se inclina el guión, entre las varias opciones dadas por la historia, que por diversas razones, y la anterior la principal, nunca tuvo a bien reconocer el nombre auténtico del célebre asesino inglés del siglo XIX; el modus operandis del criminal contemporáneo real y fictivo (Jack es el prototipo original del serial killer morboso, base de inspiración de famosas monstruosidades de carne y hueso del siglo XX como Ed Gein, Ted Bundy, Tsutomo Miyazaki, Jeffrey Dahmer, Albert Fish o la bestia rusa de Nikolai Dzhurmongaliev, que primero trucidó los cuerpos y luego se comió los genitales de 47 prostitutas, sobrepasando en 40 al inglés. O fílmicas, como el conocido Hannibal Lecter de El silencio de los corderos y otras películas, al igual que sus pariguales de tanto cine americano y de otras partes.

Aunque, si bien el anterior deviene un plano inesquivable de lectura en la deconstrucción de esta propuesta, a ello no se limita una película que puede verse como una sabrosa puesta al día de un asunto varias veces tratado en la pantalla, donde Allen y Albert, el par de hermanitos Hughes, partiendo del cómic homónimo de Alan Moore y Eddie Campbell , corroboran las habilidades narrativas que les ponderara el mismísmo Martin Scorsese cuando les vio su opera prima independiente Menace 2 Society y le impulsara a ayudarlos económicamente en el nuevo proyecto ya al resguardo de Hollywood, donde si algo -es obvio- no escasea es el dinero. Determina ello, sobre todo, más allá del talento extraclase de los responsables del diseño de producción, armar esta fabulosa reconstrucción del Londres decimonónico y los barrios infectos visitados por el depredador a la caza.

Ya la consecución de esa atmósfera siniestra, esos ambientes tremebundos deudores del aura de la factoría Hammer, guarda más relación con la capacidad artística y conocimiento del género de sus impulsores que con los billetes de la productora. Tanto como el tacto para retratar un matadero sin embarrarnos de vísceras, sin intentar en las zanjas del gore hacernos olvidar con su hedor la frágil pero eterna majestad del terror alimentado por la poderosa sugestión de la atmósfera, algo sabido desde Murnau hasta Amenábar y que para nada olvidan los Hughes en una película a no desdeñar.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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