(Des) conectados

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Durante la gala Premier, evento colateral previo a la edición 17 de los Grammy Latinos celebrado el pasado jueves en Las Vegas, Andrés Ceballos, vocalista de 24 años de la banda española Dvicio en calidad de maestro de ceremonias, cometió un error que no por singular deja de ser sintomático de la desinformación en la cual se encuentra sumida parte de la juventud mundial. Al llegar el momento de premiar —con carácter póstumo— a Juan Gabriel en la categoría Mejor Álbum Vocal Pop Tradicional por Los Dúo 2, y ver dicho presentador que el músico mexicano no llegaba a recogerlo, dijo, mondo y lirondo, que el agasajado “no está” en la sala y luego “la Academia se lo hará llegar”. Ni idea, quizá, de quién era El Divo de Juárez; ni idea —eso sí seguro— del deceso del cantante en agosto pasado en California. Más tarde, tranquilo, el españolito se sumergió en su celular, como si nada.

La tecnología no riñe con la cultura, antes bien la multiplica al poner en manos de la persona innumerables herramientas capaces de contribuir a expandir su conocimiento en cada uno de los ámbitos. Dentro de los ordenadores, kindles, tablets o incluso en ciertos móviles pueden almacenarse desde bibliotecas completas, hasta discografías, filmografías, recopilaciones informativas de cualquier género, enciclopedias, reproducciones digitales de galerías de arte y los diarios de todo el planeta…, en fin, la Arcadia, la gloria en su computadora para alguien que disfrute, se privilegie y crezca con la cultura, los saberes.

Sin embargo, desafortunadamente, ese infinito caudal es desaprovechado —de forma tan miserable que provoca verdadero pavor y desesperanza ante qué puede deparar el futuro si franquean su umbral en tales términos—, por millones de jóvenes (también de otras edades) de todo el planeta, quienes solo emplean la corteza cosmética de tamaña maravilla.

La vida real, el destino de una especie, van por una parte; mientras la individual de decenas de millones de seres humanos, gran parte jóvenes, transita anegada entre emoticonos, “me gusta”, cotilleos, la búsqueda a ultranza de lo “viral” e infinidad de mecanismos expresivos del actual orden de la (in)comunicación, cuya presencia es parte del modo de vida actual, de acuerdo, y ninguna objeción tendrían, de emplearse como complemento y no en tanto esencia, cual sucede.

Por consecuencia —lancinante paradoja—, cuando la humanidad se encuentra en el mejor momento histórico de acceder al conocimiento, instruirse y sumar cuotas inimaginables de cultura, es justo cuando más intelectualmente desprotegida está.

Tal status quo resulta aprovechado por los poderes, tanques pensantes, estrategas de campañas, publicistas, medios. Con una gran masa obnubilada de sujetos acríticos puede conseguirse cualquier objetivo, porque se trabaja con actores desprovistos de juicios de valor, herramientas de análisis, referencias históricas, posicionamientos ante las prácticas políticas: por ende neutralizados para el desmontaje de las engañifas dadas por sanctas verdades universales.

Los cambios culturales en marcha y ciertas manifestaciones inmanentes de estos verificadas en la cibercultura infanto-adolescente-juvenil constituyen el sueño hecho realidad del maquiavelismo moderno.

No se trata de despotricar contra un nuevo orden de cosas —de cierto imparable y de algún modo lógico tras el cruce entre nuevas tecnologías y rasgos de la naturaleza humana—; o ni siquiera de cuestionar a un universo de nativos digitales ante los cuales en verdad los llamados inmigrantes digitales aun no poseemos ni los instrumentos epistemológicos ni las herramientas teóricas fiables de garantizar la mirada hermenéutica más plausible del fenómeno. Solo va el asunto ahora aquí de recordar que, aparejado al grado de desarrollo de dicha cibercultura más allá de sus características, que desde un punto generacional post centennials o post millennials podríamos compartir o no—, se hace ineludible no descuidar la formación educativa, cultural, histórica y ética de sus protagonistas, so pena de alcanzar un momento en el cual estos podrían arribar a un punto de conexión absoluta con su escenario de expresión y de desconexión total con las señales exteriores del mundo. A lo Andrés Ceballos.

Dado que el fenómeno, cada vez con mayor incidencia, cobra formas expresivas en Cuba (ya centenares de miles de adolescentes nuestros pasan la mitad del día sumergidos en sus dispositivos móviles) atravesamos ahora el momento más indicado para —entre padres, educadores, formadores de opinión, líderes….—, incentivar la labor permanente de procurar mayores márgenes cognoscitivos para las generaciones emergentes. Extraerlos de su mundo virtual ya no resulta posible, vivimos otra realidad; mas eso no debe impedir que continuemos preocupándonos y ocupándonos de esos saberes imprescindibles y eternos que no hallarán, ni buscan, dentro del celular.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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