Delicada pieza de González Iñárritu

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No sé si es cierto o no que 21 gramos -la masa que pierde el cuerpo humano en el instante de la muerte- será el peso del alma, como algunos dicen. Lo que sí puedo afirmar es que 21 gramos, la película, es un sobrecogedor y profundísimo estudio sobre el alma de los hombres, una de las piezas más adultas entre lo más cercano proveniente del adolescentón cine norteamericano.

Por añadidura, la consolidación de ese gran talento llamado Alejandro González Iñárritu, el realizador mexicano cuyo filme Amores perros sorprendió hace pocos años a media humanidad. Iñárritu, a semejanza de varios monstruos de la pantalla (Hitchcock, Scorsese…), ha cargado con su equipo habitual -el guionista Guillermo Arriaga, el fotógrafo Rodrigo Prieto, la directora artística Brigitte Broch y el compositor Gustavo Santaolalla- para filmar con Focus, la división artística de la Universal, este filme protagonizado por los actores Benicio del Toro, Naomi Watts y Sean Penn, a quien concedieron justamente la Copa Volpi a la mejor interpretación en el Festival de Venecia por su trabajo aquí.

Iñárritu, peligrosamente, vuelve a emplear la nada ortodoxa estructura narrativa así como los temas cardinales de su opera prima mexicana en la estadounidense 21 gramos, y sale otra vez airoso del intento; si bien, con la modestia mayor del planeta, no le aconsejaría repetirse en una tercera película.

De nuevo, se aferra a la composición fracturada, la construcción fragmentada, la constante alteración cronológica del desarrollo de la historia a través de grandes y osados brincos temporales en cortes o delimitaciones invisibles, el esquema del puzzle o caleidoscopio para contar este relato de azares interconectados a partir del funesto accidente de tránsito que ligará, determinantemente, a seres ajenos en clases sociales, salud, conceptos de la vida…

Paul (Penn) es un profesor de matemáticas con un problema coronario, que lo conducirá sin remedio a la muerte de no llegar a tiempo un donante de corazón. Su salvación le llega en la noche, al recibir aviso del hospital que cuentan con el órgano. Tras el transplante, Paul comienza a indagar hasta saber que su huésped del pecho pertenecía a un hombre atropellado junto a sus dos hijas pequeñas. Paul da con la esposa del señor (Naomi Watts), exdrogadicta que, tras el aplastante golpe, está volviendo a lo de antes. Se enamoran, ella le pide venganza contra el causante de su desgracia: Jack (Del Toro), exconvicto refugiado de alcohol, drogas, delincuencia en el regazo de la religión…

El anterior pareciera otro boceto de esos frecuentes dramas sentimentales con tintes de venganza, de no ser conducido por una mano como la de Iñárritu. Él se detiene en las más mínimas sensaciones, hurga cada reacción, penetra los menos aflorables sentimientos, pulsa esta pena, sopesa aquella desgarradura en personajes multidimensionales, llenos de contradicciones, dudas (una dosificación psicológica riquísima, en fin), defendidos por tres composiciones protagónicas excepcionales (pueden servir desde ya como material lectivo del arte de actuar en las escuelas de cine), que ayudan de manera rotunda a la intención del director. 21 gramos es una pieza delicada de buen cine, sensibilidad y magisterio.

Su mejor baza consiste en que lo descubre todo tal cual corresponde, de a poco, justo a su tiempo y nunca antes, como las mujeres antiguas. Ya casi no existe dicho cine; tampoco esas mujeres.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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