Deborah Ellis y los sueños frustrados de Parvana

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“‘Dentro de veinte años’ ̶ pensó Parvana ̶ . ‘Qué sucedería en ese tiempo’ ¿Estaría todavía en Afganistán? ¿Su país hallaría finalmente la paz? ¿Volvería a la escuela, trabajaría, se casaría?”, son algunas de las interrogantes que lanza a los lectores el narrador omnisciente en el capítulo 15 de El pan de la guerra (The Breadwinner, 2001), obra con la inconfundible rúbrica de la escritora canadiense Deborah Ellis (Ontario, 1960).

El texto, matriz de una tetralogía junto a Parvana’s journey, Mud city y My name is Parvana, es fundamental para entender a una creadora que ha convertido al activismo y el respeto a la solidaridad con los pueblos del mundo en el centro de su vida, frente a los conflictos bélicos y otros complejos dilemas (sobre todo las drogas y la inmigración) en que se ven sumidos los más jóvenes al interior de sus ficciones.

“En realidad solo tengo un único tema: el coraje”, ha reafirmado la autora en varias ocasiones. Coraje que vertió de un modo memorable en su primera novela, y que hoy, 20 años después de publicada, cobra especial resonancia cuando vuelve a ser noticia en titulares y reportajes, el nefasto empuje de los extremistas en la nación afgana.

La realidad de aquel país, sumido desde hace pocas jornadas bajo la dominación del Talibán, es el mismo, en rasgos generales, al que se enfrenta la protagonista del texto de Ellis tomando como referencia el anterior régimen: una niña de once años, obligada a transformarse físicamente en un chico, para poder ayudar a sobrevivir a su familia.

“Los personajes de estos libros son inventados, pero están basados en mucha de la gente y muchas de las historias que escuché en los campos de refugiados afganos en Pakistán”, ha sostenido la escritora.

Duros relatos femeninos en su mayoría, pues la sociedad talibana surgida a principios de los años 90 del siglo pasado, se ensaña especialmente con las mujeres mientras hace cumplir al pie de la letra una interpretación deformada de la muy polémica ley islámica, más conocida como la sharía.

“ ̶ ¿Dónde está tu burka?  ̶ miró a su alrededor, pero no vio ninguno ̶ . ¿Has salido sin él?

La joven asintió.

̶ ¿Qué haces en la calle sin burka? Te puedes buscar muchos problemas por eso”, le dice Parvana impresionada a una joven que acaba de hallar escondida entre los escombros de un edificio colapsado por viejas bombas.

Pero el uso autoritario de esa prenda incalificable es solo uno entre tantos arbitrios: también está prohibida la televisión, la música, el cine, el maquillaje y la desautorización de que las niñas de diez años o más acudan a las escuelas.

Póster de la adaptación fílmica de El pan de la guerra, estrenada en 2017. /Tomado de internet.

Todas estas y otras vejaciones, en mayor o menor medida, Ellis las aborda de forma eficaz, con ahínco en los miembros de la familia de Parvana, sin dejar de mencionar al personaje de su amiga Shauzia, el cual se convierte en protagonista de uno de los volúmenes siguientes en la serie.

La niña, transformada de la noche a la mañana en Kaseem, tiene que hacer frente a la detención sin razones y ausencia prolongada de su padre, obligándose a sí misma a cambiar de aspecto para poder trabajar y sobrevivir en un contexto violento y hostil con aquellas de su género.

El pan de la guerra viene a ser una fábula juvenil sincera, real, vigorosa; que no titubea en acudir a imágenes violentas, pero sin regodearse en ellas, triste pero esperanzadora, y que pueden los lectores cubanos localizar en librerías bajo el sello de la Editorial Gente Nueva desde el año 2016.

Asimismo, el texto cuenta con una laudable adaptación fílmica de animación, donde intervino como productora la popular actriz y activista por los derechos humanos, Angelina Jolie, quien hace apenas unos días compartía en su perfil de Instagram el testimonio de una preocupada muchacha afgana: “Algunos dicen que han cambiado [los talibanes] pero yo no lo creo, porque tienen un pasado que les precede”, alegaba en la última parte de la misiva.

A estas alturas, muchos, como la joven de la carta y otras tantas Parvanas del Medio Oriente, tal vez hayan perdido para siempre la fe en el mejoramiento humano si de fanáticos religiosos se trata. Empero, todavía sobresale la perseverancia mancomunada de cientos de seres humanos en el resto del mundo que insisten en contar estas historias tristes, sin cesar en el empeño de lograr que los sueños afganos no permanezcan frustrados por más tiempo.

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Delvis Toledo De la Cruz

Licenciado en Letras por la Facultad de Humanidades de la Universidad Central "Marta Abreu" de Las Villas en 2016.

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