De un “tataravirus”

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Aunque recibió el nombre de “gripe española”, la denominación no se ajusta a las circunstancias en que surgió y se expandió por el mundo la gran epidemia de influenza de 1918.

De hecho, los primeros casos del padecimiento se documentaron en soldados norteamericanos asignados a una base militar de Kansas, en marzo de 1918, unas semanas antes de su partida hacia los campos de batalla de Europa, en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial.

Tras registrarse los primeros infestados en el viejo continente, la gripe pasó a España, un país que se mantuvo neutral durante la contienda y que no censuró la publicación de los informes sobre los contagios y sus consecuencias a diferencia de las demás naciones envueltas en el conflicto, que optaron por silenciar la grave situación sanitaria para no debilitar la moral de combate de sus tropas.

síntomas de la gripe española
Infografía: Juventud Técnica

De manera que cuando se empezaron a contabilizar las primeras muertes por la gripe en la Península, todos los periódicos informaron sobre este nuevo virus, su peligrosidad y rápida expansión. Por esa razón se le denominó “gripe española”.

EL PANORAMA SANITARIO EN CIENFUEGOS

Ocho meses después de su aparición en los Estados Unidos, la pandemia comenzó a cobrar sus primeras víctimas en Cienfuegos. Ya para esa época, millones de personas habían muerto en todo el mundo contagiadas con el virus A subtipo H1N1, causante de la enfermedad.

A mediados de octubre de 1918, la influenza se extendía rápidamente por las provincias orientales y llegaba a Santa Clara.

Dos días después de anunciarse los primeros casos en la vecina localidad de Ranchuelo, el 19 de octubre, las autoridades sanitarias de Cienfuegos ordenaron el cierre de todas las escuelas públicas y privadas, al tiempo que exigían al gobierno una estricta vigilancia para evitar la alteración del precio de los desinfectantes en la red comercial.

Pasada una semana, las informaciones referentes al avance de la gripe se combinaban con las primeras recomendaciones sobre cómo combatirla. El rigor que trascendía de algunas de esas disposiciones reflejaba la preocupación de las autoridades locales por la incontenible expansión de la enfermedad.

Las medidas prescribían, por ejemplo, recluir al enfermo en cuartos sin adornos ni muebles innecesarios; prohibir la entrada en la habitación a toda persona ajena al paciente; desinfestar su ropa en el propio local; no barrer la habitación y limpiarse el calzado al entrar o salir de ella en una alfombra con solución desinfectante. Al visitar a los contagiados, los médicos debían hacerlo con caretas y batas lavables.

gripe española cienfuegos
Los periódicos de la época reflejaban el temor de la población./Foto: Omar George

También se estipulaba que una vez certificada la cura del enfermo se recogieran todos los objetos usados por él, desinfectaran el cuarto donde había estado, se les diera una lechada a las paredes, pintaran las puertas y se barnizaran todos los muebles de la habitación.

Ya para entonces, se impugnaba a ciertas escuelas privadas que aún se mantenían abiertas a pesar de la prohibición vigente al respecto, al tiempo que la opinión pública comenzaba también a cuestionarse por qué no se había hecho lo mismo con los espectáculos.

A mediados de noviembre, la pandemia estaba en pleno apogeo. Bajo la premisa de que “todas las medidas serán siempre pocas, por radicales que sean”, el gobierno local decretó, entre otras disposiciones, lavar trenes y tranvías dos veces al día y prohibir que viajaran gente de pie en ellos; situar un vehículo del Ayuntamiento para el traslado de los enfermos y distribuir sulfato de hierro para el saneamiento de la ciudad y las casas de sus vecinos más pobres, los más golpeados por la epidemia.

A pesar de los reiterados llamamientos a evitar el pánico, se suscitaron algunos episodios de paranoia, como el que protagonizó la Asociación de Vecinos de la Calzada, al proponer la quema de ochenta barriles de chapapote para desinfectar el ambiente. Hubo hasta quienes se enjuagaban constantemente la boca con soluciones dentífricas.

gripe española cienfuegos
La enfermedad acechaba principalmente a jóvenes saludables entre 20 y 40 años./Foto: Omar George

Era la lógica reacción ante una amenaza invisible que, al acechar preferentemente a jóvenes y adultos saludables, entre los 20 y los 40 años, acrecentaba aún más el desasosiego y generaba un pánico que ni siquiera logró aplacar el informe oficial de que el 90 por ciento de los fallecidos eran de otras localidades, venidos a la ciudad en busca de la ayuda médica de la cual carecían en sus lugares de residencia.

Pero la inquietud y la zozobra de la población estaba más que justificada: solo en la primera quincena de noviembre de 1918, murieron en Cienfuegos 46 personas a causa de la gripe. Un promedio de tres fallecimientos por día.

Un mes después, el 14 de diciembre, al informar que por primera vez en 24 horas no ocurría un deceso en la ciudad, las autoridades concluyeron que la epidemia estaba cediendo.

Tan rápida y misteriosamente como había aparecido, la entonces llamada “gripe española” desapareció. Pero nunca se supo exactamente cuál fue la cuota mortal que Cienfuegos aportó a las más de cincuenta millones de personas que la enfermedad mató en todo el mundo.

*Fuentes: Periódicos El Comercio y La Correspondencia, octubre – diciembre de 1918.

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Omar George Carpi

Periodista del Telecentro Perlavisión.

2 Comentarios en “De un “tataravirus”

  • el 10 julio, 2020 a las 10:14 pm
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    Gracias Omar, muy interesante,

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  • el 6 julio, 2020 a las 3:31 pm
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    Un trabajo interesante, cuentan que por esa época circuló la primera ambulancia en Cienfuegos; que el puerto fue uno de los puntos de entrada; y que Victoria Brú, la mártir de la Enfermería Cubana, murió en Cienfuegos a consecuencia de esta epidemia de influenza, tratando a sus paciente y pesquisando en los barrios más pobres

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