De santos vestidos y otros por desvestir

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Árboles bellos y robustos; pulmones de la ciudad; proveedores de oxígeno, sombra, frescor y otras bondades, también son capaces de suscitar perjuicios  de no ser plantados dónde y cómo corresponde; y las buenas intenciones quedan en franca desventaja si los ejemplares en cuestión se ponen a competir en una relación costo/ beneficio.

Hace alrededor de 50 años, muchas aceras cienfuegueras recibieron, en canteros habilitados al efecto, variedades como la majagua y el ocuje, entre otras, que hoy día, envejecidas ya, sacan las uñas, más bien sus gigantescas raíces y troncos, para impedir el paso de peatones, provocar caídas, destrozar pavimentos, penetrar subterráneamente en las casas cercanas y levantar pisos; amén de ocasionar destrozos a un envejecido y deteriorado sistema de alcantarillado, cuyo entramado sufre el embate vegetal, cual lanza indetenible que horada y destruye cuanto encuentra a su paso.

Hace cierto tiempo se resembraron nuevas posturas en los canteros ya construidos que carecían de verdor, mientras se edificaban otros, con igual finalidad, en un esfuerzo loable por engalanar y sanear el entorno citadino. Aplausos merece la iniciativa de resanar pavimentos, víctimas de roturas, grietas y hendeduras, ocasionados por los motivos antes mencionados.

A la par, algunos pobladores, inconsultamente, abrieron frente a sus hogares “un huequito”, para colocar “una matica” (¡hasta palmas reales y ficus…!),  sin reparar mientes en lo escogido. Organismos estatales y vecinos dejaron la materia vegetal enhiesta abandonada a su suerte, sin después “pasarle la manito“, recortar el arbolito, controlar el crecimiento y prever los destrozos.

Muchos cienfuegueros no alcanzamos a explicarnos cómo, después de las consecuencias que hoy resultan evidentes, provocadas por árboles desafortunadamente mal seleccionados y erróneamente ubicados años ha, vuelvan a plantarse las mismas especies destructoras de antaño, como el ya mencionado ocuje: hermosísimo él, umbrío y fresco, pero verdadero asesino de aceras, contenes, pavimentos, hogares aledaños y alcantarillado, además de los accidentes para los transeúntes.

Sería tan solo eso, si se mira hacia abajo abajo…; levantar la vista ofrece otra perspectiva y añade inconvenientes que evidencian lo perjudicial de ciertos ejemplares. El tendido eléctrico recibe la agresión de las ramas, y el voltaje de ciertas casas depende de la furia de los elementos. Quiere esto decir: ambiente sosegado+árbol besando con sus ramas los cables de la electricidad = tranquilidad en el voltaje doméstico. Si se invierte la cuestión quedaría: ambiente con viento y lluvia+árbol besando cables de electricidad= a voltaje enloquecido dentro de ciertos hogares. Al sobrepasar las medidas, tanto de alto como de ancho, dejarlos a la espontaneidad y crecer al libre albedrío, corren igual suerte las redes telefónicas y techumbres. Solo (no siempre) ante la inminencia de una tormenta tropical, acuden para podar el gigantesco follaje.

Basta sumar dos más dos para darse cuenta de que la historia se repetirá sin remedio, y en una década (o tal vez menos) las aceras perlasureñas estarán todavía más deterioradas; el alcantarillado clamando por auxilio; los pisos de algunos hogares convertidos en colinas; las cubiertas y cables recibiendo el ataque de un ramaje enorme, con riesgo de accidentes, mientras los gastos que de todo ello se derivarán para componer lo descompuesto andarán rozando la luna. Si alguien dudara de lo antes expuesto, le invito a comprobarlo frente a la vivienda marcada con el número 3913 de la avenida 44 entre 37 y 39. Algunos vecinos le llamamos al tramo levantado por la furia vegetal “el tropezón”.

Es solo una pequeña muestra. Las hay peores, y si desea comprobarlo, anímese a dar una vueltecita por la Calzada de Dolores o el Centro Histórico.

Reforestar con sensatez para detener secuelas que ocasionan peligros a la integridad futura de esta urbe marinera; de eso se trata. O lo que es lo mismo: evitar vestir a un santo, para que otros se quedan en cueros.

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Emma S. Morales Rodríguez

Licenciada en Filología en la Universidad Central de Las Villas.

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