De Chucho a Rebull: el trayecto recorrido

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Lo de Chucho, el alias que lo identifica, le viene por el nombre de pila: Jesús; aunque firme sus obras con el primer apellido. El deleite por las artes plásticas fue la manera de canalizar una hiperquinesia infantil incontrolable, tan incontrolable como el modo de manejar con pericia un lápiz, o cualquier instrumento que dejara trazas, con una obsesión casi enfermiza. Garabatear, colorear, delinear, trazar, pintar, dibujar, ilustrar, reproducir…

Jesús Rebull Morales no puede definir a ciencia cierta las causas de ese impulso nacido junto con él mismo; aunque quienes le conocen a fondo pudieran justificarla o sustentarla en la herencia genética que le legara otro artista, lejano generacionalmente, músico por demás, pero con el genio de los genios, y que repartiera temperamento artístico entre sus familiares.

¿Crees que tu tatarabuelo italiano, el músico Ambrogio Gasdiani, tenga algo que ver con eso?

¿Con qué…?

 …con tu temperamento artístico; ese apremio de expresarte, desde la niñez, a través del arte.

Sí, claro. No soy el único de la familia a quien le tocaron esos genes; el tatarabuelo fue generoso en ese reparto; a ti te correspondieron bastantes, por cierto…

No tantos como a ti….

Responde con una sonrisa antes de que brote el argumento, como si las palabras no resultaran suficientes.

Autodidacta esencial, hasta que le tocó en suerte encontrarse con uno de los grandes de la pintura cubana: Francisco Rodríguez Marcet, quien torneara el talento del entonces adolescente, mientras le inyectaba la técnica y el rigor que distinguen su obra.

Un maestro de lujo, a no dudarlo. ¿Cuánto aportó a tu creación; cuál fue la arista que más te marcó?

Marcet fue mi primer maestro, cuando todavía yo era casi un niño; nací en 1972. Por entonces pintaba cualquier cosa…, ¡hasta a Voltus V, el de los dibujos animados! Él me enseñó la técnica, a ponerle lo que llevaba, y aunque con estéticas generacionales diferentes, sobre todo en el uso del color, me inculcó la disciplina, la obsesión por lo perfecto. Yo soy perfeccionista.

¿Qué tendencia te resulta más atrayente o cómoda ante el caballete?

La figura humana.

 ¿Por lo que puede exteriorizar en ideas, conceptos…?

Por el dramatismo que es capaz de transmitir; por la sensibilidad del hombre como ser humano, por la cotidianidad del ser, por sus virtudes, sus defectos, sus posibilidades de mejoramiento. Por la esperanza de recuperar el sentimiento que alguna vez puede haberse perdido; los valores…y que al reinterpretar todo eso se asuma desde todas las lecturas posibles, que quienes analicen cada uno de estos cuadros queden convencidos de que son mejores personas.

Pero sientes especial atracción por el paisaje…

No, no…, el paisaje formó parte de una etapa en mi tránsito creativo; me gusta el tratamiento del paisaje. Sí, todavía está, pero también están la abstracción, el muralismo, la ilustración, el dibujo…no discrimino ninguna forma de expresión. Sin embargo, nada supera a la figura humana…

No obstante, te noto volcado hacia el tratamiento de objetos puntuales, cotidianos, diría yo… Maletas, cajas, banderas, barcos de papel…

Son objetos vinculados al sentido humano, esa es la intención. En una maleta, en una caja puede caber toda una vida. Me gusta reflejar la identidad del cubano común, la cubanía. La bandera cubana representa la fuerza, la esencia nuestra… y el mar… el mar es Cuba, con la pujanza de la ola. Todo mezclado con el ser humano… Sí…, esa es la idea.

Coméntame sobre la ilustración. Hay libros ilustrados con tu firma…

Son varios. Uno sobre Polo Montañez; dos del Indio Naborí (Décimas para la historia y Cristal de aumento).

¿Cuál es el cuadro preferido?…, ¿dónde nace la inspiración?

Ninguno y todos a la vez. Cada cuadro tiene su espíritu, y la inspiración para mí es algo de todos los días: es el trabajo diario el que hace la inspiración. Todo está en empezar, lo demás va saliendo, te va atrapando…

Trazos seguros, difuminación en transparencias tajantes, poderío en la incorporación y combinación en el lenguaje del color, el sometimiento de la técnica a la voluntad propia…y un sentido rotundo de lo conceptual se añaden a sus virtudes. A juicio de David Soler, especialista y crítico de arte, Rebull mantuvo el paisaje con técnicas renovadoras en una etapa en el cual estaba a punto de desaparecer. “Es coherente con respecto a los elementos, de composición centrada y gran sentido del equilibro. Ahora incursiona en cuestiones más experimentales”.

No hay pesimismo en su pintura; tampoco rabia. Es un creador medular, experimental en casi todo, con desenvoltura potente para trabajar la luz, como si de un juego se tratara. Todavía lleva un niño dentro; la candidez le brota espontánea, sin malicia, sin dobleces. Y es el mismo y diferente a la vez: Chucho, Rebull, el muchacho travieso, el hombre…, el artista que permanece.

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Emma S. Morales Rodríguez

Licenciada en Filología en la Universidad Central de Las Villas.

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