Daisy Martínez: el teatro tocó a mi puerta

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El cuerpo burla las costuras del vestido. Demasiado cuerpo para dos metros de tela.  Ella sabe salirse de las ataduras formales sin mover un dedo de la silla, te habla al oído. Y agita los pies como si padeciese cierta hiperquinesia, arriba y abajo, a la derecha y a la izquierda. Daisy Martínez no es lo que parece ser cuando camina en silencio por las calles de Cienfuegos.

Ella pertenece al teatro como mismo pertenece un telón al escenario. Irremediablemente. No sabe desprenderse de algo que es tan esencial en su vida, y proyecta la voz para convertir Café con Arte, espacio del Teatro Tomás Terry por Jornada de la Cultura Cubana, en su más íntima puesta en escena. Gesticula, abre y cierra el abanico rojo, ni toma agua.

“El teatro tocó a mi puerta, yo no toqué a su puerta. En 1982 me avisan para un curso emergente de instructores de arte e hice las pruebas para entrar a la especialidad como algo colateral en mi vida, nada serio diría entonces (…) Tiempo después ya estaba trabajando en la casa de cultura de Cienfuegos y de ahí me fui al centro dramático, donde di los primeros pasos en el mundo de la actuación.

“Luego vino la posibilidad de estudiar dirección escénica en la antigua Unión Soviética. El toque de esa puerta fue sentada en la platea de este teatro mientras se hacia el ensayo general de una obra (…) Y con total decisión mutilé la carrera de Filología que estudiaba en Santa Clara para irme a la Europa de las revistas y periódicos”, dice mientras sus fotos pasan por una pantalla en el Café Terry. La cara le luce diminuta debajo de los gorros tejidos y uno recuerda aquella acotación del fallecido escritor Máximo Gorki: todos amamos lo que sentimos próximo, ¡pero para un gran corazón también lo lejano está cerca!  .

En las calles congeladas de San Petersburgo tomó de la copa artística. Se embriagó. Los coliseos culturales fueron las tabernas que propiciaron el vicio y la moldearon en ese ser universal que cabalga contra los molinos del cansancio. Allí, quizás, su cuerpo comenzó a burlar las ataduras de su vestimenta.

daisy martínez
Daisy en la actualidad trabaja en teatro A Cuesta, donde ha dirigido obras como Picnic./ Foto: Taylin.

“Llegué con un ruso muy conversacional, muy para no morir de hambre, no para teatro, porque el teatro es la palabra. Tuve que pasar pruebas teóricas y prácticas a mi llegada, ese día el tribunal conversó y deciden que harían una salvedad. Dios estaba conmigo. Debía estudiar ruso un año entero y si aprobaba el idioma tenía derecho el año próximo a matricular en dirección escénica (…) Estuve siete años en Europa: dos en la Unión Soviética y cinco en Rusia. Viví la Perestroika, una etapa convulsa, de transformación, de academia hermosa y de crecimiento profesional. Conocí a Alfredo…”, agrega mientras las fotos siguen aunando vida en la pantalla oscura.

En ese entonces a Daisy Martínez no le alcanzaba el tiempo para ir al teatro. Mientras estudiaba comenzó a relacionarse con importantes directores del gremio ruso. Y llega a sus manos la puesta en escena Una rosa en el lago y sus pies a Krasnodar, una ciudad al sur de Rusia con importantes plazas culturales. “La interacción con grandes directores, dramaturgos y actores me dio fundamentos para trabajar luego sin temores (…) También aprendí que uno va archivando vivencias para llevarlas al teatro (…) No les puedo hablar de mi obra ni de mi vida profesional sin hablar de Alfredo, un excelente diseñador escenográfico que comparte desde entonces su vida conmigo”, dice y lanza palabras en ruso. La noche despierta a los murciélagos, empiecen a volar sobre las cabezas.

De Rusia no viene a Cienfuegos. Santiago de Cuba le sirve de cuna para sus primeras puestas en escenas luego del retorno. Pone su ojo en el teatro de sala, acostumbrada a los coliseos culturales de la Europa desarrollada.

“Cuando regreso había mucha escasez en Cuba, pero también había una energía y deseos de hacer increíbles. Hicimos buenas obras en el Oriente cubano, en un grupo que se desprendió del gremio teatral Cabildo, ya reconocido en la Isla en ese entonces (…) A Cumanayagua vuelvo obligada por las circunstancias de la vida: nuestro hijo tenía una alergia muy fuerte y ese entorno montañoso beneficiaria su salud.

“Con Los Elementos hicimos obras como Escorial, Cuentos del Decamerón, Una casa en la frontera (con esta obra alcanza el premio Villanueva)… esa etapa fue para mí un reto en muchos sentidos, basado en que mi formación es en teatro de sala, por tanto, determinante el espacio. Ellos hacen teatro comunitario y me vi obligada a utilizar una estrategia donde pudiese unir mis intereses y formación con la estética de ellos (…)  También me sentí pedagoga y formé a personas de mucho talento (…) No voy a decir por qué me fui, pero un tiempo después ya estaba en teatro Escambray, donde cultivé varios géneros: la comedia, la tragedia… esta profesión no es trabajo, es la vida y la tienes que llevar en el corazón”, relata y el abanico se abre y cierra, un telón en el escena.

Daysi Martínez no dejó las maletas guardadas debajo de la cama. Voló a Francia, Bélgica, Luxemburgo, Colombia… y a Malí. De cada uno de esos países trajo más vivencias para echarlas al fuego teatral, y el vicio aumentó como si no tuviera cura.

“Mali es el teatro en sí (…) Un país con los restos del islam, y hasta el tráfico se paraba en las calles a la hora de rezar. Muy fuerte el poder de las castas, uno esclavizaba al otro. Yo pensé que impartía actuación o dirección, pero me dieron la carpeta de expresión corporal y les di esgrima y preparación física para ayudarlos con la técnica… Me quedaba escuchando la polirritmia de un telar en Mali y pensaba si pudiera llevarlo al teatro (…) Ese país fue una sorpresa permanente en mi vida”, dice y alguien del público le recuerda el golpe de estado que presenció allá y los días grises antes del retorno oportuno.

Ella hecho raíces en la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba en Cumanayagua, dirigió procesos creativos y anidó nuevos proyectos culturales, allá donde todo parece más lejos.

Un día  teatro A Cuestas le guiñó el ojo y de ese acto salió otra mudanza. Una casa construida, un hijo joven y un jardín plantado pareciera la triada que Daisy necesita para ser feliz, pero esa mesa nunca fue de tres, sino de cuatro.

“Ahora son tantos los no y el nivel de castración a los artistas es tan grande que muchos se cansan. Las instituciones olvidan que existen para sostener la creación de los artistas y para que surja lo mejor. Te van castrando y llega el momento en que tú mismo te dices el no (…) Hay que dejar que la creación nazca y madure. Hay que apoyar más y no dejarse vencer por los molinos del cansancio acumulado”, acota en total franqueza. Un auditorio la aplaude. Los murciélagos vuelven a salir como si fueran parte de la escena. Revolotean sobre las cabezas.

Ella sabe deambular por los espacios sin mover un dedo de la silla. El cuerpo burla las costuras del vestido. Demasiado cuerpo para dos metros de tela.

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Zulariam Pérez Martí

Periodista graduada en la Universidad Marta Abreu de Las Villas.

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