Cuca, la profesora invisible

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Cuando mis hijos vieron en la televisión nacional el parte-obituario de Cuca Rivero, no sabían de quién se trataba. No podían saberlo; e imagino que lo mismo le suceda a centenares de miles de estudiantes, de preguntarles en este instante quién fue “la profesora invisible”.

Ella perteneció cronológicamente al tiempo de sus padres, pero debe formar parte de la memoria cultural de un país. Cuca (Juana Rivero Casteleiro era el nombre por el cual pocas veces respondió) merece ser conocida por todos. A la pianista, directora coral y profesora nacida en 1917 y fallecida hace escasos días, le cupo el honor de introducir los grupos corales en la televisión, en 1953. Por más de veinte años fue la directora titular del Coro del Instituto Cubano de la Radio y la Televisión (ICRT) y además guía del coro del Teatro Lírico. Resultó encomiable su labor al frente de varias de dichas estructuras.

Sin embargo, la Premio Nacional de Televisión y Premio Nacional de Música, hubo de llegar más al corazón de la mayoría de los cubanos gracias a su invaluable respaldo al plan de educación musical del Ministerio de Educación. Ella diseñó y condujo el programa radial en virtud del cual fue transmitida la enseñanza de la música en las escuelas primarias de toda la nación, a los alumnos de preescolar a cuarto. De ahí surgió lo de “la profesora invisible”.

E invisible era solo por el medio de comunicación empleado, que impedía ver su figura. Bien visible, por el contrario, devino una obra continuada, cuyo legado a esas generaciones que la escuchábamos alelados en el pupitre escolar no tiene parangón, ni antes ni después.

Cuca enseñó a amar la música cubana, sus clásicos, trabajó en vivo con los pequeños receptores el repertorio de Manuel Saumell e Ignacio Cervantes; brindó las bases para interpretar el pentagrama y el sentido del canto colectivo, objetivo del espacio. Esa voz cadenciosa capaz de sembrarnos a la silla en aquellas tardes mágicas del recuerdo remoto constituyó un evangelio.

Cuca Rivero no cobraba un centavo por esos programas, lo hacía por vocación e interés en transmitir conocimientos y fortalecer el amor hacia la música.

Cierta vez le pidieron que cambiara de medio e iniciara el espacio en la televisión. No obstante haberla fundado en Cuba, ella lo rechazó, porque la radio “ayuda mucho a desarrollar la imaginación y cuando una imaginación se desarrolla desde niño, ese niño no se muere de hambre, ese niño busca, se abre caminos, por esa razón me había decidido por la radio”, respondió.

Educación musical, formación estética, imaginación y cultura general: todo lo anterior contribuyó a generar la profesora invisible dentro de su amplio grupo de recepción infantil. Un país completo la conoció, amó y agradeció.

Hoy día el aprendizaje estético representa uno de los flancos más débiles de la educación cubana, al margen de que la asignatura Educación Artística se encuentre dentro del programa lectivo. La cuestión no estriba en su inserción, sino en su calidad: de irregular a escasa.

El trabajo permanente con las fuentes vivas de nuestra cultura (grandes obras cinematográficas, musicales, teatrales, visuales) es limitado y carente en determinados casos de la empatía comunicacional o la aprehensión de las herramientas de apreciación por parte del ente emisor. Artistas y críticos de arte no imparten conferencias en los planteles, en tanto cuerpo de un plan.

No existe una intención programática (con justeza, debe decirse personal) de imbuir al alumnado de la alegría del saber, de contaminarlos hacia el abordaje de exponentes cimeros de las distintas manifestaciones o disciplinas, del contagio espiritual hacia la grandeza del arte. Por consecuencia, el nivel de apreciación estética del estudiante de las enseñanzas primaria, secundaria y preuniversitaria no marcha en consonancia con la colosal inversión de nuestro proceso social en la educación de las nuevas generaciones.

La semana anterior el Noticiero Cultural de la Televisión dedicó sus cinco secciones de análisis a temas relacionados y se censuró fuertemente el hecho de que se continúe programando reguetón en los actos u otras celebraciones escolares -e incluso de que hasta algunos profesores lo bailen delante de los niños-, algo contrapuesto a lo orientado por los Ministerios de Cultura y Educación, se subrayó allí. Esta columna ha abordado el asunto en varias ocasiones, pero sin solución. El más reciente ejemplo: hace tres semanas el periodista debió cubrir un evento nacional en una escuela de un municipio de Cienfuegos. El almuerzo fue a ritmo de reguetón. Entre bandeja y bandeja, las compañeritas destinadas a servirlo tiraban su “perreito” suave. ¿Qué vamos a pedir para lo demás, si esto ocurre en los propios centros de enseñanza?

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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