Cubanía

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Hoy es el Día de la Cultura Cubana. El 20 de octubre de 1868 este pueblo entonó, por primera vez, nuestro Himno, en Bayamo, tras ser liberada la villa por las tropas de Carlos Manuel de Céspedes. Constituyó la primera criatura patriótico-literaria de la cultura en armas. Representa un Himno de fidelidad a las raíces, resistencia, lucha y combate, cuyas letras gloriosas parten del hecho digno de enfrentarnos al colonialismo español y ser soberanos e independientes en una Cuba sin vasallaje exterior. Es un Himno para todos los cubanos. Como la Bandera, de todos. Los dos grandes emblemas de la nacionalidad merecen respeto mayor por parte de todos los hijos de esta tierra, más allá de la ideología que profesen o del lugar donde vivan.

Eso sería lo correcto, lo justo; aunque en la práctica algunos, en vez de entonarlo, lo musiten o lo silencien del todo; u otros elidan la historia de este país y tres siglos de agresión norteamericana vistiéndose con la bandera de dicho imperio: algo que ni siquiera los propios estadounidenses hacen —salvo algunos grupúsculos de supremacistas blancos—, porque por arriba de cualquier razón política, hacerlo es inobjetablemente ridículo en términos de vestuario.

En tendencia prohijada por alarmante ingenuidad, falta absoluta de conocimiento histórico e irrespeto a los próceres que engrandecieron a Cuba y derramaron su sangre por mantener en alto nuestra Bandera, más nacionales de los que aquí quisiera admitir continúan vistiendo el emblema imperialista.

La “casual” corriente ha sido harto bien empleada por las agencias de inteligencia de Washington, las cuales han ordenado fabricar toneladas de licras, pulóveres, camisas y gorras con su estandarte o las garras del águila, con el fin de depositarlas bien baratas en esos “paraísos francos”, donde los nacionales van a comprar para vender en Cuba. Desde un “pulguero” de ¡Moscú! hasta tenderetes, mercadillos y comerciantes “al azar” de varias naciones latinoamericanas. Por supuesto, esto además de las enviadas cada día, vía aérea, desde Miami.

Cubanía es, ante todo, por sobre todas las razones, amor y merecimiento hacia y para con la Patria. Eso precisa introducirse en la sangre desde que el ser humano comienza a razonar, por los padres y por los maestros.

Si bien a la mayoría nos resultará imposible desligarlos del proceso social que por primera vez en la historia logró emanciparnos en tanto pueblo y -en realidad-, se funden, consolidan y se comprenden sus verdaderos sentidos en el tiempo histórico de la Revolución Cubana, el Himno y la enseña patria nacen con nuestros tatarabuelos de todas las razas y extracciones sociales, unidos en el sagrado ideal común de ser libres. Van irremisiblemente entreligados a la evolución de la identidad y del pensamiento de nación.

Así, transmitir a sus hijos el amor y el respeto a la Bandera Cubana no tiene que ver con que usted sea fidelista, revolucionario; no le interese este sistema; pase de él; sea “apolítico”, centrista, trumpista; viva en un palacio o en una covacha. Podrá no compartir la ideología de la Revolución Cubana de a pleno o acaso estar en desacuerdo con varios de sus postulados, pero la Bandera va muchísimo más lejos en el tiempo que ese proceso.

Si permite o favorece que su descendencia se apropie de la enseña del enemigo histórico para enarbolarla en su propio cuerpo u objetos estará alentando la desmemoria hacia quienes sacrificaron sus vidas para que las futuras generaciones de cubanos nunca sucumbieran a una bota extranjera.

Dos de los destinos más terribles para un ser humano son ser esclavo o traidor. Esos, nuestros ancestros, lo entendieron bien. Ellos sabían que el premio de los imperios a sus colaboradores es el desprecio, desde la era romana. Por eso entregaron fortunas, haciendas, lotes a favor de la causa independentista. Por eso prefirieron ver morir a sus hijos que traicionar a su Patria. Por eso no firmaron pactos espurios que deslegitimizaban nuestra vocación de autoctonía. Por eso abandonaron a sus parejas la misma noche de bodas, cuando fueron llamados al combate. Por eso algunos no vieron ni siquiera salir el retoño del vientre de la amada. Por eso les sacaron ojos y cortaron testículos a jóvenes casi adolescentes. Por eso tus bisabuelos (y probablemente también el de ese muchacho que luce la bandera norteamericana en el pecho) se lanzaron con dos machetes viejos contra batallones de infantería equipados con armas largas y municiones de última generación en su momento. Y cuando les ganaron, fueron consumidos por el imperio mucho más poderoso de USA.

Todo eso debemos recordarlo hoy, 20 de octubre. Y mañana. Y siempre.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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