Creamos un teatro de brigada apreciado por todos

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Yolanda Perdiguer, Pedro Posada y Leonardo Díaz son tres figuras imprescindibles de la historia del teatro en esta provincia. Todos compartieron el honor y la indescriptible alegría de fundar el Centro Dramático de Cienfuegos en enero de 1963. Frisaban los veinte, amaban el arte y aprovecharon su oportunidad.

El actor y director Posada rememora aquellos pasajes iniciales con la célebre pareja argentina de los Panelo y el amor de estos profesores extranjeros hacia Cienfuegos y el movimiento artístico del territorio; el comienzo de los ensayos; las primeras actuaciones; los hitos sobre las tablas…

“Los Panelo buscaron gente joven, como yo que venía del Sindicato Gastronómico o Yolanda, quien formaba parte de un grupo de pantomimas y otro artístico en el Ateneo, junto a varios compañeros más del área actoral y técnica, como el tramoyista Leonardo Díaz. Hubo talleres muy fuertes en la capital, con los mejores especialistas”.

Recuerda Yolanda que “dimos la largada a un trabajo muy lindo, con la presencia aquí de primeras figuras del teatro cubano. El montaje señero fue Aquel barrio nuestro”.

Posada considera que “hicimos un teatro de brigada, con un buen repertorio, en montes y ciudades. Ambos de calidad, lo mismo en una obra en Banao para los montañeses que en otra en Ciudad de La Habana destinada al cuerpo diplomático”.

Evoca Leonardo las grandes obras de los años 60, “que nos marcaron para siempre, como La comedia de las equivocaciones, Frank V, El muchacho de oro, El sombrero de paja de Italia o El médico a palos. Algunas eran de veras fastuosas: cuarenta tarimas, decoración espectacular, tres pisos, en fin, cosas que fabulosas”.

Posada concede importancia al tránsito de la compañía por los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), bateyes, asentamientos campesinos: “Peinamos la geografía villareña en unidades militares, barrios, serranías. Teníamos allí un público agradecido, tan maravilloso como el que amanecía en el ‘Terry’ comprando entradas para nuestras funciones”.

También significa el hecho de la revitalización del teatro popular, con puestas como Don Centén y los Cheverotes y los bufos cubanos.

Confiere relevancia al apoyo al Centro Dramático de intelectuales de todo el país y grafica con el caso de Onelio Jorge Cardoso, quien participaba en los ensayos e incluso acudía con el grupo a festivales. Su amigo personal, Enrique Arredondo, fue otra de las muchas figuras que elogió en su momento la actuación del colectivo cienfueguero.

Yolanda observa que la identificación con el público llegó a tal grado, “que suponía un compromiso permanente para nosotros.

“Éramos una familia, nos queríamos y respetábamos tanto entre nosotros como a un público al cual nunca defraudamos. Teníamos un sentido muy elevado de la disciplina, al punto de trabajar hasta enfermos”, subraya la Perdiguer.

Y agrega: “El trabajo no era fácil, por el contrario, muy exigente, diario; pero eso nos enseñó a ser puntuales, organizados, a enfrentar los personajes por muy difíciles que fueran, a estudiarlos al detalle…”.

Yolanda, esposa de Juan Antonio Marín (otra figura emblemática de la institución), pondera la favorable circunstancia de que “todo el mundo se volcó para que el teatro triunfara, llenábamos las plazas, el público pedía que se repitieran las obras, había divulgación, transporte para nosotros y para el pueblo receptor. Nada que ver con el panorama posterior”.

Posada acota que “con el paso de los años el movimiento empezó a declinar por falta de propaganda, repercusión, crítica, los periódicos pasaron a semanarios y las valoraciones comenzaron a escasear, la situación del transporte público se agudizó e influyeron varios otros elementos que determinaron la pérdida de nuestro público”.

Leonardo y Pedro precisan que “luego de la división político-administrativa el cuadro se tornó desfavorable en cuanto a la asignación de recursos, llegó un momento en que fue imposible hacer espectáculos costosos, no se podía invertir el mismo dinero. Surgen otros grupos de teatro, los técnicos se dispersaron y ahora había que hacer solicitudes. El factor humano hizo por la crisis, se murió la enfermedad de amor por el trabajo”.

Sin embargo, Yolanda opina: “Ahora falta dinero, recursos, es verdad, aunque sigue vivo, y es lo más importante. El Centro Dramático jamás ha dejado de funcionar, por muy malos tiempos que corrieran, incluidas las etapas más álgidas del período especial. Pero a las obras acude poca gente, no se llevan a ningún sitio por falta de transporte. Fallecen de muerte natural al muy poco tiempo de su estreno, no existe la antaña posibilidad de interactuar con otros públicos y en plazas diferentes”.

Así y todo, añade, “nosotros seguimos pendientes de cada instante de su trabajo, de la obra al frente de Generoso González y de los jóvenes talentos, empeñados todos en preservar para la posteridad a un Centro que ha representado mucho para tantos”.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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