Covid-19: ya es después

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Como cuando la peste negra, la revolución industrial, la fiebre amarilla, las dos guerras mundiales, la bomba atómica. Como cuando otros acontecimientos cruciales, el azote de la Covid-19 marcará un antes y un después en la historia de la humanidad. La vida en el planeta ya no será la misma; ni la gente, ni sus costumbres. ¿Cuándo nos sacudiremos esta plaga que nos conmina al aislamiento, nos tapa la boca, nos hace temer al beso y al abrazo? Nadie podría precisarlo. Sin embargo, una idea es clara: ya es después.

Ya es después, aunque aún no se produzca una desescalada total y todavía el enemigo invisible siga sesgando vidas por todo el mundo. Ya es después y en esa posteridad que vivimos en presente no deberíamos aspirar a un regreso a la normalidad, pues en una porción significativa de aquello que nos acostumbramos a ver como normal radica precisamente el problema. No podríamos regresar al egoísmo, a la avaricia, a la xenofobia, al afán de progreso enemistado del medio ambiente. La recuperación ambiental que ha experimentado la Tierra en estos meses hace evidente lo que ya sabíamos: urge poner fin a la actuación desenfrenada del hombre sobre la naturaleza.

Muchos otros asuntos han salido a la luz debido a la presencia del nuevo coronavirus Sars Cov 2. Igual que otras epidemias que han sacudido al orbe, la Covid-19 deja al descubierto nuestras fortalezas y debilidades, pero no necesitamos aguardar a que sea historia para enmendar las últimas. Ya es después, y algunas transformaciones no admiten esperas.

En la arena internacional, quedan claras las fisuras de no pocos sistemas de salud y la ineficacia de ciertos gobiernos para lidiar con tamaña circunstancia. Puertas adentro de la Isla, identificamos aristas donde resulta imperativo ahondar. Una de ellas es la responsabilidad individual: la conciencia de que una parte importante en el freno de la transmisión del nuevo coronavirus recae sobre nuestros hombros. Rehuir las aglomeraciones, evitar las salidas innecesarias de casa, las celebraciones familiares. Aunque nos duela, aunque deje un mal sabor en el paladar de la idiosincrasia cubana, no es cuestión de mera retórica de parte de las autoridades sanitarias y políticas o profesionales de la comunicación. Es imperativo. Y es la manera de acompañar los desvelos del personal de la salud para devolver la sanidad a los contagiados y la alegría a sus familiares. Es el modo de hacer que valgan la pena los aplausos, los poemas y toda iniciativa nacida al calor de este momento crucial.

Ya es después para darnos cuenta donde reposan algunas vulnerabilidades e intentar cambiar ciertos panoramas oscuros del entramado social. En las últimas semanas hemos visto (aplaudido también) el accionar de las fuerzas del orden para frenar la malversación, el hurto, el acaparamiento y otras manifestaciones delictivas que, si bien son anteriores a la presencia del coronavirus en el país, apestan mucho más en la coyuntura actual.

Ya es después para deslindar (cuando pasado este vendaval la economía despierte bajo cielos más despejados) caminos que conduzcan a una mejor distribución del desarrollo tecnológico. Porque el teletrabajo, por ejemplo, que seguro llegó para quedarse, no se hace igual en las ciudades que en poblados y comunidades rurales. Porque el dinero plástico no suena igual en todas partes. Y porque tampoco son idénticas las oportunidades en el acceso a productos de primera necesidad en aquellas zonas donde Panamericana, Tiendas Caribe, ni qué decir Caracol, han anidado nunca.

No es poco cuanto nos ha enseñado esta segunda pandemia del siglo XXI. Pero si no cambiamos nuestro modo de ver el mundo, nuestro sistema de prioridades, si no nos hacemos más responsables del destino de la civilización, no habremos aprendido nada. Tuvimos un antes. Una antesala en que compartíamos otras preocupaciones; nos enfrentábamos a enfermedades también letales, pero sin el peso de la Covid-19, capaz de tensar al unísono todos los resortes de una nación. Ya es después.

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Yudith Madrazo Sosa

Periodista y traductora, amante de las letras y soñadora empedernida.

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