Yo solo querÃa cosas que no eran posibles. Me encantaba el universo de princesas y brujas que tejÃan los cuentos infantiles; pero no querÃa muñecas que simularan ni a unas ni a otras. PreferÃa el mundo que ellas poblaban, los hechizos…de ahà que mi madre pudiera encontrarme tantas veces majando hierbas en un mortero, incluso degustando aquellas salsas verdes y amargas; a donde iban a parar desde los matojos más vulgares del patio hasta las plantas medicinales de abuela Rosa.
Tuve que conformarme con aquellas barbies pálidas y famélicas. Conformarme, porque lo que yo deseaba no existÃa; mi madre no podÃa comprarme un universo entero y tampoco lo pedÃ. Entonces me enseñó a hacerle pequeños vestidos a mis pequeñas muñecas y descubrà que los juguetes también te enseñan a crear.
Nunca le escribà cartas a los Reyes Magos. Mami no me obligó a escribirlas, me regaló lo que pudo y siempre estuve feliz. No vivà con la ilusión de que un dÃa determinado tres viejitos sonrientes se escurrirÃan en la casa y me dejarÃan lo que deseaba, porque ni ellos podÃan.
De esos reyes nunca supe demasiado, pasaron los años y leà que eran muchos o solo tres, que no tenÃan nombres. ProcedÃan de lo que conocemos como Antiguo Oriente, eran sacerdotes eruditos, pero se les llamó magos. SeguÃan una estrella, la guÃa celestial para encontrar a un niño, el rey de los judÃos: Jesús. Portaban oro, incienso y mirra, regalos cargados de simbolismo para el recién nacido hijo de MarÃa. Presentes que definirÃan su vida…
Tiempo después esos sabios siguieron los astros, desde las escrituras bÃblicas hasta las fértiles tierras de la tradición y como las tradiciones rebozan bondad; inexplicablemente esta trastocó lo objetivo para hacerlo más loable. La realidad siempre puede aderezarse un poco y hacerla más vistosa, más vendible.
El Papa León I estableció, en el siglo V, que fueran tres los magos y aunque los armenios sostienen que fueron un centenar, los cristianos y no cristianos adoptamos oficialmente el designado papal. Los nombres aparecieron 100 años más tarde en Italia, en la iglesia de San Apolinar Nuovo. Melchor, Gaspar y Baltasar serÃan el nuevo condimento en esta historia. Otros detalles tardÃos como que los magos representasen las tres razas instituidas en la antigüedad (semitas, camitas y jafetitas) siguieron apareciendo hasta conformar lo que conocemos.
Cada año millones de niños sueñan, entre ellos los cubanos, y luego traducen en escritura sus onirismos, esos que misteriosamente les traerán los Reyes Magos. El misterio radica, precisamente, en que cada pedido “razonable†debe ser escuchado y cumplido. Los infantes desconocen la magia “real†que se esconde detrás de los regalos.
No advierten, porque de hacerlo se perderÃa toda la magia, que varios de sus deseos son inconcebibles, ya sea por la cuantÃa monetaria que conlleva cumplirlos o porque simplemente deben quedar en el mundo de lo irrealizable.
Los niños no están para advertir o sospechar, están para encontrar la dicha, aunque esta se escurra después de cada navidad cuando los padres, al menos los cubanos, ven los precios en los escaparates de las tiendas. La dicha es demasiado costosa, supera, casi siempre, los 10 CUC.
Esos mismos padres harán hasta lo imposible por llevarse consigo las barbies que simulan las princesas de Disney, los camiones de bomberos, los barcos, los juguetes de cuerda, los triciclos… todo aquello que saque una sonrisa de los rostros de los dueños de sus dÃas. Obviarán otras necesidades con tal de complacerlos, incluso pagarán de más a alguien que adquirió muchos juguetes para revenderlos luego.
Los niños recibirán los presentes, durante un tiempo jugarán con ellos y luego los olvidarán y todo el ciclo volverá a comenzar hasta que crezcan porque es linda la magia de la tradición de los Reyes Magos, cueste lo que cueste.
Estos dÃas cuando camino por la calle y veo a todos corriendo, enfrascados en jugueterÃas u otras tiendas donde además expenden juguetes, siento que no haber tenido la ilusión de los Reyes Mago me hizo más realista y creo que más alegre porque no supedité mi felicidad a un mito. Siempre supe quién era mi verdadera Reina Maga.