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En 1970 tronaban machetes y caían cañas en busca de una zafra de quizá demasiados millones, pero escenario de la grandeza de un pueblo que, como en aquel episodio, se expresó, expresa y expresará durante incontables momentos de la historia cursada o por venir de una Revolución que es hija a tres partos de lo grande, lo justo y lo perdurable.

El frío enero de aquel año vi por primera vez, junto a mi buena madre, el rostro sonriente del padre cuyos primeros paseos laborales con su crío no fueron a una oficina con aire acondicionado repleta de computadoras, sino a un taller donde escenario e itinerario de la jornada pasaban por el vocabulario ineludible del aceite, la nafta, el cable o el rodamiento.

Hijo de ese hombre, tan inmenso como humilde, pude cursar aquí –único lugar del planeta donde ello resulta posible- una carrera cotizadísima, anhelada y de difícil acceso en cualquier sitio. Mas, como este periodista que suscribe, millones de ingenieros, doctores, científicos, comerciantes, técnicos cubanos se formaron a la vera de padres sin cuentas en los bancos, tarjetas Visa o Mastercard…, pero igual concluyeron sus estudios profesionales sin que les costara un centavo.

Y eso se agradece, por siempre, a la Revolución. Gratitud también es el gesto mínimo de reciprocidad para con la obra general e inmensa de un proyecto social que dignificó a todos por igual, donde merecen similar respeto todas las personas, sean ancianos o niños, hombres o mujeres, gays o lesbianas. Tuertos y mancos, negros y chinos, blancos y mestizos…

Pero la gratitud no solo se reconoce en el fuero personal o en las palabras, sino además, y sobre todo, en el sentido de corresponder para con lo uno entregado, lo cual se traduce en el aporte de esfuerzo, de amor a lo que desde cada puesto cada quien hace en función de desarrollar y no dejar que se marchite jamás esa Revolución a lo mejor soñada ya por el primer indio que recibió un tiro de arcabuz del colonizador o en el primer negro en sufrir un latigazo del capataz, hace siglos atrás.

Es una hora hermosa y esperanzadora para nuestra Revolución, pero también difícil, por el bloqueo salvaje contra nuestro pueblo de parte del gobierno de los Estados Unidos, que aprieta las clavijas hoy de un modo realmente barbárico.

Hermosa porque durante seis décadas ha sido estable y consecuente con su ideario base. Esperanzadora porque cada día va abriendo espacios de interacción en los planos económicos y social a través de todo el orbe. La solidificación de la amistad con Rusia es de suma importancia en el futuro y el presente de la nación.

Difícil también por la ignorancia, falta de civismo, atávicos rezagos, actitudes intolerantes, códigos errados e incultura urbana que subsiste en ciudadanos a quienes, al menos así lo manifiestan en modos de obrar, seis décadas de instrucción les han servido de nada.

Hay gente que del Sol solo mira las manchas, que efectúa comparaciones improcedentes e insustentables, optimistas con nada, maldicientes con todo, renegados por disposición propia. Mirada en masa, está claro que constituye minoría, pero siempre destilan su negativa influencia sobre los segmentos de nuestro cuerpo social más desprotegidos cultural e ideológicamente.

Pero la Revolución ha crecido: de bebé pasó a niña, luego a joven y adulta, y por regla supo cómo rechazar la flecha artera, proviniere de donde proviniere.

Entramos en la recta final de 2019 y advendrán días de fuerte componente emotivo para esta Revolución y los revolucionarios, a escasas semanas de cumplirse el tercer aniversario de la desaparición física de Fidel, cuya continuidad somos, por derecho y hecho.

Están por llegar momentos de rememoraciones cimeras, de vuelta a la memoria de representaciones icónicas claves para un cubano como la liberación rebelde de finales de 1958 e inicios de 1959.

Con significativas medidas económicas y sociales pensadas por el Gobierno para el beneficio y el mejoramiento de la calidad de vida del pueblo cubano -a diferencia de esos regímenes neoliberalistas latinoamericanos que introducen paquetes para asfixiar a sus propias gentes-, hay muchos motivos de confianza, optimismo y alegría.

Hay muchos motivos para seguir apostando, y defendiendo mediante nuestros actos, a un sistema social sin parangón en el mundo.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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