Concepción Posada: “No sabía que era la última vez que vería a Manuel”

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Cuando entró a la sala, se abrazaron llorando. Habían estado días sin verse, luego del ingreso del muchacho en la sala de Oncohematología del Hospital Pediátrico de Cienfuegos. Le ha sucedido con una decena de adolescentes en estos últimos años: también con Lizander la maestra ha creado nexos para toda la vida.

Ella logra que venzan el duodécimo grado, sorteando las difíciles pruebas de sus padecimientos: amputaciones de miembros, leucemia, osteogénesis imperfecta, o como en el caso de este joven, el lupus eritematoso* que ha sufrido durante seis de sus dieciséis años.

Concepción (Conchita) Posada Carriles es maestra ambulante.

Como cada semana, a sus 76 años atraviesa la ciudad, lidia con el transporte urbano, para llevar a su casa, en el reparto de Junco Sur las clases de Español y Literatura, Geografía, Cultura Política e Historia.

Pero hoy, mi presencia cambió el contenido habitual: Lizander Almaguer Tejeda y su familia conocerán a la Conchita protagonista de un hito en Cuba y América hace 55 años: la Campaña de Alfabetización.

ENSEÑAR EN TIERRA DE ALZADOS

Conchita Posada Carriles Foto: de la autora
Conchita Posada Carriles Foto: de la autora

Graduada de la Escuela Normal para Maestros, al triunfar la Revolución era una entre miles de profesores sin trabajo en Cuba, y “cuando Fidel abrió aquellas 10 mil aulas, en 1960, me encomendaron la escuelita ´Casa de Tabla´ en el barrio Río Ay (sí, Ay de grito), bien intrincado en el Escambray, cerca de Dos Arroyos, donde tuvo el Che su Comandancia. Esa era tierra de alzados, gente que usted veía en el pueblo por el día, y en la noche, cometían sus fechorías.

“A ese poblado de Trinidad, no había llegado la Reforma Agraria, por eso los terratenientes mantenían sus casonas y a mí me pusieron el aula en una caballeriza que los padres habían cerrado con tablas, una pizarra y nada más. Encontré niños desde seis hasta 17 años, que no sabían leer ni escribir. Eso era lo que tenían en común”.

Al convocarse a la campaña en 1961, el embrión fueron esos maestros, pero para alfabetizar a un millón de personas, fue necesario sumar a unos 300 mil cubanos, educadores populares, obreros, incluso a adolescentes y jóvenes brigadistas. Conchita tenía veinte años y le encomendaron doce brigadistas de entre once y doce, que llegaron en el mes de abril.

“Era difícil, porque fueron los días de Girón. Recuerdo que retumbaban los bombazos en aquellas lomas y fuimos a la bodega, donde estaba el único radio, a enterarnos, Así supimos de la invasión. El dueño de la tienda dijo que dormiría en el cafetal, porque los alzados andaban haciendo de las suyas, y gracias a eso salvó su vida, porque esa noche los bandidos la quemaron.

“En varias ocasiones me dejaron papelitos en el aula o recados en la escuela: ´Maestra, usted es la próxima´…Nunca le conté a mi mamá que dormía en un cuarto donde un empujón hubiera bastado para derribar la puerta. Tampoco que detrás había un barranco y que yo repasaba de noche en mi mente la forma de rodar por él en caso de peligro, para que no me agarraran.

“En esas circunstancias conocí a Pedro Lantigua Ortega, un campesino que se había hecho miliciano. Vivía en la zona de Limones Cantero, era muy intrincada, pero más accesible desde mi área. Muchas veces me acompañaba en mis visitas a los brigadistas. Me decía: ´Maestra, no vaya sola´. En algunas de esas ocasiones venía con su maestro de 16 años.

“Manuel Ascunce Domenech era callado, respetuoso, pero sumamente interesado en que uno le orientara cómo dar mejor su clase a Pedro, su mujer y sus hijos, en la casa donde lo acogieron”.

NO SABÍA QUE ERA LA ÚLTIMA VEZ QUE VERÍA A MANUEL

“Aquel viernes de noviembre, yo bajé de las lomas, de pase, a mi casa en Cienfuegos. Iba con un teniente en un jeep. De pronto veo a Manuel en la carretera y mando a parar: ´¿Qué te pasa?´ ´Nada, maestra, me duele mucho la garganta y quiero que me vea un médico en El Condado´. Lo subimos. No sabía que era la última vez que vería a Manuel”.

A su regreso, en la madrugada del lunes, escuchó el rumor de que aquel 26 de noviembre, los alzados habían asesinado a un brigadista y un campesino. “Pensé en mis muchachos. Había un cerco de milicianos, pero me dejaron pasar, y allí, en la llamada ´vallita´ estaban tendidos. Los habían encontrado torturados y colgados de un árbol.

“Lo más impactante de todo fue que ninguno de los padres de aquellos niños- brigadistas, fueron a buscarlos. Y ellos no quisieron irse, ´terminaremos la campaña, maestra´, aseguraron”.

MAESTRA VIDA

En la escuela Casa de Tablas, Conchita completaría la educación de dos de los hijos pequeños de su amigo Pedro Lantigua. Fue la maestra de Río Ay hasta 1962. Allí conoció a Yoel Pérez Mejías, combatiente de la Columna I de la Sierra Maestra, destacado en la zona para la limpia del Escambray. La vida los uniría hasta hoy.

Fue maestra rural en Granma, la tierra natal de su esposo, luego regresó a Cienfuegos como metodóloga, directora del Instituto provincial de Educación (IPE) durante muchos años, más tarde en su equipo de inspección, y al jubilarse volvió a las aulas de la Facultad Obrero Campesina, hasta hace una década, cuando decidió ser maestra ambulante.

“Es difícil, porque sufro con ellos y sus familias el dolor de cada ingreso, estoy pendiente, voy al hospital a impartir las clases cuando su estado lo permite, pero hay muchas satisfacciones. Ya tengo estudiantes en licenciaturas en Inglés, Cultura física, en el turismo, en talleres…. Y a Lizander, que quiere ser médico.

No hablamos de retiro definitivo. Nadie en la familia tuvo que preguntar lo obvio. Terminó la clase y como siempre se alargó la despedida. “Vuelvo cuando te sientas mejor, recuerda la tarea, repasa”. Conchita vuelve a lidiar con el transporte, atravesará la ciudad, mientras la familia Almaguer Tejeda tiene más certezas sobre esos nexos que los unen hace dos años: Conchita será su maestra de por vida.

(*) lupus eritematoso: Es una enfermedad auto inmune. En este padecimiento, el sistema inmunológico del cuerpo ataca por error el tejido sano. Puede afectar la piel, las articulaciones, los riñones, el cerebro y otros órganos.

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