Colombiana

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No tiene bandera del país con capital Bogotá, ni es norteamericana; aunque los gringos hayan puesto su billete. De Europa Corp., proveniente de la factoría de cine de acción puntera en el viejo continente, vino Colombiana (Olivier Megaton, 2011): exponente del trabajo que a favor de promover tal género realiza desde Francia Luc Besson. También el infantil (la saga Arthur y los Minimoys); en menor medida, otros.

Parece que el divorcio con Milla Jovovich, a quien le inventara su Juana de Arco o transportara al futuro junto a Bruce Willis, entre otras faenas, le dio a este hombre por encontrar refugio en el trabajo constante. Perder de compañera del lecho a la aniquiladora de zombis más sexy del planeta trastornaría a cualquiera, vaya tal verdad como defensa al viejo Luc. Si bien el quehacer permanente podría derivarse igual del alto monto en recaudaciones de sus productos. Eso sí, varios solo dentro del país natal. Aun el firmante de Subway recuerda el fiasco internacional de Angel-A (2005), con 110 millones recolectados en casa y fracaso total fuera del territorio de Astérix.

Workaholic antonomásico, este tren de alta velocidad sobre el andén del cine hace más de tres décadas, en los últimos tiempos no ha parado de escribir, coescribir a cuatro manos con Robert Mark Kamen y  producir -hoy día solo dirige ocasionalmente (sus Arthur); reserva dicha tarea a contados pupilos de la troupe: Morel, Megaton- paródicas, ligeras, a la larga tontuelas franquicias donde involucrara a taxis, transportadores… o puntuales reinvenciones loables de este territorio fílmico (Venganza, De París con amor).

Colombiana porta el inocultable material genético del prolífico creador galo. Su registro narrativo y visual, pero sobre todo los parámetros argumentales en los cuales se mueve, beben de la madre de todos estos retoños: El profesional (1994); amén de Nikita (1990). Una y otra dirigidas por él. De la primera -lo más sobresaliente suyo en el campo de la realización- y la segunda chupa a partes semejantes la idea del asesino profesional sensible y el concepto de esa (anti) heroína de acción imbatible.

Lo que pasa es que, con casi un cuarto de siglo transcurrido, ya uno no puede aparecerse -a lo serio-, con criminales e historias vindicadoras de semejante sello, pese a la muy en boga nostalgia ochentera y todo. El perfil cinematográfico actual del prototipo aludido va más en la cuerda de Hanna o El Americano; no en el de Colombiana, congestionada de pirotecnia visual pero anémicamente antigua tanto en guion como en delineado del “castigador”.

Salvo algunas set-pieces o pasajes a recordar (la fuga entre rejas protagonizada por el personaje central, lo más sabroso) poco hay aquí para evocar tras apagar el DVD. Nada tampoco, vista a modo general, de aquella antaña ambición estilística del director. No acabo de pillarle el punto a Zoë Saldana, esta reencarnación étnica de Charles Bronson salida de territorio Na’vi. Ni como actriz ni como “hembra seductora”. A Jordi Mollà ya no le da ni un segundo más su inveterado rol del latino malo al gusto de la escuela occidental, iniciado a las órdenes de Michael Bay en aquella oda a la estulticia intitulada Bad Boys 2 ¿No hubo en todo el reino del monarca cazador de elefantes alguien capaz de decirle al actor de El cónsul de Sodoma que su arquetipo chirría en todos los tornillos, que sobreactúa hasta el delirio y afrenta a una raza mediante tales caricaturescas abominaciones dramáticas?

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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