Colarte Puig, el periodista más grande del mundo

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Según Lezama Lima la muerte vendrá como ladrón en la noche, sin avisar, y sin avisar pasó por Colarte Puig, periodista y amigo de esta ciudad, que entregó a la causa reporteril más de 40 años. Un día triste de mayo, un día que nadie quería creer, porque con su muerte se rompe el aserto de que mientras más ríe, más vive.

Lo conocí cuando la Universidad puso en mis manos la boleta de prácticas en Radio Ciudad del Mar, y espantada del tema azucarero le pregunté: ¿Cómo te reinventas de zafra en zafra? Entonces la respuesta vino cual rayo en medio del campo limpio: “La gente te hace reinventarte, no cojas lucha mi niña, todo fluye, todo es bueno si amas el Periodismo”, para sellar así una amistad de acera, de eventos sociales, de coberturas incontables, de Facebook, de bailes, de risas cómplices.

Su existencia estuvo llena de buena vibra, de chistes a flor de piel, de frescura, de la movilidad a pesar de sus más de 3oo libras, del desenfado y la buena cara ante la vida. Nunca le conocí bravo. Siempre amó cual novia eterna a la redacción radial, lugar físico que nunca abandonó, porque el día antes de morir, incluso el día de la muerte, trabajó como si el noticiero, la revista y los espacios informativos no pudieran prescindir de sus historias, como si él no pudiera prescindir de ellos, que se parece, pero no es lo mismo. Y el “reportó para ustedes Colarte Puig” se hizo cotidiano, necesario para una ciudad que despierta y va a dormir con la voz de una radio citadina, universal.

De esas prácticas recuerdo su sueño incontenible después que almorzaba, y su risa, una risa equivalente a su estatura, que no dejaba dudas de que allí estaba Colarte, ese que jamás dejó en silencio al movimiento obrero, mucho menos a los hombres de la pesca; ese que todos conocían y que nada tenía que ver con la estrechez de su Polski.

No había cobertura aburrida si el Colarte estaba. Allí con su toallita verde, o azul, o amarilla, se secaba el sudor y tiraba cualquier chiste, cualquier anécdota, como aquella que lo enorgullecía de haber dejado al Vedado sin corriente, una noche cuando era estudiante de Periodismo, por tirar al tendido eléctrico unos tenis, una inocentada que logró evadir de las autoridades universitarias, que nunca supieron el autor de los hechos.

No había acera grande cuando sus manos se abrían para estrechar el abrazo del día; ni paz en un juego de dominó en la Unión de Periodistas si confrontamos en la misma mesa; yo para sacarlo de concentración, él para no dejar de reírse.

No había tardes de martes o miércoles en que no llamara al periódico para, desde la absoluta humildad, invitarnos a su espacio La prensa ante el micrófono, al cual muchos íbamos para no dejarlo empantanado, para no dejar colgado de la brocha al Cola, para juntos hacer Periodismo, aun cuando la voz temblara y las ideas se retorcieran cuando el director del programa decía: estamos al aire. Y preguntabas cómo estuve y él respondía: “escapá…”.

No había una historia en las redes sociales en que su like no estuviera presente, y cuando la noticia era novedosa, sus comentarios risueños corrían a la velocidad de la luz, siempre en la sintonía de compartir alegrías, buena vibra y congas virtuales. Por allí pasó el Colarte, por allí… #ColartePuig.

No había cobertura en que con toda ilusión dijera: “tengo trabajo para varios días, la radio tiene muchos espacios para llenar, no es como el periódico”. Fue un caballero de más de seis pies, de la amistad, de la vida.

La muerte se lo llevó como ladrón en la noche, tan de prisa, tan sin avisar… y queda el tristísimo mayo colgado del almanaque, la continuidad en la voz radial de Radio Ciudad del Mar…, el espejo roto y su silla vacía. Queda la inocente escena anclada a la memoria:

-Mamá, ¿quién es ese amigo tuyo que me quiere tanto? (dice Camila, 5 años)
– Un periodista de la radio.
– Será, entonces, el periodista más grande del mundo…

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Zulariam Pérez Martí

Periodista graduada en la Universidad Marta Abreu de Las Villas.

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