Cine y mafia: Honrarás a tu clan (III Parte)

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Los opus magnus del género se filmaron en el pasado siglo, no quepan dudas. Y no fueron, no, los habitados por aquellos parlanchines mafiosos tarantínicos, quienes infectarían de verborrea tanto cine posterior. La excelsitud de las grandes poéticas de la mafia (’30-40, en sentido general; y Coppola-Scorsese, en forma individual: Uno de los nuestros, documento descarnado de la degradación delincuencial, a mi criterio la obra maestra hasta hoy insuperable) no han encontrado parangón en cuanto va de siglo dentro de la pantalla norteamericana.

El cine estadounidense del hampa producido ahora posee, salvo bien delimitadas excepciones, una calidad media que en determinados casos estampa amagos evocativos de piezas significativas de la anterior centuria a la manera de Caracortada (Brian de Palma, 1983), Érase una vez en América (Sergio Leone, 1984), La encrucijada de Miller (Hermanos Coen, 1990) o Estado de gracia (Phil Joanou, 1990), pero cuya magnitud determinante se inscribe en la línea de empeños menores también pretéritos, como Billy Baghgate, Atrapado por su pasado, Hoodlum, Donnie Brasco o El imperio del mal. Ni siquiera los nada desestimables dramas policíaco-gansteriles Infiltrados (Martin Scorsese, 2006) y American Gangster (Ridley Scott, 2007), aportan demasiado, no sea reflejar la “actualización” del radio abarcador del trabajo  hamponil en el tiempo, puesto que la metodología sigue siendo la misma.

Lo más atendible de la finalizada década resultó -la ya por este autor en otros textos comentada- Camino a la perdición (Sam Mendes, 2002) y el trabajo desarrollado por David Cronenberg mediante Una historia de violencia (2005) y Promesas del este (2007) su “Padrino eslavo”, cual le ironizaran. La primera -cine que puntea aperturas a nuevos registros genéricos en el expediente expresivo del director canadiense-, lleva el género al espacio del hogar (como de algún modo lo hacía también Abel Ferrara en la personalísima El Funeral, 1996) y es una cruza curiosa de cine negro/western/gansteril dentro de un relato simbiótico jaezado en lo argumental por la necesidad de respuesta de un hombre de pueblo de pasado turbio (Viggo Mortensen) ante el arribo allí de mafiosos de oscuras metas. Los visitantes fungen como el elemento catalizador de la salida a superficie de corrientes subterráneas en el yo individual/escenario familiar y de la suerte de “mutación” experimentada por el personaje central, a quien no le queda otra que sumergirse hasta el fondo en una verdadera historia de violencia con el fin de preservar la familia fundada: núcleo humano consolidado a despecho de su pasado mob e incluso quizá de su propia naturaleza.

Cual bien anota el crítico argentino Horacio Bernades en La mafia de David Cronenberg (Página 12, 14 de febrero de 2008), en Promesas del este toma una historia de mafiosos que pudo haber sido otra más y la torna irrenunciablemente propia, con una cualidad inconfundible, que lleva a pensarla como segunda parte de un díptico iniciado con Una historia de violencia. “Son los temas que ambas despliegan, el modo en que lo hacen, lo que las marca como tales: la identidad como pozo sin fondo, la normalidad como fachada, la rareza de lo real, la preeminencia de la pesadilla (…) El guion escrito por Steve Knight hace proliferar deseos culpables, intrigas y traiciones, no sólo entre refugiados rusos, turcos y chechenos, sino también entre gangsteres jóvenes y veteranos, entre padres e hijos y entre hijos naturales y adoptivos (…) La escena más memorable de Promesas… tiene lugar en un baño turco, con Viggo Mortensen librando un feroz combate a mano limpia, y a pelo, contra dos cuchilleros. La desnudez refuerza la sensación de absoluta indefensión. Titánica danza macabra contra una muerte terrible, la escena -que ya pasa a formar parte de la más alta antología de la violencia en el cine- se cierra con una brutal agresión al ojo humano. Lo cual confirma a Cronenberg como el más genuino continuador contemporáneo de don Luis Buñuel”, aprecia el citado especialista.

(Continuará…)

(Texto publicado originalmente en la revista El Caimán Barbudo)

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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