Cine surcoreano: el embrujo de Chungmuro (III Parte)

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Pese a producir 800 películas al año menos que la India, la a todas luces más ecumenista pantalla de Chungmuro (área de Seúl, o “Pequeña Meca”, donde filmaron metraje de buena parte de las cintas nacionales; por ende apelativo de dicha filmografía) resulta, en cambio, asimilable en cualquier parte del mundo, salvando las grandes distancias culturales entre las distintas regiones.

Tal aseveración no encandila el farol crítico capaz de reconocer sus también innegables dosis de cocimientos puramente criollos, inextricables “coreanadas” surgidas al calor del proverbial cruce genérico sello de la casa del cual en múltiples ocasiones extraen beneficios artísticos pero que en otras aniquila la dramaturgia de sus propuestas; o la sobreabundancia de filmes de acción, melodramas for import, comedias románticas y cintas bélicas de acerba retórica anticomunista e incontenibles chorros de nacionalismo.

La pantalla perteneciente a la parte baja de esta península de milenaria cultura común dividida en dos sistemas políticos en perenne tensión, afincados tras el histórico e inevitable armisticio que puso el cese al fuego a una cruenta intervención estadounidense que dejó un saldo de 4 millones de muertos, ha transitado diversos momentos históricos de eclosión o retracción, en épocas de dictadura o democracia.

Remembramos con aprecio en el primer caso la “ola” de los ’60, con la espléndida La sirvienta (Kim Ki-young, 1960) al primer tramo evocativo. Empero, no son los pretéritos el objeto de interés de este artículo, sino los presentes, cuyos hitos primigenios comenzaron a manifestarse durante los ’90 (Sopyonje, del veteranísimo director de 101 filmes Im Kwon-taek, 1993: exponente medular del boom de dicha década), para luego proseguir a lo largo del primer decenio del siglo en curso a través de las filmografías de cineastas más jóvenes. Algunos nacidos en los ´60, entre quienes este autor privilegia en sus preferencias a Kim Ki-duk, Park Chan-wook, el ya aludido Lee Chang-dong y Bong Joon-ho, en igual orden, varios de cuyos filmes u obras reseñara de forma puntual a través de los años.

Las poéticas autorales suyas, conjuntamente con las de otros significativos realizadores a la manera de Jang Sun-woo (Mentiras, drama erótico de 1999) Kim Sung-su (El guerrero, filme épico de 2001), Hong Sang-soo (Mujer en la playa, drama intimista de 2006) o Im Sang-soo (La esposa del buen abogado, drama de 2003 y el remake de La sirvienta, 2010), por citar solo cuatro más a considerar entre varios otros, realzan desde el plano estético el corpus de una pantalla cuya identificación mayor con su público depende menos del respeto que tales nombres inspiran en Occidente -mas no tanto determinados casos en la mayoría de los 48 millones de surcoreanos, la verdad sea dicha-, que de la incursión de la vastedad de directores locales en todos los géneros.

Ellos extendieron su diapasón genérico/subgenérico a todos los rumbos posibles, desde el gangsteril, las artes marciales, la aventura épica, el terror en la mayoría de sus variantes, el cine de superhéroes, el policial y el tecnothriller hasta el drama histórico, la ciencia-ficción, el bélico y el catastrofismo.

Como es sabido, varios de estos infranqueables para gran número de cinematografías, por sus requerimientos técnicos, costo. O deseos de acometerlos.

(Continuará…)

(Texto publicado originalmente en la revista El Caimán Barbudo)

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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