Mercedes del Sol: Durante mucho tiempo seguí esperándolo…

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“Siempre fui muy inquieta, y para mantenerme alejada de mis travesuras, ocupada, cuando salía de la escuela, me enviaban a casas de maestras particulares. Yo siempre pretextaba que tenía que hacer la tarea rápido, porque mi mamá decía que íbamos a salir, o cualquier otra excusa. Terminaba rápido porque quería volver a la casa para cuando mi papá regresara del trabajo.

“Él tenía una moto, y mi delirio era montarme, y salir con él, a las cuatro o cinco de la tarde a visitar casas de amigos, de conocidos, o donde lo llamaran para curar, inyectar, poner sueros, sin ningún interés material.

“Por eso sentía idolatría por papá. En mi infancia, en mi imaginación era algo grande, lo admiraba mucho ya en ese entonces, porque siendo pobres, iba a prestar atención sin cobrar nada, y donaba sangre si alguien lo necesitaba.

Relata Mercedes del Sol Bonet, la hija mayor de Francisco del Sol Díaz, que su padre había tenido una infancia llena de penurias, y que por ello se vio obligado a dejar la escuela para ayudar a la familia de su natal Horquita; cortó y tiró caña para el ingenio Constancia. Luego fue a hacer carbón en Ciénaga de Zapata, y trabajó en las plantaciones de henequén, hasta que comenzó como empleado de limpieza en una clínica del barrio de Buenavista.

Francisco del Sol Díaz./ Foto: Cortesía de familia Del Sol Bonet.

“Ahí es que se interesa por la enfermería, y en la Clínica Cienfuegos logra adquirir el título técnico. Atrevido, muy competente, dicen que hacía procederes propios de los médicos. Como enfermero tenía prestigio en la ciudad. La gente lo quería mucho, donde quiera que fuera, porque era muy afable, un jodedor, siempre bromeando, haciendo chistes.

“Papá resultaba ser muy cariñoso y familiar. Siempre fue como el centro alrededor del que giraba todo; y conmigo era especial, porque era entonces su única hija, y eso lo disfrutaba mucho.

“Quienes lo conocieron aseguran que nos parecemos mucho, físicamente y en el carácter. Cuando hago alguno de mis gestos, o dicharachos, a veces abuela decía, “eso es una delsolada”.

Como enfermero, ocupó el cargo de máximo regular (categoría de enfermería), en el Distrito naval de Cayo Loco./ Foto: Cortesía de familia Del Sol Bonet.

AUSENCIA

“Le decían Pancho, pero mi mamá lo llamaba Frank. Se conocieron mientras ella acompañaba a su hermano que había sido operado, y más tarde compartieron la profesión en la propia Clínica Cienfuegos, (ubicada en calle 37, frente al malecón)”.

Se acompañaron en la inconformidad con los horarios laborales y los reclamos por el descanso retribuido y el derecho a matricular en la escuela de enfermería. Lugo vinieron la boda y la maternidad.

Frank, hostigado, y ahora único sostén de su familia, cambia de empleo para la clínica Moderna, ubicada en la Calzada de Dolores, y más tarde le ofrecen trabajo mejor remunerado en el Distrito Naval de Cayo Loco. Es 1948 y comienza a simpatizar con las ideas del líder ortodoxo Eduardo Chibás. Es el primer marinero cienfueguero que se une al M-26-7, fundado a finales de 1955, y se convierte en el enlace principal entre los conspiradores dentro del enclave militar y la jefatura del movimiento.

“En mi casa del barrio de La Juanita, a veces iban compañeros de él y conversaban aparte, conspiraban, pero yo no me di cuenta de eso hasta mucho después.

“Pero aquel 5 de septiembre supe que algo pasaba. Había un entra y sale raro en medio del tiroteo, de las bombas. Me tenían todo oculto, pero sabía que algo sucedía. Lo recuerdo como si fuera hoy, porque papá no regresaba.

“Había salido de madrugada. No me despertó antes de irse. Supe que mi hermana chiquita había tenido fiebre alta y que antes de salir, él le había dado un baño de alcohol, y que ese mismo día, en medio de la sublevación, envió a preguntar con alguien cómo seguía la niña”.

Frank había partido hacia Cayo Loco, tomado por los civiles y marineros, y allí recibió la orden de ocupar la jefatura de policía, acción que dirigiera.

“No lo vi más. Contaba mi madre que alguien vino a decirle que había muerto. Ella tenía siete meses de embarazo y dos niñas, y no podía moverse. Una de mis tías fue al cayo a averiguar por él. Pero la certeza la tuvo el día seis, cuando José Cañellas, un anciano sepulturero que coincidentemente vivía al lado de mi casa, le aseguró que lo había visto en aquella fosa común, en el cementerio. Dijo que los soldados de Batista les robaban las prendas, y él disimuladamente puso a papá a un lado, a riesgo de su propia vida, y le quitó el anillo de la logia Caballeros de la Luz a la que pertenecía, y se lo llevó a mi mamá.

“De inmediato no supimos cómo había sucedido, pero luego le contaron que fue en la Estación de Policía que se inmolaron, al acabárseles las municiones en el enfrentamiento contra los refuerzos de Matanzas y de La Habana. No se rindieron”.

Quedaron acorralados y presos, en el calabozo unos, otros en el patio, otros, fueron asesinados a mansalva, relatarían dos de los testigos presenciales.

“Cuando él muere, yo tenía siete años, mi hermana María del Loreto, no había cumplido el año, y mi mamá estaba embarazada de mi hermano, que nació el 15 de noviembre de aquel 1957”.

Ella le puso Francisco, y cuando fue mayor, le dio aquel anillo de la logia que aún atesora junto a los recuerdos que Mercedes, la hermana mayor que casi lo criara, les compartió a él y a María.

“Pero durante mucho tiempo no creí que estuviera muerto, aunque vi a mi mamá llorando aquel día, y ella misma me lo dijo. No lo aceptaba.

“Por esa causa, mucho quehacer que di a mamá. Era la ausencia de aquel amor que le tenía, que no sé con qué compararlo. Y cuando sentía un motor, corría: ¡llegó mi papá!, y salía a encontrarlo como cada tarde, porque en mi mente tenía la esperanza de que iba a volver, aunque estaba aquel anillo, igual lo esperaba.

“Y eso hizo más difícil, la vida de mi madre, que además era asediada por los esbirros batistianos”. Días después del levantamiento, registraron mi casa, y tengo esa imagen, las gavetas, las cómodas, tiraban los cuadros, la ropa, buscaban y rompían.

“Ella quedó muy afectada, muy nerviosa, frágil. Si sentía un avión, un tiro… Incluso nos prestaron una casa durante un año, porque ella no se adaptaba a la nuestra sin papá. Nunca se me olvida su estado durante la agresión mercenaria por Playa Girón. Lloró mucho tiempo escondida, pero también ocultas, las dos, escuchábamos Radio Rebelde.

“Se convirtió en madre y padre para los tres, por eso creo que era muy exigente con nosotros. Nunca más se casó, se dedicó a nosotros sola, sin trabajo, con la ayuda de mi tía Juana, hermana de papá, de la familia, vecinos, amigos, y la contribución del Movimiento 26 de Julio, que nunca nos abandonó, hasta el triunfo de la Revolución, porque aquel propio 6 de enero vinieron a la casa. Luego ella comenzó a trabajar y crecimos aunque extrañándolo.

“Pero mamá siempre fue muy cuidadosa de no involucrarme, porque a diferencia de mis hermanos, yo sí tenía recuerdos. Incluso ya era bastante grande cuando me llevó por vez primera a las peregrinaciones, y aún así todavía no admitía que mi papá estuviera muerto, porque en mi mente infantil, cuando alguien moría había que verlo ahí, velarlo, llorarlo, y yo no volví a ver nunca más a papá. Por eso me quedé esperándolo durante mucho tiempo”.

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