El oleaje de dos siglos de historia

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Doscientos años rompen, como olas, en el alma orgullosa de la ciudad de Cienfuegos. El salitre esparcido en el cuerpo de sus viejos y nuevos edificios, es la prueba de una vida que no sería sin el mar. Su economía, cultura y espíritu emergió de ese azul dominante, sobre el cual se reclina toda su existencia.

Fueron la bahía y la exuberante naturaleza alrededor, las semillas de la futura colonia. Así lo relató después José María Cienfuegos Jovellanos, entonces Capitán general y Gobernador de Cuba, durante su breve estancia en la Fortaleza de Nuestra Señora de los Ángeles de Jagua, en 1818.

“Cuanto dijese de la impresión que el paisaje me hizo se quedaría corto ante la realidad, escribió en sus memorias. Creía estar soñando. El mar, quieto, inmóvil, semejaba un espejo gigantesco reflejando el sol que empezaba a levantar sobre el horizonte (…) Cinco días anduvimos recorriendo aquellas tierras que fueron cinco jornadas inolvidables. A medida que progresábamos en su conocimiento, nos íbamos dando cuenta no sólo de su riqueza sino de sus extraordinarias posibilidades de colonización que hacían concebir las mayores esperanzas”.

El 22 de abril de 1819, el teniente coronel Don Luis De Clouet —de origen galo y cercano al Gobernador— consumó la voluntad de la corona española. Junto a otros 46 colonos franceses fundó la colonia Fernandina de Jagua, destinada a figurar entre las regiones más prósperas del país. En el actual parque José Martí, una roseta indica el sitio exacto donde comenzó a esbozarse la singularidad arquitectónica, urbanística e identitaria que hoy le distingue.

¿UNA URBE DISTINTA?

A ojos de moradores y visitantes, Cienfuegos resulta una ciudad diferente a otras en el archipiélago. La rectitud de sus calles, la armonía neoclásica y ecléctica de su arquitectura, así como su publicitado “origen francés”, persuaden a quienes tienen el privilegio de vivirla. Sin embargo, la mayor de sus peculiaridades está en ser, ante todo, una urbe de su tiempo.

David Liestter Martínez Ramos, investigador de la Oficina del Conservador de la Ciudad de Cienfuegos (OCCC), sostiene esta perspectiva, al aludir a las características del urbanismo y la arquitectura del siglo XIX cubano, periodo en cual irrumpe la naciente colonia Fernandina de Jagua.

“Se retoman entonces los referentes del urbanismo y la arquitectura clásicos, utilizados por los griegos y romanos: calles rectas, distribución en manzanas; esa idea como canon de belleza. Es el momento de la llegada del neoclásico a Cuba, el cual comienza aplicarse en las ciudades cubanas fundadas en este siglo y en los ensanches de las ya existentes. Cienfuegos responde a dicho contexto histórico.

“Por supuesto, incorpora elementos muy importantes. El arbolado en las plazas es uno de ellos, comentó. Sucedió, por ejemplo, con la antigua Plaza Real (actual parque Martí), cuando por decisión del Ayuntamiento se dispone la siembra de árboles en este sitio para amortiguar la incidencia del sol”.

Los portales en edificaciones de cara a parques y paseos, fue otra de las particularidades sumadas a la arquitectura local en 1833, apenas cuatro años después de recibir la condición de Villa de Cienfuegos y tras la ampliación de la Plaza Real a dos manzanas, una de las más grandes de la Isla. Asimismo, la concepción de paseos para el disfrute, el esparcimiento y la circulación vial, marcó su devenir al igual que en otras ciudades cubanas del siglo XIX, dada la trascendencia sociocultural de ese tipo de espacios desde el punto de vista urbano.

A criterio de una investigadora del calibre de la ya fallecida Victoria María Sueiro Rodríguez, el boom azucarero vivido en los años 30 del periodo decimonónico, condicionó tales progresos. “Se fomentaron nuevos espacios públicos, se delimitaron grupos y capas sociales, y proliferaron algunas manifestaciones culturales, entre ellas, la literatura, el teatro, el periodismo y la música”. La posterior creación de su primer coliseo en 1841 (el Isabel III) y la circulación de su primer periódico oficial en 1845 (Hoja Económica), acompañaron el pujante desarrollo del territorio.

La huella francesa no pasó imperceptible. Más allá de los protocolos notariales que demuestran la presencia de colonos galos en los orígenes de Cienfuegos, sus méritos constaron en la fundación y en el trazado neoclásico de la urbe. “No podemos decir que estas personas ejecutaran una arquitectura sólida y perdurable, porque al principio no era algo posible, advirtió Martínez Ramos. No existían los recursos, tampoco los maestros de obra para realizar grandes edificaciones. Sin embargo, luego sí hay un inmueble que aporta evidencias significativas.

“Fue la casa construida en 1832 por José Capote, el primer alcalde de la entonces villa. Hablamos del Palatino, vivienda ubicada en la intersección de las calles San Fernando y San Luis. Su estética barroca y gótica, ‘de columnas abombadas y arcos rebajados’, además de su distribución espacial, guardan semejanzas con la distribución planimétrica empleada por los franceses en su plantaciones de café al sur de los Estados Unidos y en islas del Caribe. En este tipo de arquitectura inicial de la ciudad, puede percibirse quizás esa influencia”.

Las investigadoras Lilia Martín Brito y Laura Cruz Ríos, defienden, no obstante, que la participación de los franceses en el desarrollo urbano de Cienfuegos “fue mucho más notable de lo que hasta ahora se conoce”. Al respecto, aluden a la figura del agrimensor francés Alejo Helvecio Lanier, a quien le atribuyen, entre tantas obras, el proyecto del edificio de la Cárcel en 1839, junto a Félix Bouyon. Otro ingeniero galo, Clemente Dubernard, dejó también su rastro en Cienfuegos, aunque todavía es incierto su legado en la arquitectura sureña.

Los años finales de la centuria que trajo al mundo a Fernandina de Jagua, no solo la vieron llegar con prisa, en 1880, al título honorable de Ciudad. Para la época, un nuevo e indefinido estilo (eclecticismo) comenzó a erigirse sobre sus inmuebles y los aires de modernidad oxigenaron el espíritu de sus habitantes.

CUBANO, PERO DE CIENFUEGOS

Para Carmen Capdevila Prado, especialista en Gestión del patrimonio documental, de la OCCC, el desarrollo de un trazado peculiar y moderno, de calles rectas, vistas al mar y luminosidad, influyó en la personalidad de los pobladores de esta urbe. “A la par se construyó, por interés político, social y cultural, el sano orgullo de tener un origen francés. Es —dijo— una tradición que defendemos y por investigarse aún mucho más. De ahí el afán del cienfueguero de estar físicamente agradable, elegante y bien portado”.

Tales cualidades fueron redefinidas luego bajo el término de “cienfuegueridad”, respaldado a ultranza por la investigadora Teresita Chepe Rodríguez, en alusión “al sentido de pertenencia que la ciudad crea, un embrujo que te hace cómplice de ella, de su cultura, de su ambiente marino”, escribió.

Poseer el Paseo del Prado más largo de Cuba, el único Arco de Triunfo, el mayor cementerio jardín (la necrópolis Tomas Acea) y la única fortaleza militar del centro de la Isla (el Castillo de Jagua), engrosaron las razones expuestas por la desaparecida estudiosa para fundamentar la atrevida noción.

“En amalgama rara de frontones, miradores, 23 cúpulas, credos diferentes, toponimias diversas y leones pareados, el cienfueguero vive, siempre de frente al mar, argumentó Chepe Rodríguez. Por eso nivela su bitácora al ritmo de los tiempos y ni pierde su rumbo, ni se aleja de la ‘lejana novia blanca’ que ilumina sus noches y lo arrima al ‘tronco de aquel árbol conmovido’, donde amanece más convencido aún del valor de sus colores en el hermoso abanico del país”.

Por ello, Capdevila Prado advierte en la “cubanidad” el primer elemento de la cienfuegueridad. “Somos habitantes de una isla y compete a todos el vínculo con el mar, opinó. Para nosotros, especialmente, es una marca desde la misma fundación: las mejores tierras, el desarrollo del comercio marítimo y del turismo, se asentaron alrededor de la bahía. Lo necesitamos para vivir; nuestros pulmones lo necesitan”.

La declaración de 70 manzanas de su Centro Histórico Urbano como Patrimonio Cultural de la Humanidad, en julio de 2005, apuntaló ese saludable donaire, al señalar a Cienfuegos “como el primer y excepcional ejemplo de un conjunto arquitectónico representativo de las nuevas ideas de modernidad, higiene y orden, en el planeamiento urbano desarrollado en la América Latina del siglo XIX”. Para los dos siglos de historia al que asistimos, fue pródigo el oleaje.

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Roberto Alfonso Lara

Licenciado en Periodismo. Máster en Ciencias de la Comunicación.