Covid-19: Memorias del 201 (+Video)

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Dos siglos y un año después la ciudad se refunda en el silencio.

El sitio donde sucediera el parto remite a aquel pasado casi desolador cuando Don Luis De Clouet, acompañado por otros 46 colonos franceses, trajo al mundo a Fernandina de Jagua.

Era 22 de abril de 1819 y el acto cristalizaba el nacimiento de la actual ciudad de Cienfuegos, sin la custodia de las majestuosas edificaciones que ahora parecen dormir sobre sus propios muros. Ni en los más remotos augurios o descabelladas profecías, se imaginó este sueño espigado, de calles e inmuebles y noviazgo con el mar, sumiso al arbitrario bostezo que hoy la pandemia de la Covid-19 impone a la vida urbana.

El parque Martí, corazón de la antigua colonia —desde el cual irrumpieron entonces las primeras 25 manzanas—, guarda la solemnidad de un museo al aire libre. La más veterana de sus construcciones, El Palatino, se asemeja a esas piezas conservadas con rigurosa exquisitez y bajo el refugio de otras que la escoltan en el obligado letargo.

Desde el mirador del Palacio de Ferrer irradia la siesta citadina. Las cúpulas de la Catedral y el viejo Ayuntamiento protegen el sueño como centinelas, mientras los telones del Teatro Tomás Terry esperan descorrerse, ansiosos, para la próxima obra. Las mañanas y las noches reposan sobre los bancos, entre los monumentos y esculturas que reverencian la identidad de la urbe.

Una fotografía menos soñolienta se retiene en las pupilas de aquellos que, requeridos de alimentos y artículos esenciales, transitan por el Bulevar de San Fernando, la arteria comercial más importante de Cienfuegos. Pero allí tampoco los días rebasan sus páginas con la habitual normalidad. Las grandes concurrencias que en ocasiones dificultaban el paso descansan en la calidez de sus hogares y una enorme mascarilla cubre el rostro de los negocios que aún operan.

Los 1,5 kilómetros del Paseo del Prado, el mayor de Cuba, se recuestan sobre su singular estilo, expresión de una voluntad urbanística y arquitectónica sin par en el país. Las horas del nuevo coronavirus adormecen su cuerpo y muy escasas personas recorren la extensa alameda. Aguardan el instante de retomar las andanzas y volver con girasoles adonde la icónica estatua de El Benny.

En el Muelle Real, las tardes caen, solitarias, encima del añejo espigón, con la única complicidad de la bahía y de las farolas que encienden, opacas, al oscurecer. A los lejos, el Malecón es un muro inerte que continúa regalando las mejores vistas sin entender el sentido de la ausencia. Todavía desde ambos lugares el sol expira con igual romanticismo, aunque falten amores para contemplarlo.

Dos siglos y un año después la ciudad se aferra a la vida, incluso cuando sus calles, edificios y espacios públicos pagan la tregua forzosa de la Covid-19. Esa condición, a ratos fantasmal, encumbra la devoción de sus habitantes y el deseo de vivirla otra vez a plenitud, con el mar siempre a los pies. Entonces, en las memorias de Cienfuegos, quedará escrita la peculiar celebración de su onomástico 201.

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Roberto Alfonso Lara

Licenciado en Periodismo. Máster en Ciencias de la Comunicación.

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