En Cienfuegos, buques de guerra norteamericanos

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Aunque oficialmente la Segunda Intervención Norteamericana en Cuba comenzó el 19 de septiembre de 1906, ya desde el día 16 de ese mes y año entraron a los puertos de la Habana y Cienfuegos, buques de guerra de ese país.

Internamente había llegado al presidente cubano Tomás Estrada Palma la respuesta del subsecretario de Estado norteamericano, mister Robert Bacon sobre la intervención en Cuba: “Descuide usted, que buques de guerra llegarán a su país en los próximos días, como usted solicitó”. La petición no podía ser más lacayuna, ni la respuesta más rápida.

Fueron los dos primeros buques que profanaron la independencia y soberanía cubanas en esta segunda oportunidad.   Eran los acorazados “Marietta” que arribó a Cienfuegos, y el “Dennver” que entró en La Habana. Luego llegarían otros.

El primer pensamiento de los cienfuegueros cuando lo vieron entrar al puerto sureño fue… “ahora a tener que soportar de nuevo esa infección de marines borrachos molestando a nuestras familias”, pero no sabían que comenzaba algo peor, una nueva intervención. Tres días después, cuando lo supieron por informaciones oficiales, en la Gaceta Oficial, comprendieron que “volvíamos a estar bajo las botas yanquis”.

Ocurrió que Estrada Palma hizo añicos la flamante Constitución, lastrada por la Enmienda Platt que permitía tales intervenciones, cuando decidió asumir un segundo mandato presidencial que no lo contemplaba el documento de “aquella República” realmente neocolonial. Entonces el partido opositor, el Liberal, se opuso tenazmente y produjo alzamientos en varios lugares de la Isla: en Las Villas, en Oriente y en Pinar del Río. Entonces Estrada Palma, al comprender que no podría contra sus enemigos políticos, como el marido burlado dijo : “si no es mía, no será de nadie” y solicitó la intervención. Y la República fue de quien siempre había sido.

Ya sea en 1902 o en las siguientes intervenciones, los cienfuegueros siempre rechazaron las amenazas, que no les infundían absolutamente ningún miedo./Foto: Internet

El Secretario norteamericano de Guerra, Willian Taft, en nombre del presidente Teodoro Roosevelt, asumió el mando de Cuba, buques de guerra y marines mediante. Otros buques, hasta el número de ocho, arribaron a otros puertos cubanos. En hipócrita declaración, Estrada Palma dijo lo que le obligaron a decir sus amos del Norte: “Los norteamericanos están muy disgustados por tener que intervenir de nuevo en Cuba, pero era necesario para mantener el orden público y la tranquilidad en la Isla…”. Realmente se alegraron de la nueva oportunidad para redondear sus negocios y apoderarse de lo que les faltaba, nuevas tierras de las más feraces, nuevas inversiones, la banca, etc. etc.

Más adelante, el interventor Taft comprendió que sus funciones aquí afectarían su imagen pública y su Carrera Política y decidió retirarse. Quedó a cargo, mister Wintrop, más experimentado en estos menesteres puesto que era Gobernador de Puerto Rico. Y más adelante, el presidente norteamericano consideró más conveniente enviarnos a Charles Magoon, que “atendió los asuntos del empresariado estadounidense” hasta el 28 de enero de 1909.   En esos tres años de la Segunda Intervención en Cuba primó la más absoluta corrupción política y administrativa. Se entronizó “la botella”, así llamado el nombramiento para un puesto estatal que realmente no desempeñaba esa persona, aunque sí cobraba. Así los gobernantes norteamericanos enseñaron los peores trucos para falsear los asuntos oficiales y engañar al pueblo, mientras se enriquecían a su costa.

En regreso a “la normalidad”, entró a gobernar el segundo Presidente cubano, el liberal General José Miguel Gómez, hasta el 20 de mayo de 2913. Promulgó el escandaloso negocio de la Lotería Nacional, que enseñó el juego al pueblo hambreado, y mantuvo a legiones de parásitos. Pero es que así era “aquella República”.

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Andrés García Suárez

Periodista, historiador e investigador cienfueguero. Fue fundador de 5 de Septiembre, donde se desempeñó como subdirector hasta su jubilación.

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