Ciencia cubana: el reto de cuidar nuestra nave orbital

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Transcurridos casi 20 años del siglo XXI, la comunidad científica internacional corrobora el augurio de Fidel Castro Ruz, cuando en la Cumbre de la Tierra de 1992 resaltó que la especie humana estaba en peligro de extinción.

En aquel momento, recién estremecidas las fuerzas izquierdistas con el derrumbe del socialismo europeo, el mundo tenía, parafraseando al poeta, aún muy corta edad.

Hoy son evidentes sus predicciones con la ocurrencia de eventos hidrometeorológicos extremos; temperaturas fuera de lo común con frecuentes rupturas de récords históricos; deforestación por acción humana, sequías e incendios forestales; y el efecto invernadero, entre otros factores.

Como dijera Graziella Pogolotti: “La cultura pacientemente construida a través de milenios, es la ecología propia de la especie, su destrucción significa la primera señal de nuestra extinción…”.

La situación del cambio climático agrava la salud del orbe; el dióxido de carbono y otros gases generados por actividad antrópica apabulla ciclos vinculados a los cambios graduales en la órbita de nuestro planeta alrededor del Sol; tal situación ha afectado el Ártico, considerado el “aire acondicionado” de la Tierra, y tiene actualmente las temperaturas más altas de los últimos dos milenios.

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En esa zona el enfriamiento de la nominada Edad del Hielo ocurrió por un característico movimiento de la órbita de la Tierra que gradualmente aleja esa área del sol, durante el verano en el hemisferio Norte; eso debió continuar, pero culminó con la revolución industrial, y la afectación no se detiene allí.

Conforme el hielo se derrite, deja al descubierto un agua oceánica de color más oscuro que absorbe los rayos solares en lugar de reflejarlos, lo cual acelera el efecto invernadero. Ese calentamiento también daña los glaciares, que al derretirse contribuyen al aumento mundial de los niveles del mar.

Cuba respalda la posición de las naciones pobres, que defienden una “responsabilidad compartida pero diferenciada”; es signataria de convenios de varias cumbres y pionera en la adopción de medidas colectivas para mitigar los efectos del cambio climático.

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Nuestro país ha librado una seria campaña para la sustitución de los gases de clorofluorocarbono que dañan la capa de ozono, estructurado en las ramas de refrigeración, aerosoles y bromuro de metilo.

Además, incursiona en todas las posibilidades actuales de la ciencia para revertir las tendencias negativas, mediante programas de lucha contra la desertificación y la sequía, a través de ramas como la reforestación, restitución de los suelos, el agua y la atmósfera.

Cada enero corrobora que el ritmo global es indetenible con el inicio de otra vuelta de la Tierra al astro rey; 2020 por ejemplo, sobrepasa ocho años la apocalipsis augurada por los mayas para 2012, pues los labios del tiempo no tragaron la vida, por el contrario, en cada lugar del universo surgen constantes soluciones de perpetuidad.

Urge entonces al hombre compensar esa dinámica de desarrollo, pues la contradicción del paradigma científico de modernidad y posmodernidad, con alternativas de sustentabilidad sitúan un asunto en la palestra: la vulnerabilidad ecológica es la del sujeto, que al actuar sobre la naturaleza la aparta.

Es preciso cuidar nuestra nave orbital, recordar las profecías del cacique Seattle, quien alegó desde los albores de la historia: “La Tierra no es de nosotros…, nosotros somos de la Tierra”.

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Dagmara Barbieri López

Periodista. Máster en Ciencias de la Comunicación.

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