China, la Nueva Ruta de la Seda y la desesperación estadounidense

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Segunda potencia económica del planeta desde 2010, cuando destronó a Japón de tal puesto, la República Popular China posee el potencial para convertirse en un plazo que oscila entre menos de diez años a algo más de tres lustros, según los criterios de distintos especialistas, en la nación puntera del mundo en ese decisivo campo, por arriba de los Estados Unidos, el actual y último líder occidental de la historia de la Humanidad.

De acuerdo con un respetado consultor de negocios como Gerald Celente, citado por Russia Today, “alrededor de 2026 el Producto Interno Bruto (PIB) de la nación asiática no solamente sobrepasará al del país de Norteamérica; sino que también su clase media (por arriba del 50 por ciento para entonces, acorde con sus vaticinios), será mayor que la de su rival económico”.

Atestiguar lo anterior en un Estado que solo cuatro décadas y medias atrás tenía mil millones de ciudadanos en la pobreza habla del éxito colosal de Beijing en el estratégico frente del desarrollo económico.

A la filosofía de la guerra propugnada por el sistema político en Washington, en la nación socialista rectorada por el Partido Comunista responden con la del comercio y la expansión económica. Así, China manifiesta crecimientos anuales superiores en cerca de cuatro veces al de la superpotencia occidental.

En tal sentido, cobra extraordinaria fuerza una iniciativa de carácter macro y universal como la Nueva Ruta de la Seda, presentada en su primera versión, mucho más modesta que la actual, por el presidente, Xin Jinping, en 2013.

Se trata de un megaproyecto de integración económica de Asia, África y Europa, a través de gigantescas inversiones en infraestructuras.

Una red de corredores energéticos, vías de comunicación y transporte, terrestres y marítimas, e integraciones financieras, destinada a afianzar y expandir la economía global. Con su lanzamiento previsto para 2021 (otras fuentes hablan de 2025: Nota del Autor) y una perspectiva hasta 2049, ya implica, como proyecto, a una sesentena de países muchos de ellos sin más cálculo que recibir inversiones chinas que representan el 70% de la población mundial, el 55% del PIB y el 75% de los recursos energéticos globales conocidos. La iniciativa se basa en tres principios: apertura hacia todos los países, carácter integrador basado en el respeto a la idiosincrasia y opciones de desarrollo de cada uno de ellos, y normas de mercado (…)”. Así la explica el experto Rafael Poch, en ensayo publicado en el medio digital español CTXT.

Lo cierto e impresionante es que la Nueva Ruta de la Seda posee capacidad de configurar un mercado diez veces mayor que el estadounidense y dispone de prolijos recursos del Nuevo Banco de Desarrollo (de los BRICS), del Fondo Ruta de la Seda y del Banco Asiático de Inversión e Infraestructura.

Tamaña empresa sinocéntrica preocupa sobremanera a un imperio como el norteamericano, abocado a estampar sus últimos coletazos en la arena mundial, pese a su inigualable poderío bélico, el cual mantiene y mantendrá durante varios años. Recordemos que, hace un mes, el emperador lunático tildó de “locura” un presupuesto militar de 716 mil millones de dólares para el año fiscal 2020 y subió la parada de solicitud de gastos para el Pentágono a los 750 mil millones de dólares.

Ante el empuje sostenido chino, los estrategas y halcones yanquis plantan un sinnúmero de escollos y traspiés (guerras comerciales, draconianas políticas arancelarias, mayor presencia militar en la zona geográfica cercana…).

En su artículo China y el nuevo orden mundial, el nonagenario científico social Noam Chomsky plantea que Washington reacciona al avance del gigante asiático con “desesperación”. En dicho texto, el intelectual progresista recordaba que, ya en fecha tan temprana como agosto de 2010, el Departamento de Estado advertía de que “si China quiere hacer negocios en todo el mundo, también tendrá que proteger su propia reputación, y si alguien adquiere la reputación de un país dispuesto a evadir y esquivar las responsabilidades internacionales, eso tendrá un impacto a largo plazo… Sus responsabilidades internacionales son claras”. En otras palabras, que debe seguir las órdenes de Washington.

Y complementaba Chomsky que a futuro sería “poco probable que los líderes chinos se sientan impresionados por tales declaraciones, que constituyen el lenguaje de una potencia imperial tratando desesperadamente de aferrarse a una autoridad que ya no posee. Una amenaza mucho mayor que Irán a su dominio internacional es una China que rehúsa obedecer sus órdenes. Y que, de hecho, como potencia mayor y en crecimiento, las descarta con desprecio”.

Se trata de un megaproyecto de integración económica de Asia, África y Europa, a través de gigantescas inversiones en infraestructuras. /Foto: Internet

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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