En la suave vergüenza de unas manos

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Si el joven Ernesto Guevara se hubiera dedicado a la Antropología, como en 1954 le comentó que iba a hacer a su amiga guatemalteca Myrna Torres Rivas, tal vez su nombre, su imagen y su ejemplo no andarían hoy el mundo entero.

Ya galeno, al ver a la anciana paciente María, moribunda, sin remedio, en un hospital de México donde trabajaba, le pidió en un poema: «Toma esta mano de hombre que parece de niño / en las tuyas pulidas por el jabón amarillo. / Restriega tus callos duros y los nudillos puros / en la suave vergüenza de mi mano de médico (…)».

Un día Myrna nos dijo, al evocarlo: «Quiso siempre a los humildes. Aparentaba dureza, pero fue justo y tierno con los pobres. Aunque a veces parecía pesado, era noble, sensible y sencillo. ¡No había engaño en él! Lo visité en su oficina de Comandante y Ministro de Industrias. Me dio un abrazo. Lo vi acariciar a su perro Muralla y me preguntó por mi perrita azteca Ballerina. Ejercía “con delectación de artista” la honestidad, el valor al decir las cosas y la coherencia entre su hablar y su actuar»1.

Muchas cosas sobre el Che comentan los traidores, cuando ya él no puede defenderse: Que fue un hombre muy grande, aunque limitado a su tiempo, y a una circunstancia irrepetible. Que era muy bueno, de ideas altruistas, pero solo realizables en un futuro no previsible.

Creer esto es castrar el contenido visionario, sabio y rebelde del Che. Es dejarlo listo para ocupar el inocuo lugar de los muertos ilustres en el que la burguesía y la socialdemocracia pusieron a Carlos Marx, como afirmó Lenin al inicio de su libro El Estado y la Revolución.

Sin embargo, en verdad nos acompañan su imagen, su obra y su legado, que cuando van juntos son más fuertes y no pueden ser despojados de su savia genial, valiente, austera y creadora, un manantial de pensamiento y combate para  liberar personas y sociedades, y crear un nuevo hombre y una nueva cultura.

Los jóvenes no pueden ser tímidos ante el estudio de la obra de Ernesto Guevara. Hay que apropiarse de su pensamiento como de la historia entera. Él mismo exhortó: «La juventud tiene que crear. Una juventud que no crea es una anomalía realmente», les dijo a los jóvenes en el segundo aniversario de la integración del movimiento juvenil cubano.2

No podemos llegar a su puerta revolucionaria y quedarnos parados, sin atravesarla, pensando que los manuales no pueden estar equivocados. No podemos pensar que la Revolución que camina por las calles no existe, solo porque no encaja en los manuales.

«La velocidad de una Columna guerrillera —decía el Che— está determinada por la velocidad del guerrillero más lento», máxima cargada de humanismo, porque la suerte de cada uno depende de la suerte del todo y el individuo solo puede realizarse en sociedad.

El Che que debemos llevar —y llevamos y lleva también el mundo en la mochila y el corazón— nos salvó y nos salva la vida muchas veces como un ángel guardián. «Cada combatiente camina separado del siguiente, para evitar la emboscada. La vida del guerrillero depende de la vigilancia permanente, de la movilidad permanente», consejos suyos que ahorran vidas y sufrimientos.

Hoy en el orbe, la juventud más sensata y progresista decide tatuarse su imagen y su rostro hasta en su propia piel. La impronta de su vida rompió todas las fronteras y navega en los ríos, en los mares, en la historia, en las computadoras y en las almas. El planeta entero sabe quién dijo que debíamos «luchar contra el imperialismo donde quiera que esté», porque no se puede confiar en él ¡ni tantico así!

Llueven expertos en cómo no hacer una Revolución. Dicen que no es el momento de avanzar, que hay que convivir tranquilos, esperar que el mundo cambie, pues el imperio es fuerte.

Cuando los enemigos de sus ideas piden hacer un híbrido entre capitalismo y socialismo y argumentan que el socialismo soviético fracasó porque era muy socialista; que el pueblo no entiende, si no hay estímulos materiales; que la Revolución no es posible y el marxismo-leninismo no tiene nada que decir a Nuestra América y al mundo, entonces el Che toma en sus manos su M-2 de Bolivia; la espada de Bolívar que le entrega Chávez; los machetes de Céspedes, Gómez, Maceo, Agramonte, Serafín Sánchez, Calixto y Vicente García; la Thompson de Camilo; los «hierros» de Raúl, Almeida y Ramiro; el fusil de mira telescópica de Fidel; el revólver de Martí, y echa a andar como en Cinco Palmas, pero ahora encabezando pueblos hacia su liberación.3

Su última orden de combate, dada a sus captores y asesinos, en la escuelita de La Higuera, fue muy clara y muy firme: «¡Disparen, no tengan miedo, que van a matar a un hombre!»4.


FUENTES:

1 Entrevista a Myrna Torres, Luis Hernández Serrano, Juventud Rebelde, 14 de junio de 2003.

2 El pensamiento del Che y los desafíos de hoy, Fernando Martínez Heredia, Revista Contexto Latinoamericano, No. 6, Ocean Sur, diciembre 2007, páginas 126, 127 y 128.

3 El Che tatuado, Antonio Aponte, la misma revista, páginas 138-142.

4 Ernesto Guevara, Armando Hart Dávalos, Perfiles, página 263.

El texto original fue publicado en Juventud Rebelde.

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5 de Septiembre

El periódico de Cienfuegos. Fundado en 1980 y en la red desde Junio de 1998.

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