Cautivos del pregón

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Autor: Adrián Millán

El pregón, en la calle, lo devolvió el comerciante por cuenta propia —autorizados o no— que cada día nos sorprenden con su tonada en cualquier lugar de nuestra bella ciudad. Los verdaderos, por tradición, andan a pie o empujan una carretilla atiborrada de productos del agro —muy difíciles de conseguir por vías normales—, aunque también los encontramos por las amplias calles, sosteniendo grandes cajas sobre sus bicicletas, de diferentes tamaños y modelos, llenas de un oloroso pan, muy temprano en las mañanas, pregonándolo en ocasiones con  tonos desmedidos, que despiertan a más de un citadino en sus días de ocio.
Se les escucha desde el amanecer hasta el caer la tarde, con su melódico canto, unas veces rítmicos, otras ingeniosos, o desafinados al oído, por su atroz entonación y el sentido de sus palabras. Todos pudieran clasificarse como maravillas de la comunicación oral, llamando la atención del transeúnte o de aquellos que los escuchan detrás de la fachada. Jamás pasan desapercibidos, que sería la peor suerte de un pregonero.

Su propósito bien fundamentado es que las personas noten su presencia, les compren o no, sus muchos y caros productos, tratando que el tintineo de las monedas armonice con el eco de su canto comercial, dentro de sus abultados bolsillos, en detrimento de los menos favorecidos.

El comerciante ambulante, para triunfar, aplica sus artes en función de los negocios; no es solo encontrar un canto pegajoso que marque la diferencia con sus competidores, es tener la habilidad de lograr y obtener grandes plusvalías con su mercancía, llegando en los momentos en que hay más personas en las calles o dentro de las propias casas, pasando siempre a determinadas horas, una vez haber logrado acostumbrar a la clientela.

El “panadero” lo hace durante todos los días por ser este un alimento tradicional en la mesa cubana, sobre todo durante las primeras horas de la mañana, haciéndole competencia, a aquellos que elaboran comestibles elaborados para consumir con el solo propósito de ir para el trabajo con algo que no sea solo un buchito de café.

El éxito del pregonero es ganarse la confianza de los consumidores que viven en la zona donde han decidido ubicarse para vender su producto, sobre la base, en muchos casos, de la calidad, sin tener en cuenta el costo de los productos por ellos ofertados, cuidándose del tiempo, para no verse precisado de tener grandes pérdidas, después de un buen aguacero tropical en verano.

Resultan muchos los poquitos que debe reunir un buen vendedor ambulante, aunque la tonada constituye su carta fundamental, la cual llama la atención de la gente, que sabe muy bien cuando tiene ingenio y creatividad. Hoy han escogido nuestro privilegiado Centro Histórico Urbano, y sus céntricas esquinas, para sus fines, entre las que se encuentran San Carlos y Hourruitiner, San Fernando y Gacel, o San Fernando y Hourruitiner, llenándolas de vida y vivos colores; pero en otras partes, en ocasiones su vestimenta, porte y aspecto dejan mucho que desear, contrastando con un área llamada a ser de excelencia, una vez que la UNESCO la premiase por sus valores urbanísticos, conservados hasta el delirio por hombres de bien.

Algunos, incluso, llegan a acostumbrar de tal manera a su clientela con su decir al pregonar, que al ausentarse por cualquier motivo, hacen que se extrañen sus cautivos pregonados, sorprendidos, a pesar de ser víctimas de sus estratosféricos precios. Y los hay también que se emocionan tanto al cantar su pregón, que pudiera llegarse a pensar que les gusta más su expresión comercial, que vender su producto.

Existieron otros pregones que por su cadencia y buen tino inspiraron a excelentes creadores de la cultura en el pasado siglo XX, algunos de la valía de Moisés Simons, con la inconfundible Rita Montaner, como interprete inigualable, del dulce maní, o las frutas del Caney, de Félix B. Caignet, para concluir en nuestro rico menú, con El Botellero, de Gilberto Valdés.

En nuestro Cienfuegos existen muy buenos y populares pregones, como los que anuncia un ¡Floreeerooooo!, ¡Floreeerooooo!, cual tenor por las calles de la ciudad; también existió otro clásico: ¡Pan suave, suavecito, suavecito! —que ya no se escucha—, o aquel que dice ¡Pan, panadero!, sobre su rojo rocinante de dos ruedas, alcanzando el tono hasta el infinito, para terminar la tonada con ¡si no está caliente me lo devuelves!

Sentimos todos que ahora estamos en un buen momento, pues se están recuperando tradiciones que datan del siglo XIX y principios del XX en nuestra ciudad, nacidas, por demás, en el marco urbano de las urbes de Cuba, con tonos, sonidos y practicas, perdidas desde hace muchos años. Bienvenidos los buenos pregoneros, con sus particularísimas formas de anunciar, que tanto de natural y ocurrente tienen, capaces en muchos casos de quedar petrificados en la memoria popular, pasando a la historia como únicos.

* Historiador, MSc. de la Oficina del Conservador de la Ciudad.

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5 de Septiembre

El periódico de Cienfuegos. Fundado en 1980 y en la red desde Junio de 1998.

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