Carlota Joaquina, princesa de Brasil
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Siendo Brasil un filón dorado de motivos argumentales de carácter histórico, la épica sin embargo no resulta el pie inspirador de muchas películas.
Recuérdense a través de las dos décadas más recientes, por ejemplo, Corisco y Dadá (Rosemberg Cariry, 1996); Anahys de las Misiones (Sergio Silva, 1997); Policarpo Cuaresma, héroe de Brasil (Paulo Thiago, 1998) o Brava gente brasilera (Lucía Murat, 2000).
Son obras de correcta factura, en el primer caso pudiera decirse casi que virtuosa; pero carentes de consistencia narrativa en segmentos del relato y capacidad de síntesis expresiva.
Ninguna de las mencionadas es superior a la análoga, por tema, Carlota Joaquina, princesa de Brasil (Carla Camurati, 1994), por otro lado la película nacional más vista en ese país suramericano durante la década de los noventas.
Este filme -idolatrado allí pese a causar ciertas controversias por satirizar a la princesa de las cortes españolas quien, para 1785, y con solo diez años de edad, fue casada con el heredero de la corona portuguesa, Joao Braganza; luego exiliada en Brasil-, hubiese marcado puntos de inflexión, definido rumbos o variado giros de no constituir un hecho eventual, prácticamente irrepetido a lo largo de esa década.
La pantalla brasilera del cuarto de siglo en marcha guarda muchas deudas con el pasado histórico de la gran nación.
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