Carlos el limpiacalderos, oficio de honrada cubanía
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Carlos Bandomo Toledo tiene el sui generis oficio de limpiar calderos. De sus 57 años, ha dedicado 18 a dar brillo a las cazuelas, ese parangón que mide la limpieza y hasta la calidad del trabajo de quien rige en la cocina. Si los calderos brillan, usted es am@ de casa de altura.
Pero este es un trabajo alternativo porque el principal es como custodio, ahora en Mantenimiento de la Empresa Alimentaria, antes en el Hospital, y tras sus guardias y en los días de “descanso”, agarra su bicicleta y se va de barrio en barrio, con una cazuela de muestra y un cartel que anuncia el precio, a 80 pesos el caldero limpio, y en el que se aprecia un mensaje de protección epidemiológica. “Manténgase a dos metros de distancia”.
“Yo comencé por limpiar los de mi casa, después los de los vecinos, y así me hice de una clientela, lo mismo estoy en Pueblo Griffo, Junco Sur, Punta Gorda o aquí en Pastorita. No creas, es un trabajo duro, tras un día faja’o con los calderos en la noche me duelen las manos, y hasta pierdo la fuerza.
“Hay que quedar bien con la gente, que al final les guste como quedan, y no quedarse con un caldero de nadie, aunque el dueño lo olvide, tuve uno —de Muñoz, el pelotero— guardado por más de tres meses, hasta que fui por el barrio y se lo devolví”.
Un cajón lleno de herramientas inventadas por él, limas afiladas, lijas, cuchillas, viajan con Carlos en su bicicleta, esta suerte de trotacaminos que va tras el brillo de unas cazuelas, esas que en nuestras cocinas se heredan de generación en generación.
“Estoy en los lugares hasta que se agotan los clientes, voy de zona en zona, por ejemplo, aquí en Pastorita, la meta es el policlínico, y después me voy para Pueblo Griffo, y así voy rotando de barrio en barrio”, cuenta Carlos, mientras toma con sus maltratadas manos un tabaco que está por la mitad, sonríe y me dice, los cigarros están muy caros, prefiero fumar un puro, dura más y cuenta 20.00 pesos en la calle.
“Para mantenerlos y conservar el brillo, deben limpiarlos con jabón de baño y un estropajo”, aconseja mientras le “mete mano” a uno de mis sartenes. “Yo vivo en Pueblo Griffo Viejo, detrás de la fábrica de dulces El Faro, o el antiguo Faro, como le dicen.
“Me levanto temprano, agarro mi cajón de herramientas y la bicicleta, y llego hasta el barrio que ya tengo seleccionado; aquí frente al 18 plantas llevo muchos días, y este lugar me gusta”, cuenta al referirse al parqueo de mi Torre, donde la gente anda más ocupada en bajar y subir en el elevador antes de que llegue el apagón, que en dedicarle tiempo al brillo de las cazuelas, y prefieren, como yo, llevarlas donde Carlos, el Rey del brillo.
“Te voy a decir algo, un caldero limpio, sin la capa de grasa que lo cubre, es más económico para cocinar, se calienta más rápido y ahorra gas y corriente”, abunda, y sus palabras corren como un mensaje de ahorro de energía, de esos que por estos días días colman el éter y los espacios televisivos, no sin su efecto boomerang, pero válido.
“La gente no compra calderos, son caros, los cubanos preferimos conservar los de toda la vida, limpiarlos es un trabajo seguro”, abunda Carlos. Limpia un promedio de diez cazuelas en una jornada, comienza tempranito, y sobre el mediodía ya va de vuelta a casa, a descansar de la dura faena de dar brillo a las cocinas, oficio de honrada cubanía, desde la sencillez misma.
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Tenemos mucho que aprender de ese señor.
Yo adoro limpiar el tizne de los sartenes y ollas de mi casa. Aún me pregunto por qué eso me entretiene tanto.
Delvucho, a mi me gusta que estén relucientes, pero no tengo fuerzas para limpiarlos, encomio a Carlos
Un trabajo duro pero muy útil, que la familia agradece y no todos queremos hacer.
Gracias por leernos y comentar, pues sí que es duro, un oficio necesario