Camino a la perdición: la venganza de Sullivan

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“Hay muchas historias sobre Michael Sullivan. Algunos dicen que fue un hombre decente. Otros dicen que no fue del todo bueno. Pero yo solo pasé seis semanas junto a él, en el invierno de 1931. Esta es nuestra historia”. Así, con las palabras en off del hijo de Sullivan, comienza la película de Sam Mendes Camino a la perdición (Road to Perdition, 2002).

En efecto, son seis las semanas de la vida de un hombre y su hijo que atrapa el arco temporal de esta historia ambientada en tiempos de la Ley Seca, de la expansión de las mafias. Michael Sullivan (Tom Hanks) es un matón pueblerino a sueldo del cacique local John Rooney (Paul Newman), casi un padre espiritual para él, pues lo protegió desde siempre. Cierta noche Sullivan y el hijo de Rooney protagonizan, por culpa del segundo, un acto sangriento que es observado, desde el auto donde se había escondido, por el pequeño de Sullivan. El desenfrenado hijo de Rooney, al saberlo, mata a la esposa y al otro de los retoños de su compañero en el crimen, a quien también ordena ejecutar. Lo que comienza ahora es la historia de una venganza fría, medida, despiadada, mas necesaria.

Antes de la consumación de un rito que forma parte del ciclo inacabable de la violencia que sembró la época, el modo de vida y el sistema, seremos testigos del crecimiento mental abruptamente acelerado de un niño, así como el tránsito por los distintos grados del dolor y la ira de su progenitor. A este personaje central lo defiende un Tom Hanks totalmente salido de casilla, dando fe de su elevado potencial histriónico en papel situado en las antípodas de sus bonachones héroes de siempre, en tú a tú literalmente celestial con Paul Newman: dos buenos históricos convertidos en malos con extrema pericia por Sam Méndes.

Francois Truffaut sostenía que no existen películas malas y películas buenas, sino directores malos y directores buenos. Si ello fuera así, el de marras sería un buen ejemplo. San Mendes, realizador británico considerado un genio de las tablas en la escena londinense y emigrado al cine vía Belleza Americana, estupenda cinta ganadora del Oscar años atrás, efectúa el proceso alquímico de convertir en cine nuevo y de gran calibre material ya tratado por la historia fílmica norteamericana, elementos compositivos genéricos incluso establecidos desde pleno esplendor de la serie negra y el cine gangsteril de los años 30 y 40. Aunque de lo que se trate es de rendir homenaje de modo peculiar a tal franja fundacional de la pantalla estadounidense, Mendes se desmarca de los estándares preconcebidos, confiriéndole una estilización visual soberbia a toda esa atmósfera claustrofóbica del cine negro, al tiempo que le imprime a dicho género una dimensión épica y lírica, de aliento shakesperiano.

Para conseguir lo primero reunió a un equipo técnico experimentadísimo que ha escuchado con sagacidad sus indicaciones. Conrad L: Hall, también su fotógrafo en American Beauty, a través de las gradaciones de luz, el uso de tonalidades monocromáticas, profundidad, su fabulosa recreación del invierno en el MedioEste y el trabajo de cámaras afilado en las tomas de lluvia (esa lluvia que es al noir como el bosque o la niebla al terror), consigue una elevada elaboración formal de la labor fotográfica, visualmente arrobadora: rinde una faena de magisterio en la escena de la balacera vengadora de Hanks bajo la lluvia. La apoyatura en el diseño de producción de Dennis Gassner y la música de Thomas Newman le ayudan a completar a Mendes la consecución de instantes formales de lujo.

Su guionista David Self se aparta de los motivos estilísticos genésicos -el manga nipón y otras perlas de esos lares- de la novela gráfica de Max Allan Collins ilustrada por Richard Piers Rayner en que está inspirada la cinta, y conforma un libro cinematográfico de ribetes clásicos, del cual se vale el director, en su inveterada vocación de cartógrafo, para proseguir confeccionando su mapa personal de esa gran tragedia americana que ya empezó a contar nada cronológicamente desde el tedio sin escurrideras de la clase media finisecular en Belleza…, al que ahora añade otro trazo definidor, mediante esta descripción contundente de la violenta nervadura genésica de un siglo de eternos crímenes y eternos castigos en la Norteamérica objeto de su atención.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

2 Comentarios en “Camino a la perdición: la venganza de Sullivan

  • el 22 enero, 2017 a las 9:03 am
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    Gualterio, la claridad meridiana que expresas en los orígenes y consecuencias del fenómeno es tal, que estaría muy bien que valorases la posibilidad de escribir ensayos sobre estos temas. Yo no puedo decir otra cosa que concuerdo contigo en tales planteamientos a lo que agregaría el hecho de que la escasa participación (que en términos totales de la sección, preciso, va por arriba de la media en el órgano) también guarda alguna relación con el todavía escaso nivel de conectividad, mayor que en períodos precedentes, pero aun insuficiente a todas luces y de cara a lo cual se trabaja. Una vez más te agradezco tus reflexiones, que oxigenan e iluminan la página. Éxitos, Julio.

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  • el 21 enero, 2017 a las 9:15 pm
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    Mira, Julio, el problema de la poca interacción que aún tenemos en el periódico arranca, según mi experiencia en Cuba y punto de vista, en los años 80 del siglo pasado cuando comenzó a desvanecerse el movimiento de cine clubes en las universidades, que no querían costear los gastos de alojamiento y transporte a los críticos de cine, ni de las delegaciones extranjeras de cineastas; cortaron fondos y este problema lo discutimos en la oficina de Jose Antonio González, en el ICAIC, cuando estaba en vida. Incluso, comenzaron a poner obstáculos a la distribución de películas. Luego comenzaron los rectores a darle un pobre apoyo a las críticas en TV, radio y el periódico, porque a partir de los 80 cobraron preponderancia la ingeniería y las telecomunicaciones en el MES y la crítica de cine comenzó a verse como un moscón molesto y sin utilidad. Hemos llegado al punto que a una graduada en Informática, llegada de Cuba a Sarasota, recientemente, delante de mi mujer, un americano le preguntó qué pensaba de “Lo que el viento se llevó” y ella le contestó: “¿Qué cosa es eso?”. Sin embargo, en una entrevista que le hicieron el viernes pasado al Papa Francisco, declaró que no ve TV desde 1990, pero dijo que sí era asiduo del cine y le gustaba Wadja, Kurosawa, los neorralistas y algunos franceses. Se demuestra por la poca participación de los lectores en el periódico, que se ha perdido el fondo de cultura cinematográfica en la población, algo alarmante, que la gente quede sin referencias de fondo cultural, ante el impacto actual abrumador audiovisual de tecnología avanzada industrial en los medios alternativos, donde la única defensa de la cultura nacional y la identidad es el bagaje intelectual que tú tengas y con el cual te puedas defender del kish, la banalización de la cultura actual y la basura subliminal. Debido a que pienso que una buena parte importante de la cultura nacional está en la crítica de cine, el arte de todas las artes, pienso que hay que crear grupos de amantes del cine en los pre y las universidades, que con las armas de la crítica y la comunicación humana de persona a persona (que jamás sustituirán los medios), se animen y se provean de instrumentos para participar en este periódico, que es uno de los pocos baluartes que nos quedan en este terreno. Sinceramente, la suerte de la cultura está echada. http://lamedicinadecuba.blogspot.com/

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