Caballo de guerra, un Spielberg de segunda línea

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Familia, guerra, épica, animales, nuevas generaciones, amistades, separaciones, lecciones morales, melodrama, melifluidad, ampulosidad, gigantismo: Caballo de guerra (War Horse, 2011) zambulle en una batidora rota las anteriores constantes temático estilísticas reafirmadas en la filmografía de Steven Spielberg -a todas luces de forma mucho más convincente y atinada en diversos filmes anteriores, algunos joyas del cine-, para gestionar este líquido intragable: mutación autocondescendiente de cine blanco de malformaciones nacidas del incesto formal. Cansino, retórico, subrayado hasta el delirio. De colmo, como si estuviese rodado en el paleolítico de la pantalla.

Sí, obvio, sabemos que el gran narrador de Tiburón no es ningún advenedizo, merece sumo respeto y que en una película suya, incluso la peorcilla a lo Munich o Indiana Jones IV, todo tiene su presunta justificación. Ahora, Spielberg desea, ex profeso, inspirarse en el cine de los años 30-40-50 , Fleming, Capra, Wyler, el clasicismo hollywoodense -hasta a su habitual fotógrafo Janusz Kaminski pone a copiar planos/fondos de su admirado John Ford, como ya hizo en La guerra de los mundos– para contar el relato con olor a La telaraña de Carlota sobre este muchacho enamorado del purasangre Joey, al cual el azar le envía a la guerra, pero con cuyo cariñoso hocico habrá de reencontrarse luego de años de fuego e infinidad de sortilegios requeridos para la supervivencia del fenomenal equino nada parecido a Mambrú.

Spielberg habla del valor de la amistad, el significado de la tenacidad, el poder de la esperanza, la solidaridad y de otras cosas bellas. Mas, caramba, ¡de un modo tan pueril¡ Incluso el políticamente correcto creador de Salvar al soldado Ryan o la pro bélica teleserie The Pacific dedica dos líneas soltadas entre la pólvora de las trincheras a la fuerza destructora de la guerra, le hace un planito-guiño del interior de estas al Kubrick de Senderos de gloria y plagia al Danis Tanovic de En tierra de nadie durante la escena de confraternización entre los soldados enemigos. Bravo. Si bien él deja claro que la cosa no va de combate, sino de alazanes. En su mismo lenguaje pues, voluntad más férrea que la del caballo Joey precisa poseerse para deglutir las dos horas/veinte (estiradas innecesariamente sin ninguna razón dramática) de su versión fílmica sobre la novela de Michael Morpurgo trasladada luego al teatro.

Steven Reloaded debió nombrar la cinta el firmante de Minority Report: comenzando por la música del maestro e inveterado compañero suyo John Williams -empleada no más arrancar el plano inicial sin criterio de inserción, por momentos de forma desmesurada-, y terminando por la extraordinaria carga sensiblera que envenena el torrente sanguíneo del largometraje hasta su deseado fin. Los incontenibles diques sentimentales de War Horse, unido al exhibicionismo megalómano de un Spielberg casi nunca tan fuera de sí, arrastran con los hallazgos expresivos o los magníficos momentos ocasionales de alto cine contenidos en sus fotogramas (la epopeya de salvación del animal protagónico, el ejemplo más concreto).

Lastra además aquí la ausencia -más allá de la posible excusa de su coralidad-, de un núcleo de personajes siquiera sometidos a rango mínimo de desarrollo. Actores estupendos de la escuela británica como Emily Watson o Peter Mullan son meras caricaturas al servicio decorativo de una historia almibarada al estilo del primer Disney. Si verdad es que ya uno se cansa de tanta mala leche, cinismo u oscuridades de cierto cine contemporáneo, así y todo sigue aquel siendo preferible a este. Caballo de guerra supone no solo franco retroceso en la carrera de un Spielberg en horas bajas (Falling Skyes y Terra Nova, las dos grandes producciones televisivas de 2011 por él respaldadas debieron cancelarse), sino un paso atrás para la pantalla actual.

Más que dialogar con su propia obra -la cinta tiene grasa, atrofiada, de E.T, El imperio del Sol y La lista de Schindler– u homenajear a figuras o períodos equis, elementos empleados por parte de la crítica mundial para defenderle el filme, en realidad Spielberg no hace lo ejecutado, por poner un ejemplo, por Michael Mann en Enemigos públicos hacia el género gansteril: transfundir energía nueva al hecho clásico para sembrar al aire del siglo en curso un vehículo metagenérico dialogador con el pasado desde la contemporaneidad. Debo ser el equivocado entre tantos críticos a favor, pero, si restamos la capacidad operística spielbergiana, excepcionales elipsis o los toques de genialidad técnicos capaces de salvarla de la quema, cuánto y cómo narra su trama me da la pinta de un viejo cine manipulador de emociones al cual dejé de rendirme hace muchos años atrás. Justo gran parte del poder del séptimo arte radica en su efecto generador de emociones; empero surte real cometido cuando estas brotan por franca consecuencia, no como obra de un rejuego barato con el sentimentalismo. Ya para eso tenemos a Televisa, O’ Globo o Caracol. A Bambi, Dumbo, Willy, Dakota Fanning. A Un corcel llamado Furia, La niña de los hoyitos. No Steven, perdóname esta vez. A fines equino-humanos, más recomendable Luck, serie de HBO, que tu War Horse.

 

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

Un Comentario en “Caballo de guerra, un Spielberg de segunda línea

  • el 17 abril, 2017 a las 2:28 pm
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    Sin dudas lo peor de este filme es el chicle largo en el que se convierte luego de la segunda hora.
    Me quedo mejor con “Belleza negra”, que, sin tantos bombos ni platillos como los de “Caballo de guerra”, se disfruta más.

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