Better Call Saul: deliciosa

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Breaking Bad (AMC, 2008-2013), la serie dramática de mayor personalidad, calado e inteligencia de la teleficción mundial del siglo XXI, fue un potente drama psicológico-social moldeado a pura fibra, con guiones y personajes de ensueño, ignorado por la televisión cubana. Para rematar la falta de visión, se puso en pantalla Better Call Saul (AMC, 2015-actualidad), un spin off (proyecto nacido como extensión de otro anterior, en este caso el personaje del abogado Saúl, curiosa aunque adyacente figura de la serie madre) de Breaking Bad.

Ahora bien, al margen de no ser lo ideal verla sin conocimiento de su predecesora, puede apreciarse sin problemas sin haber visto el antecedente, pues pese a que Saúl haya nacido en aquella, es aquí donde vamos a presenciar la real conformación del personaje desde su protohistoria.

Además, Vince Gilligan, el creador de ambos materiales, guarda especial preocupación por establecer un universo propio. Las convergencias solo son apreciables por los conocedores y a veces (las de formas) resultan sutiles, no afecta el sustrato.

Better Call Saul es una delicatesen, manjar exquisito para el más refinado gusto seriéfilo. A ojos vistas, no estamos aquí frente al gran tablero de Breaking Bad. Esta constituye una obra mucho más de cámara, minimal, con menos meandros narrativos, pero igual de cautivante.

Saul Goodman (Bob Odenkirk, en el papel de su vida) no era todavía en las primeras temporadas de la serie el abogado inescrupuloso y cínico en el cual se convertirá. Aun vivía en el cuerpo de Jimmy McGill, creía en la inocencia y en conseguir algún sueño gracias a su laboriosidad.

Mas, el mundo corporativo de la abogacía es ruin e inclemente. Jimmy deberá convertirse en Saul y quien reventará de la crisálida no será una mariposa, sino el mejor bastardo a quien llamar en caso de cubrir legalmente una fechoría en el suroeste de EE.UU.

La relación de amor-desamor de él con su hermano Chuck representa uno de los grandes aciertos de un trabajo cuya fortuna mayúscula consiste justo en eso, en su estudio de caracteres, en visibilizar las aporías en lugar de los colores morales definidos, en la observancia del comportamiento humano y cómo las circunstancias pueden contribuir a moldearlo.

Lo otro realmente bueno pasa por el rico humor negro, la peculiar parsimonia, el sentido de la elaboración del diálogo (causa-efecto, indagatorio, propositivo), su pinta old fashion relucida desde la cabecera y el personaje de Mike (Jonathan Banks), el “solucionador de problemas” de la serie madre, también explorado en esta suerte de precuela de Gilligan y Peter Gould desde los albores de su identidad.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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