Balzacianas

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Narrador de cabecera de otros notables colegas que le sucederían en el tiempo como Thomas Mann, Marcel Proust o Stefan Sweig, es el francés Honorato de Balzac, uno de esos grandes escritores de todas las épocas a quien, irremisiblemente, debemos volver. En sus realistas lienzos literarios, poblados de personajes que configuró a través de ricos exámenes psicológicos, el autor de Papá Goriot ridiculizó el rastacuerismo de la nueva burguesía, los vicios y orfandades de una clase social acabada de arribar a los puntos más elevados de la pirámide social, dispuesta por tanto —y por arriba de todo— a la conquista del poder y el “éxito” como propósitos cardinales de su existencia.

Son las criaturas de Balzac espejos de un entorno social hostil, cuya decadencia iba ligada al triunfo de la mediocridad, el pillaje mental de quienes mejor sabían venderse (pasadas muchas lluvias por el Sena, a esto luego le llamarían “inteligencia emocional”), el culto a lo material y la fe única en el dinero, el consiguiente desdén por la espiritualidad y la elusión de decálogos éticos por los cuales fijar pautas de conducta. En las obras del prosista galo la incidencia nefasta de estos últimos cobraba factura a otros personajes, cuyos rumbos mucho más positivos eran entorpecidos en virtud de tanta vileza.

Basado en la Zoología, de Buffon, el firmante de Las ilusiones perdidas convirtió las “especies zoológicas” en “especies sociales” al elaborar esa magna estructura literaria que es su Comedia Humana (enfocada en el primer tercio del XIX francés, serían 137 novelas, de las cuales logró finalizar 85), contentiva de más de 3 mil personajes y hecho artístico capaz de traducir con extraordinaria riqueza descriptiva e increíble hondura investigativa los claroscuros de una era; así como el deterioro ostensible de la burguesía, en especial los nuevos exponentes de su tipo en vías de aristocratizarse.

Claro que la fenomenología humana del intelectual europeo adquiere proyección ecumenista, y en este su país literario decimonónico estarían reflejadas otras sociedades futuras. Aunque por supuesto no fuera lo último objetivo del autor, la vigencia de su obra redundó en ello; además de remitir esta a signos del comportamiento de las personas y rasgos clasistas que —por mucho— superan el tiempo histórico de tales relatos.

Sin ir más lejos, muchas de las escenas particulares del retablo social cubano de finales del siglo XX e inicios del siglo XXI son esencialmente balzacianas.

El nuevo rico nacional, la incipiente burguesía patria trabajan afanosamente en la acumulación de capitales; pero también, en la ostentación de “atributos” que indiquen de forma ostensible tal solvencia material y (lo realmente más perjudicial a escala colectiva) en el acceso a privilegios, que por los métodos ortodoxos no obtendrían o les costaría mucho más trabajo o tiempo llegar.

Nada de negativo tiene la idea de prosperar, de generar las ganancias imprescindibles para darle una vida más digna a tu familia (de hecho, más que una aspiración básica del ser humano, constituye derecho inalienable). Quien diga que no desea incrementar sus ingresos, aquí y ahora, es un hipócrita de antología. Sería irreal dentro de una urdimbre social donde dar siquiera notas medias en la sinfonía de la vida resulta aspiración torpedeada a diario por innumerables valladares.

El problema no es aspirar legítimamente a vivir mejor, sino establecer un proyecto de vida en función única del dinero, concebir la idea de que es el amo de tu geografía y cada paralelo humano debe arrodillarse ante este, e interferir (mediante tal) en la naturaleza de dinámicas sociales que, al ser blanco de su acción en un clima económico desfavorecido y desigual, favorecen a los actores emisores y —por consecuencia— ignoran o lastiman a otros.

Réplicas de La Comedia Humana, diversos viñetazos cubanos de realidad remiten a los personajes más oscuros de Balzac, como de otros grandes de la Literatura. Esos rastacueros personajes insulares no solo intentan comprar o compran títulos, profesores, claustros enteros, médicos, trámites, cláusulas; sino —y esto aun es peor—, sombrean malévolamente en espacios del entramado empresarial de la nación. Ponen precio a puestos estratégicos en razón de su cuota de ganancia, acceden o hacen acceder a grandes recursos del Estado en almacenes y otras fuentes primarias, sobornan a estructuras de control, se burlan de las herramientas de todo tipo existentes en cada uno de los colectivos del país con independencia del nivel que tengan, “guardan pan pa’ mayo” y son muestrario perfecto de la doble moral, irrespeto o incredulidad totales en ideología alguna no sea en la fe ciega en el dinero.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

Un Comentario en “Balzacianas

  • el 1 marzo, 2018 a las 2:41 pm
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    Me agrada mucho que se destaque a Balzac como el literato visionario del siglo XIX: ya lo dijo Mirta Aguirre en su magnífico ensayo “El novelista del dinero” que, “ni en su época ni más tarde ha habido otro escritor que viera con mayor claridad que Balzac, el monárquico, la situación y el devenir de la sociedad capitalista”.
    Nuestro hombre destaca en su inmensa obra los excesos individualistas de la sociedad burquesa, y llama la atención de su raíz anárquica; abarcadora lo mismo de la producción que del disfrute de los rendimientos de esta, que en definitiva, terminaría por destrozarla.
    Los ejemplos sobran y los recursos literarios para lograrlo también: “Eugenia Grandet” o “La mujer de treinta años” son dos de mis favoritas, en las que la figura femenina juega un papel importantísimo para la conformación del carácter deplorable de la sociedad balzaciana. Mujeres como la Ester de “Esplendores y miserias de las cortesanas” o la protagonista de “Úrsula Mirouet” son el resultado de lo que fue un siglo de irrespetos, hermetismos, e insostenibilidad para las féminas de Europa y el resto del mundo, que aun hoy día están latentes.
    Al señor del bastón hay que seguir leyéndolo; aprovechar y aprehender cada sentencia de su megacrítico y burlesco personaje narrador.

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