Bailar en el litoral y otros movimientos de aventura

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Los amigos, la curiosidad y el afán por conocer una parte de la provincia de Cienfuegos durante una breve estancia, fueron el motor impulsor que trajo a nuestra amiga catalana hasta estos predios.

El plan era sencillo, la llevaríamos a pasar una tarde sabatina circa del mar, entre dos de los accidentes geográficos que más belleza poseendel territorio perlasureño: la ensenada de Rancho Luna y la de Arimao. La primera, considerada un elemento natural destacado (END) es con toda certeza la más popular, ya que su seno acoge el balneario homónimo que se extiende por más de 600 metros de litoral, al que arriban cada verano miles de vacacionistas de todo el país. Ambas, se abren en la costa irregular del centro sur de la provincia y le dan paso al canal de la bahía, ubicado hacia el oeste.

Al bajarnos del ómnibus local junto a la mochilera española, decidimos transitar por el perímetro norte del hotel Rancho Luna y hacer un bojeo por los 500 metros de costa que posee la rada del Arimao, totalmente visible luego de franquear punta Barreras: desde allí solo se veían pocas personas a esa hora de la mañana, dejando como protagonistas a la vegetación, la arena, la brisa y el oleaje in crescendo.

La coloración del erial en ese segmento es distinta a la del resto deltramo precedente, y se acentúa mientras te aproximas a la desembocadura del río Arimao, ubicada muy cerca de la punta Itabo. El cauce, que vierte sus aguas y sedimentos a solo 2,5 kilómetros de la playa principal, viaja por toda la campiña cienfueguera desde el Macizo de Guamuhaya atravesando más de 80 km sinuosos desde la zona montañosa de Manicaragua, en Villa Clara.

Allí le revelamos a nuestra cofrade, que el nombre del emblemático río está asociado a la historia aborigen local, y que en algún punto de su curso inferior se instauraron las encomiendas de indios de los españoles Bartolomé de las Casas y de Don Pedro de Rentería. Si bien el primero renunció a la suya y se convirtió para la posteridad en el Protector de los Nativos, este cauce probablemente vio fundirse en sus aguas la sangre aborigen con mucha más frecuencia de lo que se cree, los cuales −además del trabajo en posesiones y sembrados− eran sometidos a la búsqueda de oro en sus arenas.

UN BAILE A DOS AGUAS

Ubicamos nuestras cosas; mochilas, toallas, pomos de agua y galletas, y un apetitoso mango que valía por tres, entre los árboles cercanos. No estábamos solos, muy próxima estaba una familia entera, que había situado debajo de la fronda un horno natural y se disponía a cocinar una caldosa. El suculento panorama natural se enriqueció entonces con el corre-corre de varios niños pequeños, quienes iban y venían por todo el montículo; unos desnudos, llenos de gracia y totalmente indiferentes, y otros cargando pelotillas y platos que llenaban con piedras y conchas.

 

El intercambio de las aguas no cesa en aquel espacio: el abrazo marino con el líquido que llega de la montaña es tal, que crea un flujo extremadamente curioso y de un agradable frescor al contacto con la piel mientras se forman en la superficie diminutas espirales.

Al hallarnos en el medio de estas dos fuerzas acuíferas que se retrotraen, uno puede percibir incluso cómo la masa salobre circula libre en la superficie, mientras la dulce se escurre entre los pies. La sensación, al tiempo placentera, se antoja también insólita porque, aun cuando intentamos estar quietos, el vals entre lo dulce y salado te logra zarandear de un modo inolvidable.

UN CASTELL IMPROVISADO Y LOS PILLUELOS DEL HOTEL

La placidez del elemento nos llevó a conversar sobre distintos temas; de la gente en Cuba y sus contradicciones, las olas de calor en España, sus ciudades, del carácter de los catalanes; sus querellas y enfrentamientos, de los festivales y la riqueza del cine independiente, sobre la penetración de la música chatarra en todas las latitudes… Pero lo que más nos cautivó fue la clase teórico-práctica que impartió nuestra amiga en torno a els Castells, fuertísima y antológica tradición en Cataluña que desde 2010 constituye Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

El intento de hacer allí un Castell dentro del agua fluctuante y con solo tres integrantes nos parecía irrisorio. No obstante, bastó para aprender y poner en práctica los términos y las técnicas primordiales que definen a una auténtica colla castellera, que representa, sintéticamente, a una inmensa atalaya humana compuesta por numerosos hombres, mujeres y niños, basándose a priorien un nivel asombroso y mancomunado de fuerza, equilibrio, valor y cordura.

Con el sol en pleno cenit, hicimos el camino de regreso. Pero esta vez, la decisión fue tomar un atajo para llegar hasta la playa grande. De momento todo bien. Pero, ¿qué pasó? Por qué un tipo lleno de músculos vestido de blanco y negro nos estaba gritando desde lo lejos, visiblemente alterado.

El compañero bodybuilder nos escoltó hasta un ranchón y allí comprendimos que habían malinterpretado nuestro movimiento cuando brincábamos el portón que formaba parte del perimetraje del hotel. A plena luz del día habíamos sido captados por las cámaras de seguridad de la instalación, y fuimos bautizados de repente como tres malandrines de la peor calaña.

Por fortuna salimos airosos de la situación, y nos despedimos de los señores agentes, quienes aseguraron que −sin querer− habíamos roto una ley importante para las instalaciones hoteleras.

BARRIGAS LLENAS…

Una vez alcanzada la playa, la muchedumbre presente marcó de forma visible el contraste con el sitio en el que nos hallábamos hacía un par de horas. El traqueteo de las bocinas, los vendedores ambulantes, el exceso de basura en el suelo, las pieles requemadas y un fuerte olor en el aire; todo ello borró de golpe aquel vals y nos metió de lleno —para variar— en un exagerado baile de candil.

Caída la tarde, subimos hasta la carretera y desde ese punto divisamos el horizonte que ya presagiaba tormenta. En efecto, a las 9:30 pm todavía permanecíamos en el área esperando por el ómnibus local, bajo un copioso aguacero y rodeados por bañistas estresados. Luego de otra hora como expectantes, la desesperanza nos empujó a hacer una caminata hasta la Cooperativa Mártires de Barbados, y en aquel lugar, un olor a pan recién horneado abrió nuestras narices.

Afortunadamente, la guagua no tardó en iluminar la carretera e hizo su parada en la comunidad, pero ya los pilluelos habían comprado los panes y tenían “el corazón contento”.

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Delvis Toledo De la Cruz

Licenciado en Letras por la Facultad de Humanidades de la Universidad Central "Marta Abreu" de Las Villas en 2016.

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