Atrasa El Progreso

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Cola profusa en la parte de adentro para llegar hasta la única máquina registradora en existencia; y desde afuera, otro abultado grupo de personas a la espera del “ábrete sésamo” que les permitirá el ansiado acceso a la tienda, cuando por fin abran la puerta de El Progreso Cubano, perteneciente a la cadena TRD Caribe.

Ya en el interior, el cliente solo dispone de un área pequeña que se torna asfixiante por la reciente disposición espacial del recinto. Allí, donde hasta hace poco podía aproximarse a la mercancía en venta, expuesta abiertamente, comprobar el precio, sacar sus propias cuentas, escoger lo deseado o necesario y realizar algo tan simple como una compra, se ha convertido en un agobio.

Mostradores y otros objetos impiden el paso hasta los anaqueles, que allá en el fondo, permanecen con sus artículos inaccesibles a la vista, y sobre todo, a la mano. Solo algunos productos frescos están al alcance de los potenciales compradores, y en vidrieras, también usadas como barreras, se exhiben ciertas bebidas alcohólicas.

“¿Qué será eso que apenas se ve en el estante de la derecha? ¿Cuántos tipos de puré de tomate estarán en oferta? ¿Aquello de allá serán pimientos enlatados… y cuánto costarán? ¿Y por qué no dejan ‘esto’ como estaba antes?”. La anciana que se pregunta a sí misma en voz alta no puede ni siquiera suponerlo. Yo tampoco. Casi todo está inalcanzable, adivinable.

Dentro del área de la unigénita contadora (y por supuesto, detrás de otro mostrador) un grupo de productos de alta demanda es distinguible, pero es preciso traspasar la copiosa fila que espera su turno para pagar o hacer la compra, y que de paso, añade otro obstáculo al tratar de acercarse y observar la mercancía.

Mientras la ansiedad va subiendo el tono, saco una rápida conclusión: la anciana que me precede en la larga cola y se cuestiona la ilógica disposición, tiene dos opciones: o se va a otra parte o rompe la muralla humana y pregunta todas sus dudas a la única cajera presente. Hacer la nutrida fila solo para esto último y decidir finalmente que no va a adquirir nada, porque no le conviene o no posee elementos suficientes para ello, es un crimen de lesa paciencia.

Resulta incomprensible que a un beneficio que alivia la economía del cubano, como la reciente rebaja de los precios de varios artículos, se le añadan medidas tan ilógicas. No entiendo por qué si de una parte se realizan ingentes esfuerzos por aligerar el día a día de la población, por otra, aparezcan trabas extras que le complican la vida y causan malestar. Aquí bien vale suponer que la mercadotecnia, la protección al consumidor y sus similares, se quedaron huérfanos.

Soluciones habrá, pero la voluntad, la iniciativa y las alternativas han de ponerse a mover neuronas. Para desatar el nudo solo se trata de buscar el “cómo”. ¿Organizar mejor el trabajo? ¿Reordenar las funciones del personal del centro, lo cual debería incluir la introducción de al menos otra caja contadora? La erradicación de tales molestias es solo competencia de quienes crearon el dilema; mientras tanto “El Progreso” no hará honor a su nombre.

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Emma S. Morales Rodríguez

Licenciada en Filología en la Universidad Central de Las Villas.

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