Arturo Uslar Pietri: maestro de las letras venezolanas

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En el presente convulso y complejo por el que atraviesa la actual Venezuela, en este mes de mayo es pertinente recordar a un escritor como Arturo Uslar Pietri. “Maestro” es la cualidad que le atribuye José Rafael Revenga, presidente de la junta directiva de la Fundación que lleva el nombre del escritor en aquel país: con esta concepción, pretendió abarcar el sentido distintivo de la palabra, refiriéndose a la persona que “enseña por su propia manera de ser o de pensar”. Y es que Pietri, junto al también destacado Miguel Otero Silva y otros narradores, ─paralelamente a su intensa vida política─, formó parte de la llamada Generación del 28, que dio un vuelco sin precedentes a la literatura venezolana de su tiempo.

En toda su trayectoria, se mantuvo fiel a la arrancada realista; a las inquietudes estilísticas, sin embargo, incorporó durante su evolución literaria, algunos aspectos del novelista de los años cincuenta, sensibilizado ante las contradicciones sociales. De ese modo es cuando inicia el proceso renovador donde el hombre sustituye como personaje al paisaje, hasta llegar a la explosión narrativa latinoamericana de los años sesenta.

Oficio de difuntos (1977), uno de sus mejores textos ─pero también, de los menos conocidos y publicados─ muestra la temática que prevalece no solo en el contexto venezolano, sino en toda Latinoamérica: el ejercicio violento del poder resulta el tópico más atrayente, que desencadenó en la representación de la dimensión humana y social de los numerosos dictadores que amparó y ampara hasta el día de hoy, la región.

Por tales razones, los lectores encontrarán en las páginas de esta novela ─en mayor o menor medida─: el fraude electoral, conspiraciones de militares, las sublevaciones, el establecimiento del poder absoluto, rebelión de masas populares, la represión, los partidos políticos de la oposición, la “ayuda” extranjera de las grandes potencias, la penetración imperialista económica y cultural, el entreguismo, intervencionismo, soborno, la cárcel, la acumulación de riquezas en manos de quienes ostentan el poder… Todo un entramado que, a todas luces, logra fundirse con la realidad actual, que no cesa de transformarse.

La inmensa mayoría de los críticos de la literatura latinoamericana destacan en la novelística venezolana una presencia constante de la Historia; desde la perspectiva documental. Así, los hechos y personajes que una vez existieron, adquieren forma en esta narración a través de nuevos roles, pero que, al decir del crítico Fernando Alegría: “Pietri encuentra, en su afán de romper con los esquematismos de la novela histórica del siglo XIX, la más honda complejidad humana”.

De ese modo, el general Aparicio Peláez ─protagonista─, está conformado sobre las observaciones auténticas, exactitud de fechas y definición del espacio, por el período presidencial cubierto por Juan Vicente Gómez entre 1903 y 1935 en Venezuela. A través de su protagonista, Uslar Pietri logra delinear el complejo proceso de formación de la nacionalidad y el camino que, poco a poco, tomarán la mayoría de los países latinoamericanos.

El texto despega con la muerte de Aparicio y, a través de la figura del sacerdote Alberto Solana─ que encarna a otra figura histórica, el Padre Carlos Borges Requena─ encargado de su panegírico ─de ahí el nombre de la obra─, retrocede en el tiempo para contarnos su vida desde el principio.

Este puede considerarse uno de los grandes aciertos literarios: permite conocer no solo al personaje político sino a la persona“anónima” que lo describe. Asimismo, ahonda en sus momentos de fuerza dramática, o cuando no era más que un hacendado rural sin pretensiones políticas.

El lector va siendo testigo de cómo las circunstancias le van moldeando el carácter aAparicio Peláez, despertando las ansias de poder, de dominio, empujándole a un futuro para el que no parecía destinado, en contrapartida a los derroteros y lamentaciones de Solana, encargado de entonar los rezos (liturgia horarum) al difunto caudillo en el otro plano temporal.

El autor también de Las lanzas coloradas no pierde la oportunidad de mostrar lashabilidadesen la construcción poética de su discurso narrativo: a través de la voz de Solana, los lectores aprecian cierto fluir dilatado y musical de las frases, en conjunción con un verbo que confía en la elocuencia de las palabras: “Son tahúres que se están jugando el destino de este pobre país. Con dados emplomados, con monedas sucias, con trampas de fullero. Malandrines. A nadie le duele. A nadie le indigna”.

Pero también, las expresiones en boca de Solana poseen un poder imantado, evocador, tan dulce como respetuoso:

“Ustedes nunca han gustado de la suprema voluptuosidad, del placer insuperable de la pureza y el pecado. Sin la noción del pecado no habría ni belleza, ni grandeza moral en el mundo”.

Quizás el talón de Aquiles de la novela seanlos años que ubican a Peláez ejerciendo el poder: en ese punto tal vez sea inevitable sentir la sensación de déjà vu respecto a otras novelas de la misma temática: El señor presidente, de Miguel Ángel Asturias, Yo el Supremo, de Augusto Roa Bastos o La fiesta del chivo de Mario V. Llosa. Pero en modo alguno le resta valor a la obra ni se puede ver como un remedo de otras. En el fondo los métodos de control y la forma de actuar de los dictadores en cualquier sitio y en cualquier tiempo histórico, se han regido por unos patrones muy similares.

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Delvis Toledo De la Cruz

Licenciado en Letras por la Facultad de Humanidades de la Universidad Central "Marta Abreu" de Las Villas en 2016.

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