“Argentina jugaba a las nueve”

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Argentina jugaba a las nueve una de las semifinales de la Copa América Centenario. Y él, como pocos, es seguidor enfermizo de la albiceleste, el fútbol y cuanto deporte exista en este planeta.

Lamentó ver la parada desierta cuando, algo pasadas las siete y cuarto, llegaba al parque Villuendas, indicio irrefutable de que algún ómnibus acababa de hacer su salida hacia Caunao. Pero motivos había para el optimismo; todavía era de día, y una hora con 45 minutos sobraban para realizar el periplo, pasar por la rutina de baño y comida, y prender la tele antes de que la esposa se ilusionara con la novela de turno o el niño volviera a castigar al ATEC Panda con los animados del DVD.

Argentina jugaba a las nueve y la tarde noche se presentaba ideal para el aguacero. “Ojalá no caiga, pues en el barrio la mínima llovizna es sinónimo de apagón, y luego en el famoso 18 888 siempre tienen la misma respuesta: ‘avería’”, pensó, mientras par de coterráneos llegaba al obligado “punto de reunión”, allí donde la Calzada de Dolores nace “aromatizada” por los desechos líquidos (y sólidos) que nos “regala” cualquier piquera de coches.

Se acercaron las 8:00 y él comenzó a impacientarse. Más de 35 años de experiencia exhibe en su palmarés de “caunaense”, válidos para “saber” lo que es vivir en el “Lejano Oeste”, con las consabidas ansias por la llegada de una diligencia que podía demorar meses.

Argentina jugaba a las nueve y ese partido no puede perdérselo. Duda en imitar a algunos que abordan los carromatos. “Con el agua que viene y sin ‘amarillos’ a esta hora, la ‘Circunvalación’ es la prolongación de la agonía. No, ahorita pasa un ‘rutero’ y les gano a todos”, se consoló.

Pero los minutos corrían más que los autos en la Calzada; y nada de “ruteros”, “Dianas”, articuladas o desarticuladas.

“Es la única guagua, y ahora llega hasta Lagunillas”, sopesó antes de, casi involuntariamente, guiar sus pasos hacia el parque, donde dos autos exhibían su letrerito lumínico de TAXI. Como el que no quiere las cosas, se acercó al de color amarillo (CUBATAXI, según el rótulo), y se erizó cuando escuchó al chofer responder: “¿Caunao?: cuatro ‘pesos’” (claro que no hablaba de “pesos” ni la pregunta la hizo él, que sí enseguida sacó cuentas de lo que le representaría llegar a tiempo a un anhelado juego de fútbol).

Había llegado a su clímax la “hora del alquiler”, y aunque Argentina jugaba a las nueve, el lugar ya emulaba en público con los asistentes al estadio norteamericano, donde Lionel Messi intentaría convertirse en el goleador histórico con la camiseta de su nación. A esa hora maldijo no haber seguido a aquellos que se aventuraron en los coches (por los designios de “El Niño” o “La Niña” el agua nunca cayó), pues a estas, TODO (tracción animal, mecánica y hasta extraterrestre) respondía a la llevada y traída Ley de Oferta y Demanda.

Y llegó la 207. Corrían las 8 y 40 y él suspiró medio aliviado. “Me ‘fajo’, lo veo, y luego me baño y como”, elucubraba cuando un señor, acabado de “aterrizar”, cortaba sus ínfulas al sentenciar con fundado criterio: “esa es la de las ‘nueve y veinte’”.

Acostumbrado a los desaguisados, imploró interiormente que no se cumpliera la máxima de aquel “gordo”, quien, a todas luces adiestrado en la materia, ignoró la marea humana y fue a sentarse, tranquilo, allá a lo lejos.

Argentina jugaba a las nueve y él no podía creer la inmovilidad del ómnibus. “¿Será que al tipo no le gusta el fútbol?”, llegó a cuestionarse.

Y al parecer sus “plegarias” surtieron efecto, pues cinco minutos antes del vaticinio, parqueó el autobús, pero ya allí esperó lo indecible para partir, pues parece haber una ley para que no lo haga sin estar lleno a reventar (o a recaudar, lo que no cuestionó él, en ese momento olvidado ya de comida y aseo, obsesionado con el balompié).

Argentina jugaba a las nueve, pero luego de once paradas (desde niño a él le han parecido muchas) un cruce ferroviario y dos semáforos, a las nueve y cuarenta y cinco ya la albiceleste ganaba por dos y Messi había marcado uno de los goles más fantásticos de la Copa América. Resultado: ‘fajarse’, disfrutar el segundo parcial y dejar para luego el frío baño y la tibia comida.

Al amanecer del día siguiente la esposa promete al niño premiar los resultados en los exámenes con un viaje a la playa el domingo. Como un rayo él sale al paso. “Ese día Argentina disputa la final, y aunque juegue a las nueve, de aquí yo no me muevo”.

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Carlos E. Chaviano Hernández

Periodista y Director de programas de televisión.

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