Apuntes sobre el tirano cubano Gerardo Machado

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Vivir para ver. Vuelve a estar de moda el término tiranía y se adjetiva de tiranos a quienes conducen hoy el destino de Cuba. Pérdida de la memoria histórica de unos pocos; alzhéimer intencionado, políticamente útil, de los que insisten en torcer el presente desconociendo un pasado no tan lejano y sí, todavía doloroso.

Relata un testigo de la época que meses después de la llegada al poder de Gerardo Machado “…ya la Isla estaba anegada en sangre de extremo a extremo. Ya la Universidad había sido allanada por la soldadesca y expulsados centenares de estudiantes por oponerse a la prórroga de poderes (…) Cuba entera vibraba de indignación y protesta (…)”. Remedio efectivísimo contra la amnesia inducida resulta el realismo con que Raúl Roa describe los años tristes del machadato.

El desamparo constitucional de la nación de entonces, su servilismo al yanqui, engendraron al presidente-bestia, capaz de arrebatar al cubano cada derecho individual y humano que habría de suscribirse, más tarde, en la Constitución de 1940.

En términos de la economía nacional, la política machadista endeudó al país con sucesivos empréstitos disfrazados de financiamientos y con su total entrega a los bancos imperialistas. Los suyos fueron los años del Plan Chadbourne, instrumento de dependencia y despojo contra la industria azucarera cubana en favor de los más genuinos intereses del mercado estadounidense, y de las enormes ganancias para el bolsillo presidencial, obtenidas por la construcción del Capitolio y de la Carretera Central.

Al precio de la propia vida pagaron los cubanos el tiempo de Gerardo Machado en la presidencia de la República. Y es que no solo había asegurado a banqueros, mercaderes y gobernantes yanquis que ninguna huelga duraría 24 horas; se comprometió a reprimir implacablemente el comunismo y a los comunistas. Pensar un país libre de opresiones y vasallajes se convirtió en osadía castigada con la muerte.

El verdugo ahogó en sangre la voz del descontento popular. Raúl Roa nos cuenta como en la madrugada del 25 de agosto de 1925, eran los días del Congreso de constitución del Partido Comunista de Cuba, “fue abatido por escopeteros emboscados en la sombra” el comandante mambí Armando André, director de periódico de izquierda El Día. Un mes antes había escrito, a nombre suyo, en una publicación: “Un camarada de Palacio nos advirtió; dice Gerardo que si El Día lo ataca de forma demasiado ruda no tardarán algunas señoras en vestir de luto”.

Dejando una estela de asesinatos, la maquinaria del terror machadista funcionaba con precisión y revestida de impunidad. El dictador no solo prohibió la inscripción del Partido Comunista en el registro nacional de asociaciones, sino que ordenó la expulsión del país de su secretario general y, aún inconforme, amenazó con “drásticas represalias” a la prensa en general si reincidía en la censura a su gobierno.

No había futuro en esa nación pisoteada, desgarrada por la extrema pobreza en sus campos y por el ínfimo valor de la existencia en sus centros urbanos.

Quizás los pasajes que ilustran mejor la situación de aquel período brutal son los de la confrontación entre el tirano y los jóvenes Julio Antonio Mella y Rubén Martínez Villena.

Tempranamente había advertido el joven Julio a sus compañeros de la Universidad Popular José Martí acerca de la inminente represión del movimiento obrero y de las organizaciones revolucionarias. Muy pronto los hechos sangrientos corroboraron las previsiones de Mella.

Regresemos a la palabra emocionada de Raúl Roa. “No solo lo odia. También lo teme.” El arraigo del líder tenía la fuerza de transformar la colina universitaria. “Y, por eso, Machado ha preferido, contrariando sus primitivos impulsos, la astucia de la zorra al zarpazo del tigre”.

El 27 de noviembre de 1925 Julio Antonio fue a prisión, acusado de infringir la Ley Nacional de Explosivos. Le imputan un petardo en el cine Payret y un proceso comunista se agrega a la causa judicial.

El 6 de diciembre La Habana y Cuba despiertan con la noticia: “Julio A. Mella se ha declarado en huelga de hambre.” Es la única forma de lucha contra Machado y el imperialismo que le resta en tales circunstancias. Machado deja el asunto en manos de los tribunales, pero estos no actúan; se ajustan a un solo propósito: dejar morir a Mella.

Julio Antonio Mella, uno de los más valiosos jóvenes revolucionarios de la historia de América Latina, fue asesinado bajo las órdenes del tirano cubano el 10 de enero de 1925.

Afortunadamente, Pablo de la Torriente Brau recogió, para la historia de Cuba, de los labios del propio Vergara, el diálogo entre el dictador y el capitán de la policía Muñiz Vergara.

“—Mire General: Mella es un buen hijo (…) ¿por qué no se la ha de poner fianza como a cualquier otro (…)?

—Mella será un buen hijo, pero es un comunista… es un comunista y me ha tirado un manifiesto (…) donde lo menos que me dice es asesino… ¡Y eso no lo puedo permitir!”

Pero allí estaba Rubén. “—! Usted llama a Mella comunista como un insulto y usted no sabe lo que es ser comunista”, le dice Martínez Villena.

“—Tienes razón, joven… para mí, todas esas cosas son iguales… todos son malos patriotas… pero a mí no me ponen rabo ni los obreros, ni los veteranos, ni lo patriotas…. Ni Mella. ¡Y lo mato, lo mato, lo mato…! ¡Carajo!”.

Todos sabemos cómo terminó aquello. “¡Este es un salvaje… un animal… una bestia… es un asno con garras!”  fue la sentencia, para la posteridad, del joven abogado de mirada penetrante.

Manifestantes del Ala Izquierda Estudiantil portan un cartel antimachadista el 12 de agosto de 1933.

Sin embargo, todavía hasta que fue derrocado por la huelga general revolucionaria del ’33, el “asno con garras” cobraría la vida de muchos cubanos valiosos, entre ellos la del propio Mella, la de Rafael Trejo y las de tantos más.

Con la huida de Machado de Cuba, es lo que hace este tipo de personajes oscuros matan, roban, huyen; recordemos a Fulgencio Batista, terminaba, cataloga Roa, “el régimen más hediondo, criminal y rapaz que registra la historia republicana”.

La lucha de los cubanos por la independencia y la equidad social, esa habría necesariamente de continuar.

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