Antonio Maceo: un guerrero que no cesa la batalla

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Y hay que poner asunto a lo que dice, porque Maceo tiene en la mente tanta fuerza como en el brazo. No hallaría el entusiasmo pueril asidero de su sagaz experiencia. Firme es su pensamiento y armonioso, como las líneas de su cráneo. Su palabra es sedosa, como la de la energía constante, y de una elegancia artística que le viene de su esmerado ajuste con la idea cauta y sobria”.

Así describía José Martí al insigne patriota, cuya figura rutila en la memoria de los cubanos en los albores de diciembre, cuando recuerdan agradecidos, el séptimo día de este último mes, a quien cayera en el fragor de la lucha por su emancipación.

El primer hijo de la unión de Marcos Maceo y Mariana Grajales, José Antonio de la Caridad, no podía menos que heredar la entereza y el temple de sus progenitores. Del padre, le vino la gallardía y la capacidad para el trabajo; de la madre bebería él, como sus hermanos, el amor hacia la patria, la rebeldía. Por ambos aprendió a transitar el escabroso sendero de la independencia.

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De origen campesino, el general Antonio, como lo tildaron sus compañeros de lucha, se convirtió a poco de iniciada la gesta libertaria, el 10 de octubre de 1868, en un combatiente sin par, intrépido, de amplia visión política y militar. Bajo las órdenes de Donato Mármol, llegó a ser uno de los más bravos y valientes mambises. De soldado, aquel santiaguero tenaz alcanzó el grado de Lugarteniente General del Ejército Libertador y segundo jefe de la lucha contra el colonialismo español.

Ese hombre que dijo: “Quien intente apoderarse de Cuba recogerá el polvo de su suelo anegado en sangre si no perece en la lucha”, consagró 28 años de su existencia al batallar por la independencia. Antes de los treinta había intervenido en más de un centenar de combates, los cuales dejaron la huella de 22 heridas en su cuerpo.

Su entrega incondicional a la revolución, su capacidad militar y su firmeza ideológica, hicieron de él, ante todo, un héroe popular. Titán de Bronce lo llamaron y el apelativo no le quedó grande. Su actuar brilló con mayor acento cuando manifestó su desacuerdo en Mangos de Baraguá, ante la paz sin independencia que se había pactado en el Zanjón. Aquella protesta, “la más gloriosa de nuestra historia”, al decir de Martí, demostraba su voluntad de resistir y vencer.

Cayó en combate con la dignidad de un héroe. Aquel 7 de diciembre de 1896, perdía la causa revolucionaria a un gran guerreo; ganaba la historicidad nacional la página de vida de uno de los más ilustres hijos de la isla antillana. Se tendió el ocaso sobre la gloria de un titán de titanes, el hijo de campesinos, el cubano humilde que batió las más selectas huestes coloniales, el mulato austero y audaz que no dormía mientras “buscaba caminos a la Patria”.

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Yudith Madrazo Sosa

Periodista y traductora, amante de las letras y soñadora empedernida.

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