Años de destacamento (+Galerías)

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El Destacamento, así a secas sin necesidad de nombres ni apellidos, llenó un quinquenio de nuestras vidas.

Tal vez los mejores de los setenta y cinco que nos tocan por estadística.

Siempre las grandes crisis generan soluciones del mismo tamaño, y los muchachos y muchachas del Destacamento Pedagógico Manuel Ascunce Domenech fuimos el bálsamo educacional a la explosión demográfica que venía detrás de nosotros, arrollando como una conga santiaguera.

Cómo pasa el tiempo, si parece que fue ayer cuando estrenamos el primer uniforme, el pantalón azul oscuro y la camisa de un gris tenue, a mi juicio estético el mejor combinado de los tantos ropajes escolares que pulularon en aquellos tiempos idos.

De no ser por los tintes, ahora todos tendríamos canas.

Fue en 1972 (un día como hoy hace medio siglo exacto) cuando comenzó aquella, la principal aventura formacional de los jóvenes de la generación nacida en la frontera temporal delineada por el ocaso del batistato y el alba del nuevo tiempo.

Había que encontrar profesores para las aulas que, entre naranjales, campos de papa y vegas de tabaco se multiplicaban casi con la misma progresión que los panes y los peces en el desierto de Judea.

Nosotros fuimos los adolescentes que con solo unas vacaciones por medio cruzamos el umbral que va del pupitre al pizarrón. Imberbes los varones y hasta vírgenes algunas de las muchachitas.

En la mochila del alma llevábamos a cuestas un montón de implicaciones psicológicas inherentes a tan brusco cambios. Visto desde el prisma biológico lo más normal del mundo era que en septiembre nos enamoráramos de las alumnas que hasta julio fueron condiscípulas. Claro que el reglamento no entendía de esas sutiles diferencias a la hora de fijar los entresijos de la disciplina escolar. Por eso la jugadera de cabeza estaba a la orden del día.

Si algunos de aquellos compañeros de aventura llevaban en la sangre genes de Makarenko y Mendive, a otros la decisión de enrumbar la vida por un callejón ajeno al que habíamos soñado nos supuso un precio emocional elevado. Por eso a lo mejor no fuimos evangelios vivos y al final, como el boomerang australiano volvimos al punto de partida del sueño profesional.

Pero estuvimos en el sitio y el tiempo ciertos, que viene siendo como una traducción de dar el paso al frente, mas siguen sin gustarme las frases hechas, el olor de la consigna, la impersonalidad de los eslóganes.

Incorporamos a la vida conceptos y rutinas nuevas como planes de clase, registros de asistencia, profesor de guardia, colectivo de cátedra y preparación metodológica, que siempre me resultó tan abstracta como La aritmética a la niña mala de Raúl Ferrer.

Eso en una sesión diurna, porque en la otra mitad hacíamos como si fuéramos actores y asumíamos la piel de un nuevo personaje, el estudiante universitario fajado en primer año con la historia de Egipto, Grecia y Roma, las sutilezas de la lengua materna y un injerto académico llamado psicopedagogía. Las noches quedaban para estudiar.

Como el tiempo no era un chicle, debimos renunciar a más de un pitén de pelota, el estreno de Tiburón sangriento o La última mujer y el próximo combate de Cofiño.

También era el tiempo de ser rebeldes. Podría ser contra las mañas de un director empeñado en meter la cañona de una promoción inflada a como fuera, o el subibaja de las costuras de los uniformes, según los vaivenes de la moda: pantalones a la cadera, camisas entalladas, o sayas demasiado cortas que perturbaban el rendimiento académico de los alumnos varones.

Los melómanos entre nosotros expresaban su indocilidad con un radio Taíno pegado a la oreja en la soledad del privado, en sintonía con la Dóbliu o escuchando a José Feliciano por el simple hecho de que el ciego boricua, que luego cantara con Silvio a la Navidad, en aquellos años estaba prohibido.

Por obra y gracia del estipendio universitario comenzamos a experimentar la sensación de ser independientes, al extremo de poder comprar el primer reloj pulsera de la vida, un Poljot, ruso por supuesto, con el contenido del sobre inicial.

–¿De qué contingente tú eras?, nos preguntamos a veces cuando nos encontramos y queremos revivir el pasado sin necesidad de la máquina del tiempo.

 Y nos damos cuenta de cuán felices y casi indocumentados éramos entonces, cuando aquel mejunje de responsabilidades era incapaz de quitarnos el sueño.

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Francisco G. Navarro

Periodista de Cienfuegos. Corresponsal de la agencia Prensa Latina.

3 Comentarios en “Años de destacamento (+Galerías)

  • el 4 abril, 2022 a las 8:40 pm
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    Muy lindo comentario que resume , lo que sin lugar a dudas, fué el Moncada o la Sierra de aquella generación de jóvenes, que renunciando a sueños le dieron continuidad a la Campaña de Alfabetización.
    Es por eso que con orgullo afirmamos ,” Si yo soy del Destacamento”.

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  • el 4 abril, 2022 a las 4:47 pm
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    Gracias Cholo, por mantener viva con tus crónicas la belleza, emociones y vivencias de aquellos años felices.
    Gracias a la decisión de sumarnos al destacamento hoy sigo siendo profesora.
    Felicidades a todos los que integramos aquellos contingentes de jóvenes revolucionarias(os).

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  • el 4 abril, 2022 a las 1:34 pm
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    Excelente, mis profesores del Preuniversitario salieron de esos contingentes, Ita, Rolando, Grandal, Pairol, Placeres, Marisol, Magalys, Colina, Cipriano, Ovidio, Reina, Raúl (de Potrerillo, y que me obligó a aprender Matemáticas), Alfredito… los mejores, han pasado 40 años y los recuerdo muy bien; y hasta el autor de esta crónica resultó docente de aquel Preuniversitario, bajo el mando de la estelar Barbarita Veloz. Gracias, muchos renunciaron a otras carreras y por fortuna, se hicieron pedagogos, gracias Cholo, y al CINCO, por la oportunidad

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