Ancianos cubanos, protegidos ante la pandemia

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En la nomenclatura del sistema de Salud Pública de mi ciudad de Cienfuegos, soy un “anciano que vive solo”. Es cierto, no convivo con mis hijos y familiares, aunque me protegen y nos amamos, pero desde el fallecimiento de mi esposa Cary encajo en esa denominación oficial que no es simple estadística, sino asunto objeto de amparo estatal en nuestra sociedad socialista, mucho más en estas semanas de pandemia de una enfermedad totalmente nueva y mortífera que está cebándose en la población mundial. En Cuba las cosas son bien distintas y ocurren así…

Escucho un ligero toque en mi puerta al amanecer,  y al abrir percibo dos ojos escrutadores que me saludan desde un nasobuco (¿es este un neologismo?, al menos es hoy la palabra más pronunciada y el antifaz más popular y útil en tiempos de coronavirus). Advierto su bata blanca y admiro sus ojos claros, con cejas y pestañas cuidadas, que me cortan el aliento, pero que en mi caso no es un síntoma del virus Sars-Cov-2, sino la linda sorpresa, que no debiera ser tanta, porque conozco desde hace 62 años lo que hace por el pueblo la Revolución.

Pero ahí está ahora ella, y en otros amaneceres serán otras u otros jóvenes, igualmente decentes y parcos, que llegan a mi puerta cada amanecer para velar por mi salud, y después de un rápido interrogatorio, y a veces tras auscultarme, se despiden rápido porque son muchos vecinos a quienes revisar. Descubro que mis palabras de agradecimiento agregan un brillo extra en sus ojos, como si sonrieran con ellos. Se trata de estudiantes de Medicina que alternan en este “pesquisaje por la vida”, entre los vecinos del consultorio del médico de la familia al que pertenezco.

Mientras desayuno, medito sobre esta creación de Fidel que constituye el eslabón primario de un sistema de salud que hoy está salvando la vida de los cubanos y la de otros muchos por el ancho mundo, que ahora parece estrecharse en el abrazo de la brigada médica internacionalista que lleva el nombre de aquel joven norteamericano, empleado bancario neoyorquino, que es, sigue siendo, Henry Reeve.

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Vino a los 19 años de edad en la expedición internacionalista del “Perrit“, comandada por su coterráneo Thomas Jordan, para compartir anhelos libertarios con los estrenados mambises cubanos de la Guerra de los Diez Años (1868-78), y cayó en combate en la sabana cienfueguera de Yaguaramas, como avanzada del segundo intento¹ de la Invasión a Occidente, el 4 de abril de 1876, el mismo día que cumplía los 26 años de edad, y ya con el grado de general de brigada, otorgado por el Generalísimo Máximo Gómez Báez, dominicano, otro internacionalista que fundó en Cuba esta patriótica misión de los hombres y mujeres justos de cualquier confín para colaborar entre sí. Martí lo define con tres palabras: Patria es humanidad.

Un domingo que desperté algo más tarde, escuché un ligero toque en la puerta, abrí, todavía en pijama, pensando que era el panadero. Ante mí, nasobuco al rostro y la bata blanca, apareció la doctora del consultorio médico, para conocer mi estado de salud e inquirir pormenores sobre mi atención. ¡Y hasta se excusó por despertarme!

Mientras desayuno frente al televisor que me informa de las infaustas noticias del mundo atormentado por el nuevo coronavirus, mi pensamiento va a Fidel, que convirtió esta isla de la libertad, “a puro sol prendida” en el Caribe, en creación de hombres y mujeres de ciencia y conciencia.

¿En qué otro confín del planeta, habrá amaneceres como los nuestros?


1 El primer intento fue del mayor general cienfueguero Federico Fernández-Cavada Howard,  en 1870.  

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Andrés García Suárez

Periodista, historiador e investigador cienfueguero. Fue fundador de 5 de Septiembre, donde se desempeñó como subdirector hasta su jubilación.

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