Abuelo cuenta de Jagua (III)

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– Lo siento, Padre, no es así, continuó su confesión ante Las Casas. Llevo mucho tiempo mintiendo para sobrevivir. A vos y vuestra santidad no os puedo mentir. Os ruego que tome, lo que voy a confesaros, como secreto. Sé que vos escribís todo y tenéis correspondencia con el Rey. Sin embargo, yo he pecado y he engañado a mucha gente.

– ¡Pero no a los vuestros, José, no a los vuestros…!

– Padre, depende de qué vuestros vos me apropiáis. En primer lugar, nosotros no somos encomenderos, no nos adueñamos de indio alguno y de hecho, fuimos adoptados por la benevolencia y la misericordia de estos hijos de Dios; somos sus vecinos.

– ¡Válgame Dios! ¿Y cómo llegasteis aquí? ¿Cuál es vuestro origen y apellido?

Esta pregunta era espinosa. La fe de José era fiel en convicciones de lo sagrado. Demoró un poco y el Padre le insistió en susurro: ¿José…?

– Soy de Galicia, mis apellidos son Díaz Pacios; de Lope no sé, nunca lo interrogué al respecto, pero yo… —le costaba trabajo expresarlo—, yo… soy desertor de la dotación de Don Sebastián de Ocampo… He tenido que tratar con peligrosos piratas para evitar violencia y salvar vidas…

El hombre de Dios lo escuchaba ensimismado. Lejos de condenarlo en su ánimo, sentía afecto y compasión

– No estoy casado como Dios manda, pero os juro por mi fe, que ha sido la voluntad del señor quien nos ha dado hijos y prosperidad para nuestra felicidad…

– Me alegra oír esa devoción. Sin embargo, he sabido que en vuestra encomienda, es decir en vuestra comuna, los vecinos usan y adoran ídolos de herejes, que no saben nada de nuestras divinas escrituras…

– Es cierto, Padre, usted adopta a esta humilde y noble gente, Usted representa el poder de nuestra Majestad; yo, por el contrario, fui acogido aquí, sin poder alguno. Vivo gracias a la bondad y la fe de esta gente. Me resulta muy difícil reeducar con mi fe a quienes me brindaron amor y cuidados, con un dios desconocido…

– ¡José!… Alteró el padre el tono de voz. No es posible creer en otro supremo…

– Disculpe, Padre, intentaba una parábola de bondad al comparar… Se encuentran en Tureira los que huyen de los atropellos de Narváez y sus hombres. Hemos tenido que proteger a caciques que se rebelaron y lamentan la violación de esposas, hijas, y hermanos asesinados; no le hacen honor a nuestro Dios, Padre…

– ¡Ay, querido hijo!, se lamentó Las Casas, con cuanto pesar os doy la razón! Gracias a nuestros esfuerzos, llegan algunas noticias a España, pero los metales preciosos y las conquistas son las noticias más interesantes para nuestros monarcas…

¿Qué pasaba entonces en el resto de Cuba?

La mayoría de los acontecimientos ocurrían en Baracoa, Bayamo, Santiago, Puerto Príncipe, Sancti Spíritus, Trinidad, el norte de la Isla y sobre todo en La Habana, donde ya no existía Habaguanex y había más presencia española. El comercio, la entrada y salida de flotas, la corta distancia hacia Veracruz y otros puertos de la Nueva España, la enriqueció vertiginosamente.

En otras partes de la Isla, la población española vivía algo relegada por la pobre comunicación terrestre y los constantes ataques de corsarios y piratas. Las décadas de los años 30, 40 y 50 del siglo XVI fueron muy provechosas para los moradores de Jagua, porque hubo más complicidad entre vecinos. No era la comarca tan famosa por el llamado comercio de rescate, sin embargo, el ganado mayor que escapaba de los corrales de Sancti Spíritus y Trinidad se había incrementado en condiciones naturales…

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