Abuelo cuenta de Jagua (VII)

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Allá por 1540, un misterioso pirata, quien conocía la bondad del anciano José Díaz, le pidió de favor que cuidara a una hermosa dama, embarazada, privada de la razón y enferma. Con ella desembarcó varios baúles y cofres cargados de finos vestidos, preciosas joyas y perfumes. No quiso decir de quién era la criatura que traía la enmudecida mujer llamada Estrella, quien con el tiempo mejoró, pero solo para traer al mundo a una preciosa niña rubia, de ojos muy azules. Por desgracia, la madre murió en el parto. Díaz bautizó a la pequeña con el nombre Azurina y llegó a quererla como a sus otros hijos. A los 15, la adolescente era tan agraciada que llamaba la atención de todos en Tureira y sus alrededores. Una de las hermosas tardes de Jagua, en la lejana fecha de 1556, en un inesperado y sorpresivo encuentro, cruzó sus brillantes ojos azules con los del pirata Guillermo Bruce. Ambos quedaron flechados por Cupido y el atrevido la pidió en compromiso. Díaz les reveló la procedencia de Azurina y la promesa de cuidarla; les hizo saber que, fiel a su palabra, no podía autorizar su relación sin el consentimiento del misterioso pirata; rogó obediencia a ella y respeto a él. Ambos cayeron en la desesperación del tiempo y la duda: a poco, el pirata Bruce decidió ahogar su pena en aventuras y mares lejanos. Ella comenzó a vagar por la orilla, esperando desconsolada a su amado, hasta que un día, creyendo oírse invocada por él: ¡Azurinaaaa!…, se engalanó con el mejor vestido y joyas que heredó de su madre, entró en la playa a su encuentro y desapareció en la profundidad… Otra versión de los vecinos da el final feliz de una fuga: dicen que Bruce tenía un bergantín al otro lado de cayo Carenas y a través de una de las mestizas de Díaz, acordó con Azurina para recogerla en un bote atracado en la punta. Dejaron vestigios de ropa y objetos en la playa. Piensan que José Díaz fue también cómplice con el último ardid, para convencer al misterioso pirata y supuesto padre.

El otro navegante europeo que se estableció en la punta de Tureira entonces, el anciano Lope, había cautivado a una hermosísima india con quien concibió a la mestiza más notable de la península de Majagua. Era de ojos grandes y pelo brillante como azabache; su bondad y dulzura conmovía a todos los vecinos, quienes la reconocían como Mari Lope. Amaba la flora y la fauna; siempre se podía ver entre aves, animalitos y mariposas. Aprendió mucho con su padre. Su principal lectura manuscrita era litúrgica y se consagró a Dios.

Desgraciadamente, en 1559 puso sus ojos en ella el malvado pirata Jean el Temerario, despiadado y cruel. La espió y acosó con sus secuaces hasta tenerla sola y rodeada… Tuvieron un breve diálogo: él le declaró su intención de poseerla por la fuerza; ella con amabilidad le imploró benevolencia y devoción por Dios; de pronto se colocó entre ellos un montón de espinosas tunas. El pirata, obstinado y cruel, disparó su pistolete directo a la lozana y tierna frente; inmediatamente de ella voló una blanquísima paloma. Un rayo surcó el cielo hasta fulminar al asesino… Hoy se puede ver por varias zonas de la punta y toda la comunidad, esa conocidísima flor amarilla que se llama Marilope… Hay otra versión que duda: ¿por qué desaparecieron los dos cuerpos? Entonces conjeturan: Quizás es una justificación para disimular un rapto de los tantos que llevaron a cabo los piratas en nuestras costas; hecho que la comunidad católica de entonces no podía presentar como final castigo divino para tan noble devota. Prefirieron perpetuarla envuelta en una desaparición de leyenda. Este aliviador relato nunca fue suficiente para llenar la depresión de su desconsolado padre.

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