Abuelo cuenta de Jagua (II)

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El cacique y el behíque de Tureira (Punta Gorda) vieron en José, disposición y diplomacia. Entonces, cuando sonaba el tambor manguaré, anunciando la llegada de barcos tripulados por blancos, José los representaba como traductor y habilidoso comerciante; así pasó a formar parte del Concejo de Jefes. En esta comunidad olvidada, con la afluencia de naves que empezaron a llegar de Europa, se inició bien temprano el comercio de contrabando. Tres años después del arribo de José a Tureira (1511), Don Diego Velázquez concedió al Padre de las Casas una encomienda en la comunidad indígena de Las Auras, próxima al río Arimao. En 1512 explotó con trabajo de nativos, las minas en dirección a los altos ríos de Guamuhaya.

También fundó Trinidad en 1514 y en ese mismo año, a Sancti Spíritus, con abundante ganado, del que alguno escapó y se reprodujo por estos parajes. Velázquez venía con el tristemente célebre Don Pánfilo de Narváez, quien masacró a 2 mil aborígenes en Caonao, cerca de Puerto Príncipe; Las Casas fue testigo. El Padre viajaba entre esta tierra y México.

En 1517, el cronista Bernal Díaz del Castillo apunta que lo visitó en Yaguaramas y lo cita ya como Obispo de Chiapas (por error él escribe Echapie).

Dicen que Anagueía besaba cada mañana una majagua, árbol regalado por la diosa Jagua contra la infidelidad, para alejar a la maléfica deidad Aicayía, condenada por esto, a sonar un cobo que prevenía a los marinos de las tempestades. Por un lado, a su amado José le preocupaba la presencia cercana de sus coterráneos liderados por Velázquez y Narváez, por otro le alegraba saber de la actitud bondadosa del Padre de las Casas, quien estaba renunciando a sus encomiendas para dedicarse por completo a la defensa de los nativos. El Padre y José quizás se encontraron alguna vez. Vamos a imaginar aquel acontecimiento:

El hombre de Dios, con su acostumbrado hábito blanco, rodeado de algunos indígenas, lo esperaba sonriente en un atraque de Cayo Ocampo; la atmósfera era entusiasta y llena de curiosidad. Con voz baja y sosegada, Las Casas inició el diálogo:

— ¡Bienvenido, hijo José, estaba ansioso por conoceros!

— ¡Muchas gracias, Padre, yo también deseaba mucho este divino momento!, y le besó con devoción y respeto la venerada mano.

— Reciente me han dicho que vos y otro cristiano de nombre Lope colonizáis sendas encomiendas como Dios manda, respetados y queridos, en paz y armonía. Y tal comentario inicial, le hizo revelar a José ciertas culpas que cargaba…

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