Abraham Lincoln, cazador de vampiros: un kazajo suelto (y loco) en Hollywood

Compartir en

Tiempo de lectura aprox: 1 minutos, 40 segundos

Quizá veinte años atrás una película como Abraham Lincoln, cazador de vampiros hubiese sonado hiper extravagante y hasta herética, pero ya en un Hollywood donde antes dieron pabilo a esos colosales mejunjes fílmicos que operaron de manera increíble con la fórmula del aceite y el agua como fueron Wild Wild West y Cowboys contra Aliens, en verdad ya ni epata ni mucho menos intranquiliza.  En todo caso, se visiona esta rebatiña de incongruencias con la mirada sardónica de quien atestigua cómo bajo el sombrero de la postmodernidad cinematográfica salen conejos con el genoma modificado, cuya carne apócrifa nada le aporta a la magia del séptimo arte.

El director del filme es el kazajo nacionalizado ruso Timur Bekmambetov, quien tras probar que en Moscú una película nacional podía funcionar mejor en taquilla que un tanque estadounidense mediante la también vampírica Guardianes de la noche, raudo sería reclutado para dirigir en Norteamérica. Se estrenó allí con un largometraje de acción titulado Se busca, el que no por ser un vehículo para el lucimiento de Angelina Jolie dejaría de representar vitaminado exponente del género más movido, en virtud de su tratamiento de la violencia, visualidad y movilidad narrativa. Y mucho, en realidad demasiado movimiento trae también Timur a la superproducción sobre Lincoln cazando vampiros del Sur esclavista en plena Guerra de Secesión. Así, la ucronía de parvulario del kazajo apuesta toda su suerte al paroxismo de la coreografía, el funambulismo circense o la tremolina vertiginosa de mamporrazos y millones de hectolitros de sangre artificial dentro de un montaje vertiginoso configurado para que la película fluya y se diluya a la manera de esa gran megapelea con un ring abierto carente de esquinas y el gong en la cual se convierte por voluntad confesa de sus ejecutores.

En esta loa a la incontinencia hemoglobínica, valga aclararlo, poco hay que no sea la apropiación condensada de todo cuanto dio resultado en taquilla en los últimos años. Por chupar, le chupa a Van Helsing, a las películas de Michael Bay, al Kill Bill de Tarantino, a la estilización de John Woo, a 300, pero de una forma tan descaradamente libérrima que más que plagio de cuanto solo puede hablarse con más legitimidad aquí es el del Síndrome del Tutti Fruti Cinematográfico.

En el orden de lecturas ideológico, el filme basado en la novela de Seth Grahame-Smith -quien además firma el guion-, está repleto de bastardas apologías políticas, que van del coqueteo a la pleitesía abierta hacia la era Obama y sus nuevas tablas de la ley. Según el cierre de la pieza, dicho emperador era la encarnación del bien; mientras que su predecesor, Bush, lo opuesto. Trasnochada, infantiloide reflexión desbaratada por las estadísticas en un universo político tan surrealista como el de la película, donde buenos buenos no hay desde Lincoln, justamente. O ni quizá… Barack, el peor (si nos olvidamos del loco de los twits, que nadie sabe adónde puede llegar).

Visitas: 54

Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *