Abdala, entre la identidad y la gesta de un pueblo

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Si bien Abdala (1869) no es la obra teatral más popular y reconocida de las escritas por José Martí, como sí lo fue Amor con amor se paga —cuyos parlamentos fueron llevados a las tablas mexicanas en 1875—, el drama épico sobre el joven guerrero árabe es el que posee más hondo sentir colectivo y una fuerza insospechada en cuanto a lazos y sentido de pertenencia, el deber hacia el suelo patrio y el apego a lo que nos identifica. 

Mucho se ha estimado alrededor de la pieza elaborada por aquel niño cubano de 16 años, calificándola como “un poema dramático de hondo sentido independentista, a pesar de la estratagema que el autor utiliza para alejarla en tiempo y espacio de la Cuba insurgente”, al decir del crítico e investigador teatral Rine Leal.

Y es que ese Martí adolescente, mediante una plausible alegoría, coloca en ocho escenas una fábula que nace en el continente africano (matriz humana, de la que todos procedemos), y desde una pequeña nación, comienza a brotar el férreo celo patriótico reflejado en la responsabilidad de sus individuos, al tomar partido por su defensa: “Decid al pueblo que con él al campo/ Cuando ordene emprenderé la marcha; / Y decid al tirano que se apreste,/ que prepare su gente, y que a sus lanzas/ Brillo dé y esplendor. ¡Más fuertes brillan/ Robustas y valientes nuestras almas!”. (Escena I)

No es raro que el Apóstol haya escogido una obra de carácter heroico para tales motivos, pues resulta conocida su pasión por los grandes creadores del género, como narraría 20 años después en La Edad de Oro para los niños, al expresar: “(…) Ni es fácil que un mismo pueblo tenga muchos poetas que compongan los versos con tanto sentido y música como los de la Ilíada, sin palabras que falten o sobren; ni que todos los diferentes cantores tuvieran el juicio y grandeza de los cantos de Homero, donde parece que es un padre el que habla”.

El personaje de Abdala también puede observarse así: es hijo y a la vez es percibido como un padre, que sufre y siente atavíos fusionados como aquellos titanes homéricos, manifestándolos como tal: “¡Soy nubio! El pueblo entero/ Por defender su patria aguarda: / Un pueblo extraño nuestra tierra huella: / Con vil esclavitud nos amenaza.” (Escena IV)

Es aquí donde se corrobora la poderosa filosofía de la identidad, que catapulta al texto martiano como ejemplo fehaciente de universalidad, puesto que dicha fuerza no es otra que el producto más genuino de cualquier cultura; fruto de largos años de historia. Es en tanto una evocación directa a la epopeya de las colectividades oprimidas; una elegía por el respeto de sus derechos, cuyo tono exaltado nos recuerda en casi toda la obra, a las estrofas del Himno Nacional: “¡A la guerra corred!¡A la batalla,/ Y de escudo te sirva ¡oh patria mía!/ El bélico valor de nuestras almas.” (Escena III)

Por eso tal vez no sea casual que a 152 años de la aparición de Abdala, el amor y la apologética martiana por la protección de la identidad y la cultura patrióticas, sigan resplandeciendo hoy desde el suelo cubano. Pero esta vez en pequeñísimas y modernas cimitarras, que se han transformado para otorgar vida a los pueblos.

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Delvis Toledo De la Cruz

Licenciado en Letras por la Facultad de Humanidades de la Universidad Central "Marta Abreu" de Las Villas en 2016.

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