Aballay, el hombre sin miedo: eficaz western gaucho

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Cine de entorno único: “el aire despejado de los desiertos, la desaforada pradera…”, graficaría Jorge Luis Borges al cine del oeste.

Como el personaje central del inefable exponente de Alejandro Jodorowsky El Topo (1970), aquel pistolero-redentor de fenómenos quien en las secuencias finales se resistía a morir pese a los mil balazos que rebotaban contra su cuerpo, el western sobrevive, una y otra vez, a las palas y ataúdes de sus enterradores.

Y resurge en la Argentina, machihembrado al allí históricamente trabajado subgénero gauchesco, pero con los mismos prototipos, arquetipos, motivos-bases dramáticos del género-madre (venganza, universo sin ley donde impera la del más fuerte…) e incluso escenario (la pradera, pista franca del pistolero), más allá de las diferencias geográficas de ese norte nacional fotografiado en Aballay, el hombre sin miedo (Fernando Spiner, 2010) y el oeste estadounidense de Ford, Wellman, Hawks, et al.

El filme de Spiner -según cuento de Antonio di Benedetto -, comienza con el asesinato de un padre ante los ojos de su hijo, por parte del temible bandolero gaucho Aballay. El pequeño se esconde en un cofre dentro de la diligencia asaltada. Brota tanto miedo, dolor y desprecio de sus ojos negros al ser descubierto por el homicida, que el criminal, asqueado de la ignominia cometida, fija al recuerdo eterno de esa mirada su decisión irrenunciable de realizar el bien a partir de ese momento. De ahora en más, el ex cuatrero se convertirá en el Santo del pueblo. Penitente, no baja de su caballo, casi a la manera de aquellos monjes estilitas de la Edad Media, instalados en los extremos de las columnas en pos de expiar sus pecados lejos del suelo donde erraron. Pero pasan diez años y Julián, el huérfano, viene a cobrar venganza. Contra el antiguo forajido y contra toda su antaña banda.

Como se aprecia con facilidad, poco hay de original en una historia como esta, salvo lo de la penitencia equina del hombre sin miedo. Pero, pese a ello, el realizador de La sonámbula (1998) se las ingenia para sacar adelante una película cuyo valor antropológico -la disección a bisturí sin complejos del bestial micromundo ultramachista y patriarcal de los gauchos de los Valles Calchaquíes- no desentona con el acompasado ritmo narrativo, su válida reflexión en torno a la violencia, la labor histriónica -sobre todo de los actores que encarnan personajes negativos, en especial el Claudio Rizzi de El Muerto– el delineado del ínsito carácter binario de los personajes centrales del perseguidor y el perseguido (ambos luchan por acomodar el bien dentro de sí, aunque el mal los corroe), el elemento sonoro y el rotundo trabajo visual de Claudio Beiza derramado sobre estos fotogramas.

En la tierra de La guerra gaucha, Pampa bárbara, El último perro, Nazareno Cruz y el lobo, Juan Moreira y Furia infernal, Spiner no desdora a sus precedentes de la “gauchesca”, antes bien les rinde tributo, específicamente a los precursores de ocho décadas atrás; si bien el tiempo histórico, a su favor, le permite eludir pretéritos clichés de aquel cine y ser más tajante que los Demare y Fregonese de los ’40 o el propio Leonardo Favio setentero. Sin embargo, al tiempo que la frontalidad sin reservas de los postulados asumida por los escritores del guion -Fernando, junto a Javier Diment y Santiago Hadida-, de conjunto con los aciertos formales, hacen por jalonar la obra hacia el terreno de la perdurabilidad, incongruencias dramáticas del cierre, ciertas soluciones infantiloides y la mal rentabilizada subtrama romántica de Julián con la nativa escoran bastante la nave fílmica ya camino al puerto terminal.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

4 Comentarios en “Aballay, el hombre sin miedo: eficaz western gaucho

  • el 6 marzo, 2017 a las 12:22 pm
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    Enhorabuena, Toledo, qué la disfrute, gracias por su comentario, saludos del autor.

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  • el 6 marzo, 2017 a las 11:29 am
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    Con solo leer el artículo ya tenía buena motivación y si a esto agregamos el comentario y la recomendación de Delvis (que, en términos del oeste, tiene buena “puntería” para sus recomendaciones) sin dudas trataré de ver esta película.

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  • el 5 marzo, 2017 a las 9:14 am
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    En efecto, Delvis, se trata de otra perspectiva cultural y geográfica del género. Me alegro el texto te haya servido para recomendarle el filme a tu padre. Gracias por tu comentario. Saludos del autor.

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  • el 4 marzo, 2017 a las 10:24 am
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    Esta película se la voy a recomendar a mi querido padre al cual le encanta este género.
    A pesar de todo, debe ser una película visualmente atractiva, ya que estamos adaptados a observar los western desde los paisajes desérticos de Sonora o Arizona, sin embargo, aquí el director debe deleitarnos con el panorama espectacular de la pampa andina. Solo por eso, es más que suficiente para apostar por este filme.
    Por supuesto, soy sincero, no tengo mucho bagaje cultural sobre este género. No obstante, leyendo el artículo, fue inevitable recordar la lectura de la novela “Don Segundo Sombra” del escritor Ricardo Güiraldes (uno de los tres escritores clave de la llamada “novela de la tierra” en Latinoamérica)
    Sería muy atrevido hacer comparaciones en este sentido, sin embargo, me parece, que tanto la película como dicha novela abordan el tema gauchesco a su modo; es decir, la rudeza, el machismo, y la violencia por un lado, y por el otro, el recuerdo, el espíritu, “la sombra” de ese gaucho que ya no existe y que ha quedado desplazado por el avance y la urbanización de la Patagonia.
    Espero que realicen otros proyectos de este tipo, con nuevos enfoques y perspectivas; por lo menos así, seguirá existiendo el pistolero sudamericano, que por mucho tiempo fue raiz del paisaje de la pampa.

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