A campo abierto, en las praderas del western

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Desde que el western entrara en su fase crepuscular, cíclicamente son dictados partes de muerte a los cuales siempre una o dos películas por década ponen en tela de juicio. Danza con lobos y Los imperdonables impugnaron, con honor, tal sentencia luctuosa en los 90. No había aparecido sin embargo nada decoroso comenzado el siglo XXI, hasta que Kevin Costner presentara una digna muestra de cine del oeste mediante A campo abierto (Open range, 2002). El realizador, quien obtuvo el Oscar por Danza con lobos, volvía al género que más dividendos le ha dejado, a través de un explícito homenaje al western clásico de la época dorada.

Costner debió apurarse de un largo y delicioso trago aquellas películas eternas de John Ford, Howard Hawks, William Wellman o George Stevens. Específicamente, uno de los personajes centrales del filme, Charlie (compuesto por él mismo) parece inspirarse directamente en el Wyatt Earp de Henry Fonda en La pasión de los fuertes, del maestro Ford: penoso con el sexo opuesto, pero incapaz de aguantarle siquiera un escupitajo en el desierto a un representante del propio, más parco que si hubiera nacido en Laconia y dueño de una violencia contenida, no exteriorizada en el trato corriente, que al explotar puede causar violentos estragos. Como el del infaltable tiroteo climático de la película, donde Charlie liquida a la banda de matones del pueblo de Harmonville, cuyo jefe le impide a él y sus amigos poner a pastar su ganado en los alrededores.

Pero Charlie, muy bien moldeado como personaje, tiene un reverso tierno manifestado en su relación con Sue (Annette Bening), la hermana del doctor del pueblo a quien acuden cuando uno de su equipo es herido por la gente del siniestro Baxter  (Michael Gambon). Ese costado más civilizado y menos primario de Charlie también lo conoce su amigo Boss (Robert Duvall), alguien que lleva a su lado casi diez años tejiendo esa existencia errante de free grazers (vaqueros nómadas).

El guion de Craig Storper inspirado en la novela de Lauran Raine, The open range men da posibilidades de lucimiento a Duvall, en realidad el verdadero protagonista del filme, pues Costner -sabiamente- opta por darle la mayor parte de estrellato a este viejo león del cine americano, ante el cual el mismísimo Marlon Brando se quitaba el sombrero, como solía afirmar. Duvall imprime magisterio en su composición y Costner, que no le llega a los tobillos, anda de puntillas al lado del profesor en uno de los personajes que más le gustan, esos que hablan poco.

 A campo abierto discurre parsimoniosamente manejando con tacto y pulso en la dirección los emblemas de un género tan codificado como el western. Por ratos, casi me parecía estar volviendo a ver A la hora señalada, Shane el desconocido, Gunfigth at the O.K. Corral, Río Rojo u Horizontes de grandeza. Tal respeto de Costner se aprecia; sin embargo, paradójicamente inavala al filme para permanecer como una pieza mayúscula, habida cuenta de que está acéfalo de riesgo, huérfano de la osadía de -por ejemplo- Los imperdonables, de Clint Eastwood, que llevaba al género a las fronteras de un proceso de deconstrucción muy interesante. Lo mejor y lo peor que se puede decir de la película es que parece hecha en 1950. En momento alguno dudo de su corrección, solo me lastima su poca intención.

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Julio Martínez Molina

Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Periodista del diario 5 de Septiembre y crítico audiovisual. Miembro de la UPEC, la UNEAC, la FIPRESCI y la Asociación Cubana de la Crítica Cinematográfica

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