26 de Julio de 1953: La juventud de Martí y Fidel contra la sangre, el pillaje y el entreguismo a EE.UU.

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Los ojos de Abel Benigno Santamaría Cuadrado, de 25 años, fueron el “trofeo” de guerra de quienes lo torturaron hasta la muerte el 27 de julio de 1953, tras los sucesos conocidos como del “Moncada”. Un joven en plenitud de la edad para cumplir sus sueños; estudiante universitario, trabajador, guajirito de un batey azucarero en el término de Encrucijada, jurisdicción de la entonces provincia de Las Villas. Sus ojos, esos por los que veía a Cuba como la Patria y no como neocolonia de los Estados Unidos de América, y por la que prefirió morir.

Unos ojos claros y profundos, que escondía tras unos enormes espejuelos, le fueron mostrados a su hermana Haydée, también participante de los hechos el día de la Santa Ana del ’53, en Santiago de Cuba, en la palma de la mano de uno de sus asesinos, unas horas después de saberlo aún con vida.

CONTEXTO

En la Cuba de 1952 parecía que el “autenticismo” cedería ante el Partido Cubano (Ortodoxo) en las elecciones, un movimiento político heterogéneo, reformista, con conservadores en la composición, y que incluía elementos revolucionarios y apoyo de las masas populares; y ese era el mayor peligro para el poder neocolonial. Así se produce el golpe de estado de 1952, encabezado por Fulgencio Batista, nombrado para imponer una tiranía sangrienta, de terror contra todo cuanto “oliera” a progresista y que aumentó las arcas de los más acaudalados y menguó los bolsillos del pobre.

“El sometimiento a la Casa Blanca y la embajada americana llegó a los niveles más abyectos. Los gobiernos yanquis beatificaban a Batista, mientras en Cuba se llevaba a cabo una sistemática política de feroz represión de las masas populares, crecía la miseria y la traición a los intereses nacionales era descarnada práctica diaria” (1).

En las circunstancias descritas, se contempla, por el sector que despuntaba con más inquietudes de izquierda y que después del “Moncada” se llamaría Movimiento 26 de Julio, la acción de las armas, fundamentada en un programa de orientación progresista en el que se concretaban las más importantes aspiraciones de transformación socioeconómica y política posibles en el escenario nacional de entonces.

Integrado por jóvenes de la más heterogénea composición social, organizaron y ejecutaron la toma del cuartel militar de Santiago de Cuba, Moncada; y otros objetivos, acción dirigida por el abogado Fidel Castro Ruz, quien más tarde devendría líder de la Revolución cubana; y como segundo jefe, Abel Santamaría, que despuntaba por su madurez política y capacidad para la organización.

ACCIÓN

Poco después de las 4:00 de la mañana del 26 de julio de1953, comenzó el despliegue, y la jornada de la Santa Ana en Santiago de Cuba se tornó en metralla, muerte y tortura. 152 hombres llegaron hasta los objetivos planificados; seis perdieron la vida durante las acciones y 55 fueron torturados hasta la muerte.

Al referirse a las motivaciones de los participantes en la acción, durante la celebración del Primer Congreso del Partido, Fidel Castro Ruz, expresó:  “(…) pudieron inspirarse en las heroicas contiendas por nuestra independencia, rico caudal de tradiciones combativas y amor a la libertad en el alma del pueblo y nutrirse del pensamiento político de la Revolución del ’95 y la doctrina revolucionaria que alienta la lucha social liberadora de los tiempos modernos, que hicieron posible concebir la acción sobre estos sólidos pilares: el pueblo, la experiencia histórica, las enseñanzas de Martí (…)”.

DESPUÉS

Narran los protagonistas que el primero en morir, finalizado el combate, en el tramo desde el Hospital Civil al cuartel, fue el Dr. Mario Muñoz. Le dispararon por la espalda; no usaba uniforme ni portaba armas, llevaba su bata de médico, y lo dejaron allí, tirado sobre un charco de sangre. Sobre las 3:00 de la tarde del propio 26 comenzó el crimen mayor: la aniquilación de los prisioneros, con la llegada desde la capital del general Martín Díaz Tamayo, quien venía con la orden expresa de asesinar diez prisioneros por cada soldado muerto.

Fue una semana completa de torturas y terror, en la cual se estremeció Santiago de Cuba. Los esbirros batistianos cazaban a los muchachos y aparecían en las cunetas, esquinas, descampados de la periferia, lanzados desde las azoteas, masacrados.

“Las crónicas de nuestra historia, que arrancan cuatro siglos y medio atrás, nos cuentan muchos hechos de crueldad, desde las matanzas de indios indefensos, las atrocidades de los piratas que asolaban las costas, las barbaridades de los guerrilleros en la lucha de la independencia, los fusilamientos de prisioneros cubanos por el ejército de Weyler, los horrores del machadato, hasta los crímenes de marzo del ’35; pero con ninguno se escribió una página sangrienta tan triste y sombría, por el número de víctimas y por la crueldad de sus victimarios, como en Santiago de Cuba.

“Solo un hombre en todos esos siglos ha manchado de sangre dos épocas distintas de nuestra existencia histórica y ha clavado sus garras en la carne de dos generaciones de cubanos. Y para derramar este río de sangre sin precedentes esperó que estuviésemos en el centenario del Apóstol y acabada de cumplir cincuenta años la república que tantas vidas costó para la libertad, porque pesa sobre un hombre que había gobernado ya como amo durante once años este pueblo que por tradición y sentimiento ama la libertad y repudia el crimen con toda su alma, un hombre que no ha sido, además, ni leal, ni sincero, ni honrado, ni caballero, un solo minuto de su vida pública”.(2)

HOY

Y el Programa, aquel que Fidel Castro esbozó en su autodefensa, y por el que tomaron las armas cuando no existía una solución pacífica, se puso en práctica al llegar la Revolución nueva en 1959, “(…) siempre con el convencimiento martiano de no recurrir a la guerra sino como última opción, cuando otras posibilidades hubiesen sido agotadas”, en palabras del propio líder del Movimiento 26 de Julio, y que trascienden hasta hoy, cuando Cuba navega por mares procelosos, en medio de una crisis sanitaria mundial que deviene en todas las crisis posibles, y enfila la proa tras cada tormenta que aparece en la ruta.

Notas al pie:

1.- Revista Verde Olivo # 31: 1983 pág. 4-9 / Revista Internacional, agosto 1983 Edición en Español, cita del articulista.

2.- Cien horas con Fidel. Conversaciones con Ignacio Ramonet, Segunda versión, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 2006.

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Magalys Chaviano Álvarez

Periodista. Licenciada en Comunicación Social.

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